domingo, 6 de abril de 2025

¿CONTRA QUIÉN SE PRETENDE REARMAR EUROPA?



Si algo nos ha quedado meridianamente claro durante estos últimos cinco años de pandemia mediática y definición irracional de prioridades es que los gobiernos nos mienten a unos niveles que dejan al barón de Münchhausen en mero "amateur". Les respalda la inveterada creencia de que la plebe es incauta e incapaz de análisis, memoria o sentido crítico. Y, ciertamente, el votante medio responde a tan desfavorable retraso (perdón, pretendía escribir "retrato"). Solo así puede entenderse que en tertulias, artículos de opinión o conversaciones de bar la última ocurrencia de la cúpula de la U.E., con Ursula von den Brujen a la cabeza y nuestro presidente de gobierno de solista principal en el coro de los palmeros, no sea objeto de descrédito, mofa y escarnio.

Rusia nos la tiene jurada, nos dicen, y hay que prepararse para que nos ataque de forma inmisericorde. Necesitamos que se restaure el servicio militar obligatorio -cuya desaparición se celebró en su día como un avance social, así que es fácil deducir cómo hay que considerar su vuelta-, invertir millonadas en un rearme más necesario que el comer -ojalá ésta no resulte ser una expresión profética- y proveerse de un kit de supervivencia de 72 horas, que es el tiempo de reacción del gobierno en el mejor de los casos, como vimos en las provocadas inundaciones de Valencia, y con el que alguien se forrará en la sombra vendiéndolo no a precio de langostino en Navidad, sino de mascarilla inoperante en campaña de terror simoníaca (por el portavoz aquél de la voz aguardentosa) en negociaciones opacas con jugosas comisiones para los sinvergüenzas habituales.


Como el votante medio carece de memoria no reparará en que, en el conflicto fronterizo con Ucrania, los mismos que ahora nos instan a ver como una amenaza insoslayable a Vladimir Putin nos repetían que su aventura militar estaba abocada al fracaso, que su ejército, desmoralizado y holgazán, era vapuleado por doquiera deambulase, que los chips de sus misiles tenían que ser recuperados de lavadoras caseras y que combatían con palas a lomo de burros, penosas circunstancias que hacen desconfiar de que puedan invadir Europa cual horda de Atila.

Parece que alguien ha cargado las tintas y nos ha echado encima una propaganda tan relacionada con la realidad como la noche con el día autoservicio descuento. ¿Han reconocido finalmente que nos mentían y que Rusia es un enemigo sólido? Ni hablar, Rusia está perdiendo la guerra de Ucrania, pero por alguna extraña razón no se conforma con una humillación entre vecinos y anhela una derrota de dimensiones continentales. Ustedes no le encuentran la lógica porque no son expertos en geopolítica, pero fíense de las autoridades europeas ... y así les irá. Ah, y no duden en aplaudir a las ocho la aportación de 800.000 millones de lereles para proteger los avances de nuestra civilización, con el tapón inseparable como joya de la corona, a nuestros corruptos y a nuestra fiscalidad asfixiante.


Lo que tampoco mucha gente parece haberse parado a pensar es que el inexcusable rearme del continente viejuno no es algo que se pueda resolver en cuatro días. Poner los astilleros, la siderurgia y la industria europea a producir armamento como si no hubiera un mañana (ojalá esta expresión fuera solo una metáfora) no solo requiere inversión, sino tiempo. Y ese tiempo no se mide en horas, sino en años. Años en los cuales, si de verdad el Kamarada Vladimir quisiera invadirnos, lo haría en vez de esperar a que le demos a la campana para iniciar el siguiente round en el momento en que nos convenga. Y durante los cuales, en vez de confiar en la productividad propia, queda el socorrido recurso de comprar las armas al proveedor habitual, que en esto se usa lo que nos vende U.S.A.: casi dos tercios de las armas importadas por los miembros europeos de la OTAN entre 2020 y 2024 procedieron de EE.UU., lo que revela que para el presidente con nombre de pato de Walt Disney su retirada de la alianza no es solo un "Ahí os quedáis con vuestras paranoias", sino un negocio redondo al convertir a su país en proveedor necesario del arsenal con el que parar la invasión de burros y recambios de lavadoras que nos espera, arsenal que, por cierto, no será pagado con esa ocurrencia de bombero del "euro digital", sino con metal contante y sonante (tenga usted por seguro que a Trump no le van a colocar ningún dinero imaginario del que pretenden que usted acepte sin rechistar).

