sábado, 2 de agosto de 2025

DESENMASCARANDO EL MITO DE QUE LA INYECCIÓN COVID-19 SALVÓ MILLONES DE VIDAS (1ª PARTE)



¿Hasta qué punto los resultados de la investigación y los datos del mundo real apoyan realmente la supuesta eficacia de las inyecciones COVID-19?. Aún hay medios que repiten que las inyecciones salvaron millones de vidas. Esta revisión exhaustiva lleva a una conclusión clara: los datos científicos disponibles no respaldan la afirmación de que las vacunas proporcionaron una protección sostenida contra enfermedades graves y la muerte. En otras palabras, hasta la fecha, no existe fundamento empírico para la afirmación de que «las vacunas COVID-19 salvaron millones y millones de vidas.

A través de los siguientes pasos quedara bien fundamentado de que la afirmación ampliamente citada de que «las vacunas COVID-19 salvaron millones de vidas» se basa en modelos hipotéticos que descansan en una larga secuencia de suposiciones, muchas de las cuales son débiles, no están validadas o son manifiestamente falsas. En consecuencia, los resultados de estos modelos tienen un valor cuestionable y no pueden tomarse como pruebas fiables.

El paso 1 analiza los modelos matemáticos en los que se basa la falsa afirmación de los «millones salvados».

El paso 2 analiza el relato sobre la eficacia de la inyección contra la infección y la transmisión, que sirvió para impulsar la vacunación masiva.

El paso 3 examina los falsos relatos reafirmando que las vacunas seguían protegiendo contra la enfermedad grave y la muerte. Este paso se basa en datos de ensayos aleatorizados, estudios observacionales y paneles oficiales de salud pública.

Este análisis demuestra que la narrativa de los «millones salvados» carece de evidencias para verificar lo que sustenta. Para entender cómo ha podido surgir y dominar una narrativa tan poco fundamentada, el paso 4 rastrea los mecanismos directos de su auge: defectos metodológicos, tergiversación e interpretación errónea de los resultados y supresión de las voces discrepantes.

Introducción

La afirmación generalizada de que «las vacunas COVID-19 han salvado millones y millones de vidas» plantea una pregunta clave: ¿Existen realmente pruebas científicas concretas y concluyentes que respalden la afirmación de que la campaña de vacunación masiva durante la pandemia de COVID-19 supuso un beneficio neto de millones de vidas salvadas?

En el centro de este debate se encuentra un principio fundamental de la práctica médica: toda intervención, por prometedora que sea, debe evaluarse sopesando sus posibles beneficios frente a sus posibles daños a lo largo del tiempo. Este principio básico se manifiesta en la reciente justificación directa del Departamento de Salud del Gobierno australiano de su recomendación contra la vacunación con COVID-19 para niños y adolescentes sanos:

«Esto se debe a que el riesgo de enfermedad grave fue extremadamente bajo en esta cohorte a lo largo de la pandemia, y no se considera que los beneficios de la vacunación superen los daños potenciales».

Los estudios existentes sobre las vacunas COVID-19 aún no han proporcionado una comparación sólida y a largo plazo entre los posibles beneficios y daños. Los únicos conjuntos de datos con el rigor metodológico para abordar esta cuestión crucial en un estándar de oro son los ensayos controlados aleatorios originales (ECA) realizados por los fabricantes de vacunas antes de la Autorización de Uso de Emergencia de la FDA (EUA) de las vacunas.

Sin embargo, incluso estos ensayos, en su forma publicada, no ofrecían un suficiente análisis sobre beneficio-daño . De hecho, un análisis realizado por el tercer autor de este artículo reveló que en el ensayo pivotal de Pfizer, por cada caso de COVID-19 grave potencialmente evitado por la vacuna, se notificaron aproximadamente de dos a tres acontecimientos adversos graves adicionales en el grupo de la vacuna.

Esta preocupante proporción se une a un conjunto cada vez mayor de pruebas del mundo real y estudios revisados por expertos que documentan daños relacionados con las vacunas, incluidos acontecimientos adversos graves y muertes, una realidad que resulta cada vez más patente y que está fundamentando un número creciente de reclamaciones a lo largo y ancho del globo.


Paso 1

¿Cuáles son los supuestos básicos en los que se basan los modelos de los «millones salvados»?

Comenzamos nuestra investigación con los estudios de modelos estadísticos que ayudaron a dar forma a la narrativa que afirma que las vacunas COVID-19 salvaron millones de vidas. Hasta donde sabemos, el estudio específico citado en la declaración de apertura de la audiencia del Senado de EE.UU. no fue una publicación académica formal, sino una breve entrada de blog publicada por The Commonwealth Fund el 13 de diciembre de 2022.