Lockheed Martin, Raytheon, Boeing y Northrop Grumman Corporation, entre otros, deben estar dando palmas con las orejas y brindando con champán del caro ante el negociazo que les ha servido en bandeja un Trump cuya reelección les ha resultado mágica.

¿Make America Great Again? El lema ya no es "MAGA", sino "MATA": Make America Traffic Arms.

Lo de Napoleón en 1812 queda ya muy lejos. "¿Nos
volvemos a dejar vapulear?" parece pensar Macron.
Pero volvamos a la pregunta que preside esta entrada y al extraño "fair play" que parece presidir la conducta de un agresor que aguarda a que estemos preparados antes de invadirnos, en vez de lanzar un ataque preventivo hoy mismo con el que asegurar nuestra derrota y sometimiento. Es como si un maltratador machirulo heteropatriarcal y todas esas cosas que ponen "on fire" a las feministas aguardase a que su víctima completase el curso de artes marciales mixtas antes de soltarle el primer guantazo. Raro, raro, ... Igual cuando Putin insiste en que no pretende invadir Europa es sincero. Desde luego, más que la hija espiritual de Goebbels que preside la Unión Europea sí ha demostrado ser. Solo que entonces, ¿contra quién pretenden rearmarse los gobiernos europeos? ¿cuál es realmente el enemigo que preocupa a los globalistas?

La respuesta empieza a vislumbrarse cuando analizamos cómo, tras las conquistas territoriales inciales, al retirse las tropas rusas al margen oriental del río Dniéper, la guerra de Ucrania pasó a convertirse en una guerra de artillería y drones, buscando el desgaste del enemigo, con ofensivas y contraofensivas irrelevantes en términos tácticos. ¿Es a esa guerra de resistencia a la que apunta el rearme de Europa? Viendo al ejército francés entrenarse para la lucha callejera parece que se trata, más bien, de mantener el dominio de las ciudades, exactamente como si se tratara de asegurar la superioridad en un conflicto urbano.

Cuando los analistas anuncian movilizaciones en las calles y la previsión de disturbios es algo más que una posibilidad es cuando podemos empezar a sospechar que el enemigo de los gobiernos no está fuera de nuestras fronteras, sino justamente dentro. Porque el enemigo eres tú, lector. Putin es la excusa para un rearme que sirva a los tiranos de Bruselas para mantener el orden -su orden- en un continente asolado por sus propias contradicciones, invadido por efectivos importados del tercer mundo y financiados con tus impuestos que serán quienes empuñen contra tí las armas que von der Brujen y su camarilla quieren reunir. Cuando sepamos que en su mayoría se trata de armas cortas, drones de vigilancia, cañones sónicos y otros cachivaches que valdrían lo mismo en los campos de batalla que para el control de multitudes es hora de empezar a pensar en que otra vez nos están haciendo la cama, como en el engaño Covid, y como en este precedente "cama" vendrá a ser "lecho mortuorio" para muchos.


Conceder crédito -moral y económico- a esta jauría de tramposos sería un error mortal. Es urgente que dejemos claro que no apoyamos sus trapacerías y recordar que la elección entre los cañones y la mantequilla que planteó en 1936 el líder nazi Hermann Göring fue resuelta con la peor de las opciones.

“Los cañones nos harán fuertes; la mantequilla solo nos hará más gordos” razonaba -es un decir- el creador de la Gestapo.