La entrada se titulaba «Dos años de vacunas COVID-19 en EE. UU. han evitado millones de hospitalizaciones y muertes», y sus autores afirman:

«Desde diciembre de 2020 hasta noviembre de 2022, estimamos que el programa de vacunación COVID-19 en Estados Unidos evitó más de 18,5 millones de hospitalizaciones y 3,2 millones de muertes adicionales. Sin la vacunación, se habrían producido casi 120 millones más de infecciones por COVID-19».

Pero, ¿cómo llegaron los autores a una conclusión tan precisa y decisiva? Lo explican:

«Por lo tanto, utilizamos un modelo informático de transmisión de la enfermedad para estimar las hospitalizaciones y muertes evitadas hasta finales de noviembre de 2022. El modelo incorpora la demografía estratificada por edades, los factores de riesgo y la dinámica inmunológica de la infección y la vacunación. Simulamos este modelo para comparar la trayectoria pandémica observada con un escenario contrafactual sin programa de vacunación».

Esta afirmación destaca por su falta de transparencia (es decir, se espera que los lectores acepten sus dramáticas estimaciones sin que se les muestren los supuestos subyacentes), pero no fue la única en promover afirmaciones tan arrolladoras. Otros estudios han utilizado modelos estadísticos hipotéticos similares, y algunos se publicaron en revistas académicas formales.

El más citado entre ellos es el estudio de modelización de Watson y sus colegas, publicado en The Lancet Infectious Diseases. Aunque tales modelos pueden ayudar a informar las decisiones de salud pública, sus conclusiones dependen totalmente de la solidez de una larga y compleja cadena de supuestos.

Un examen minucioso de estos supuestos -como el realizado en una crítica reciente por el cuarto autor- revela una serie de graves defectos, entre los que se incluyen:

- Supuestos de referencia inflados, como tasas de infección y tasas de letalidad exageradas, que falsean el número difundido de posibles vidas salvadas.

- No se tienen en cuenta los factores del mundo real que contribuyeron de forma independiente al descenso de la mortalidad por COVID-19, entre los que se incluyen:

1.- la inmunidad natural adquirida a través de la infección,

2.- los primeros protocolos de tratamiento multimedicamentoso ambulatorio, y el aumento de las tasas de mortalidad

3.- la aparición de variantes virales más leves con el paso del tiempo.

Estos factores redujeron la mortalidad, independientemente del estado de vacunación.

- Subestimar la bien documentada y ampliamente aceptada disminución de la eficacia de la vacuna con el paso del tiempo (véase el paso 2), que altera fundamentalmente cualquier proyección de beneficios a largo plazo.

- Ignorar todo el espectro de daños relacionados con las vacunas, incluidos los efectos adversos graves y las enfermedades potenciadas por las vacunas, que es esencial tener en cuenta en cualquier evaluación válida de riesgos y beneficios (como se señala en la Introducción).

- La dependencia excesiva de datos observacionales que son vulnerables a graves factores de confusión, como el sesgo del vacunado sano, los patrones de pruebas diferenciales y las variables de comportamiento no controladas (véanse los pasos 3 y 4).

- Conflictos de intereses financieros y políticos no declarados o no resueltos, que pueden haber influido en la elección de modelos y en las interpretaciones.

En conjunto, estas deficiencias metodológicas plantean serias dudas sobre la fiabilidad de los modelos que pretenden cuantificar las vidas salvadas atribuibles a las vacunas. En particular, el presente artículo se centra en el supuesto central que sustenta estos modelos hipotéticos: la presunta eficacia científica de las vacunas COVID-19.

Este hecho, supuestamente bien establecido, sirve no sólo de piedra angular de las proyecciones estadísticas, sino también de base para la evaluación de la eficacia de las vacunas. Este hecho supuestamente bien establecido sirve no sólo como piedra angular de las proyecciones estadísticas, sino también como pilar fundacional en la narrativa pública más amplia de que las vacunas salvaron millones de vidas. En particular, los autores del estudio de modelización citado en la declaración de apertura de la audiencia del Senado afirmaron explícitamente:

«Las eficacias de las vacunas frente a la infección y la enfermedad sintomática y grave para los diferentes tipos de vacunas -para cada variante y por tiempo transcurrido desde la vacunación- se extrajeron de estimaciones publicadas».

En otras palabras, el modelo no evaluó la eficacia de la vacuna (EV) directamente; simplemente importó estimaciones de eficacia de publicaciones anteriores. Nuestro objetivo, por tanto, es rastrear los orígenes de estas «estimaciones publicadas» y plantear una pregunta sencilla pero fundamental: ¿Hasta qué punto los resultados de la investigación y los datos del mundo real apoyan realmente la eficacia percibida de las vacunas COVID-19? Para empezar a responder a esta pregunta, nos centraremos en las primeras afirmaciones de eficacia que constituyeron la justificación principal para la vacunación masiva durante la pandemia.


Paso 2

¿Qué pasó con la narrativa fundamental sobre la eficacia de la vacuna (EV) contra la infección y la transmisión?

Al comienzo de la campaña mundial de vacunación, las autoridades de salud pública y los medios de comunicación promovieron un mensaje confiado y prometedor: se decía que las vacunas recién desarrolladas eran «un 95% eficaces en la prevención del COVID-19».

Esta audaz afirmación sirvió como fundamento moral y científico para medidas de salud pública de gran alcance, incluidos los pasaportes de vacunación, la intensa presión social para vacunar e incluso los mandatos de vacunación.



Consideremos las palabras del Dr. Anthony Fauci, entonces Asesor Médico Jefe del Presidente de EE.UU., el 16 de mayo de 2021, aproximadamente cinco meses después de iniciada la campaña:

- «Cuando te vacunas no sólo proteges tu propia salud …, sino que también contribuyes a la salud de la comunidad al evitar la propagación del virus para toda la comunidad … te conviertes en un callejón sin salida para el virus».

En la misma línea, el director general de Pfizer, Albert Bourla, declaró el 25 de mayo de 2022 que el objetivo de las vacunas actualizadas contra las variantes emergentes era:

- «prevenir la enfermedad … y que va a maximizar las posibilidades de que las personas que amas, no se infecten. Te vacunas, no sólo por ti. Uno se vacuna también para proteger a la sociedad».


Sin embargo, esta narrativa empezó a desmoronarse gradualmente. Ya en abril de 2021 aparecieron informes de nuevos casos de infección, cuando los CDC reconocieron que las personas totalmente vacunadas seguían contrayendo COVID-19. Posteriormente, en agosto de 2021, un estudio a gran escala de Qatar basado en datos de más de 900.000 personas vacunadas informó de un rápido descenso de la EV frente a la infección.

Este estudio, publicado posteriormente en The New England Journal of Medicine (NEJM), descubrió que la eficacia de la vacuna (EV) fue insignificante durante las dos primeras semanas tras la dosis inicial, aumentó modestamente hasta el 36,8% en la tercera semana y alcanzó un máximo del 77,5% un mes después de la segunda dosis.

A partir de ese momento, la eficacia de la vacuna disminuyó de forma constante y consistente a lo largo del tiempo. Este patrón decepcionante apareció tanto en infecciones sintomáticas como asintomáticas, lo que sugiere que las dos formas de protección siguieron una trayectoria similar.

Estos hallazgos emergentes fueron reconocidos gradualmente por destacadas figuras de la salud pública. El 15 de diciembre de 2021, el Dr. Anthony Fauci admitió en la misma revista (NEJM) que:

- «La vacunación también ha sido incapaz de prevenir las infecciones “emergentes”, permitiendo la posterior transmisión a otras personas incluso cuando la vacuna previene la enfermedad grave y mortal».

Asimismo, el 10 de enero de 2022, el director general de Pfizer, Albert Bourla, admitió:

- «Las tres dosis con un refuerzo, ofrecen una protección razonable contra la hospitalización y las muertes. Contra las muertes, creo que muy bien, y menos protección contra la infección».



Finalmente, el Subcomité Selecto de la Cámara de Representantes sobre la Pandemia de Coronavirus concluyó, en su informe final de diciembre de 2024 que:

- «Los mandatos de vacunación contra el COVID-19 no sólo causaron muchas consecuencias imprevistas, sino que tampoco se basaron en la ciencia … Ya era evidente entonces y ahora es de conocimiento general que las vacunas no evitan que te infectes o transmitas el virus».

En resumen, la afirmación inicial y ampliamente difundida de que las vacunas contra el COVID-19 eran muy eficaces para prevenir la infección y la transmisión (a menudo citada como «eficacia del 95%») no resistió el escrutinio empírico.



Los estudios de observación en el mundo real pronto revelaron una disminución significativa de la protección y, en algunos casos, incluso sugirieron una eficacia negativa de la vacuna. Millones de personas vacunadas contrajeron la COVID-19, y la confianza pública en la promesa de protección tanto personal como comunitaria empezó a erosionarse. Este colapso de la justificación original para la vacunación masiva arroja serias dudas sobre una suposición central que subyace en los modelos estadísticos hipotéticos discutidos en el Paso 1, a saber, que la vacunación generalizada redujo sustancialmente las infecciones y la transmisión viral y, como resultado, salvó millones de vidas.

Como demuestran las pruebas acumuladas, esta suposición es sencillamente falsa (para más información metodológica sobre cómo se obtuvo la cifra del «95% de eficacia en la prevención de la COVID-19», véase la sección 4.1).

(Fuente: https://www.researchgate.net/; visto en https://cienciaysaludnatural.com/)

2 comentarios:

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  2. Con mi modelo matemático, algorítmico o estadístico, puedo demostrar o justificar, cualquier aberración que se me ocurra.

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