Diez años después dejaba un cadáver todo lo apolíneo que se quiera, pero que demostraba que la fuerza que creyó fomentar fue solo una trágica ilusión. No repitamos su proceder suicida.

(posesodegerasa)

LA SALUD, CAMPO DE BATALLA PARA EL N.O.M.



La salud ahora es un campo de batalla geopolítico en el nuevo orden mundial.

Las pandemias parecen ser diseñadas estratégicamente más que surgir por azar.

La crisis sanitaria genera dividendos para unos pocos y restricciones para la mayoría.

¿Prevención real o bioterrorismo encubierto?

La medicina está siendo transformada en un brazo del poder globalista.

El miedo se convierte en mercancía en el nuevo orden mundial.

Pandemias diseñadas como estrategia de poder y control.

¿Prevención o bioterrorismo encubierto?

La censura amenaza la disidencia científica.

Fábricas de virus y vacunas exprés: crisis perpetua.

Solución: Recuperar la medicina individualizada y libre de influencias.

(https://nataliaprego.substack.com/)

CENSORES DESPEDIDOS POR UN ZUCKERBERG QUE AHORA VA DE LIBERTARIO



Empresario "ultra-liberal" arrimándose al sol que más calienta. 
Criticar Vance la censura en redes y desmantelar su Ministerio
de la Verdad ha sido todo uno. A ver como compensa Pedro
Sánchez el perjuicio de que no le hagan ya el trabajo sucio

Dos mil censores en Barcelona (los peores) a la calle.

Soros y los filantropófagos son tan tacaños que no se gastan su dinero sino el nuestro, y si no les llega la pasta del USAID de EEUU, cierran chiringuitos repletos de jóvenes woke jugando a quitarnos la libertad de expresión a todos.

“Moderadores de contenidos”, dicen. Malditos supremacistas woke es lo que eran.

Crearon las redes para dominarnos, pero las hemos usado para destruir el poder de la prensa cautiva; ahora no saben cómo pararnos, la inmensa mayoría de los jóvenes se informan en las redes, no ven las TV, no escuchan las radios jamás. Por eso ahora van a por nosotros y nos llenan de infiltrados que disiden con la puntita. Es importante que distingamos el trigo de la cizaña.

Introducen mensajes contra EEUU como si fueran disidencia, no lo son. Regurgitan consignas para sembrar desconfianza.

Hay que ir paso a paso, se llega a las metas a veces dando algún rodeo. Si ese tren nos acerca algo, debemos tomarlo, ya nos bajaremos y tomaremos otro si se para o desvía.

¿Tampoco esto es por Trump?

Celebra lo que haya que celebrar, que ya lamentaremos lo que haya que lamentar, si llega.

No olvide día evitando todos dicen lo mismo es porque se trata de información sincronizada, que no es verdad. Si no entiende usted nada, vaya a ciegas hacia el lado contrario a todos y acertará.

(https://t.me/elaullido/)

sábado, 5 de abril de 2025

EL ANÁLISIS QUE HACE YANIS VAROUFAKIS DEL PLAN MAESTRO DE DONALD TRUMP PARA LA ECONOMÍA



Frente a las medidas económicas del presidente Trump, sus críticos centristas oscilan entre la desesperación y una conmovedora fe en que se desvanezca su frenesí arancelario. Suponen que Trump resoplará y resoplará hasta que la realidad deje al descubierto la vacuidad de su razonamiento económico. No han estado prestando atención: la fijación arancelaria de Trump forma parte de un plan económico global que es sólido, aunque sea algo intrínsecamente arriesgado.

La forma de pensar de este sector crítico conecta directamente con un concepto erróneo de cómo se mueven el capital, el comercio y el dinero en todo el mundo. Como el cervecero que se emborracha con su propia cerveza, los centristas acabaron creyéndose su propia propaganda: que vivimos en un mundo de mercados competitivos en el que el dinero es neutral y los precios se ajustan para equilibrar la oferta y la demanda de todo. Ese Trump tan poco sofisticado es, de hecho, mucho más sofisticado que ellos en el sentido de que entiende cómo el poder económico en bruto, y no la productividad marginal, decide quién hace qué a quién, tanto a escala nacional como internacional.

Aunque nos arriesgamos a que el abismo nos devuelva la mirada cuando intentamos darle una ojeada a la mente de Trump, necesitamos comprender su pensamiento en relación con tres cuestiones fundamentales: ¿por qué piensa él que los Estados Unidos están explotados por el resto del mundo? ¿Cuál es su visión de un nuevo orden internacional en el que los Estados Unidos puedan volver a ser “grandes”? ¿Cómo piensa conseguirlo? Sólo entonces podremos elaborar una crítica sensata del plan director económico de Trump.

¿Por qué cree el presidente que los Estados Unidos ha recibido un trato malo? Su principal queja consiste en que la supremacía del dólar puede conferir enormes poderes al gobierno y a la clase dirigente de los Estados Unidos, pero, en última instancia, los extranjeros la están utilizando de forma que garantiza el declive de los Estados Unidos. Así es que lo que la mayoría considera un privilegio desorbitado de los Estados Unidos, lo ve él como una carga desorbitada.

Trump lleva décadas lamentando el declive de la industria manufacturera estadounidense: “Si no tienes acero, no tienes país”. Pero ¿por qué culpar de esto al papel global del dólar? Pus porque, responde Trump, los bancos centrales extranjeros no dejan que el dólar se ajuste a la baja hasta el nivel “correcto”, en el que las exportaciones estadounidenses se recuperan y las importaciones se frenan. No es que los bancos centrales extranjeros estén conspirando contra los Estados Unidos. Es tan solo que el dólar es la única reserva internacional segura de la que pueden echar mano. Es natural que los bancos centrales europeos y asiáticos atesoren los dólares que fluyen hacia Europa y Asia cuando los norteamericanos importan cosas. Al no cambiar sus reservas de dólares por sus propias monedas, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón, el Banco Popular de China y el Banco de Inglaterra suprimen la demanda de sus monedas (y, por tanto, su valor). Esto ayuda a sus propios exportadores a aumentar sus ventas a los Estados Unidos y ganar aún más dólares. En un círculo sin fin, estos dólares frescos se acumulan en las arcas de los banqueros centrales extranjeros que, para ganar intereses con seguridad, los utilizan para comprar deuda pública estadounidense.

Y ahí está el problema. Según Trump, los Estados Unidos importan demasiado porque son un buen ciudadano global que se siente obligado a proporcionar a los extranjeros los activos en dólares de reserva que necesitan. En resumen, la industria manufacturera estadounidense entró en declive porque los Estados Unidos son un buen samaritano: sus trabajadores y su clase media sufren para que el resto del mundo pueda crecer a su costa.

Pero el estatus hegemónico del dólar también apuntala el excepcionalismo estadounidense, como bien sabe y aprecia Trump. La compra de bonos del Tesoro norteamericano por parte de los bancos centrales extranjeros permite al gobierno norteamericano incurrir en déficit y pagar un ejército sobredimensionado que llevaría a la bancarrota a cualquier otro país. Y al constituir el eje de los pagos internacionales, el dólar hegemónico permite al presidente ejercer el equivalente moderno de la diplomacia de las cañoneras: sancionar a voluntad a cualquier persona o gobierno.

Esto no es suficiente, a los ojos de Trump, para compensar el sufrimiento de los productores norteamericanos que se ven debilitados por extranjeros cuyos banqueros centrales explotan un servicio (las reservas de dólares) que los Estados Unidos les prestan gratuitamente para mantener sobrevalorado el dólar. Para Trump, Estados Unidos se está socavando a sí mismo por la gloria del poder geopolítico y la oportunidad de acumular beneficios ajenos. Estas riquezas importadas benefician a Wall Street y a los agentes inmobiliarios, pero sólo a expensas de las personas que le han elegido dos veces: los norteamericanos de las zonas centrales que producen aquellos bienes «varoniles» como el acero y los automóviles que una nación necesita para seguir siendo viable.

Y esa no es la peor de las preocupaciones de Trump. Su pesadilla es que esta hegemonía sea efímera. Ya en 1988, mientras promocionaba su Art of the Deal con Larry King y Oprah Winfrey, se lamentaba: “Somos una nación deudora. Va a pasar algo en los próximos años en este país, porque no se puede seguir perdiendo 200.000 millones de dólares al año”. Desde entonces, está cada vez más convencido de que se acerca un terrible punto de inflexión: a medida que la producción de los Estados Unidos disminuye en términos relativos, la demanda mundial del dólar aumenta más rápidamente que los ingresos norteamericanos. El dólar tiene entonces que apreciarse aún más rápido para satisfacer las necesidades de reservas del resto del mundo. Esto no puede durar eternamente.

Cuando los déficits norteamericanos superen un cierto umbral, los extranjeros entrarán en pánico. Venderán sus activos denominados en dólares y buscarán otra moneda con la que atesorar. Los norteamericanos quedarán en medio del caos internacional, con un sector manufacturero destrozado, unos mercados financieros en ruinas y un Gobierno insolvente. Este escenario de pesadilla ha convencido a Trump de que tiene la misión de salvar a los Estados Unidos: que tiene el deber de marcar el comienzo de un nuevo orden internacional. Y esa es la esencia de su plan: llevar a cabo en 2025 un decisivo shock anti-Nixon, una conmoción global que anule la obra de su predecesor al poner fin al sistema de Bretton Woods de 1971, que fue la punta de lanza de la era de la financiarización.

Un elemento central de este nuevo orden mundial sería un dólar más barato que siguiera siendo moneda de reserva mundial, lo cual reduciría aún más los tipos de interés de los préstamos a largo plazo de los Estados Unidos. ¿Puede Trump nadar (con un dólar hegemónico y unos bonos del Tesoro norteamericano de bajo rendimiento) y guardar la ropa (con un dólar depreciado)? Sabe que los mercados nunca lo conseguirán por sí solos. Sólo los bancos centrales extranjeros pueden hacerlo por él. Pero para que acepten hacerlo, primero hay que provocarles una sacudida. Y ahí es donde entran en juego sus aranceles.

Y esto es lo que sus críticos no entienden. Creen erróneamente que él piensa que sus aranceles reducirán por sí solos el déficit comercial de Estados Unidos. Él sabe que no lo reducirán. Su utilidad estriba en su capacidad para conmocionar a los bancos centrales extranjeros y hacer que reduzcan los tipos de interés nacionales. En consecuencia, el euro, el yen y el renminbi se debilitarán frente al dólar. Esto anulará las subidas de precios de los bienes importados a Estados Unidos y no afectará a los precios que pagan los consumidores norteamericanos. Los países con aranceles pagarán de hecho los aranceles de Trump.

Pero los aranceles son únicamente la primera fase de su plan maestro. Con unos aranceles elevados como nuevo valor por defecto, y con el dinero extranjero que se acumula en el Tesoro, Trump puede esperar su momento mientras claman por hablar amigos y enemigos en Europa y Asia. Es entonces cuando entra en acción la segunda fase del plan de Trump: la gran negociación.

A diferencia de sus predecesores, de Carter a Biden, Trump desdeña las reuniones multilaterales y las negociaciones multitudinarias. Es un hombre del tú a tú. Su mundo ideal es un modelo de centro y radios, como la rueda de una bicicleta, en el que ninguno de los radios individuales influye demasiado en el funcionamiento de la rueda. En esta visión del mundo, Trump confía en que puede tratar cada radio secuencialmente. Con los aranceles por un lado y la amenaza de retirar el escudo de seguridad de Estados Unidos (o desplegarlo contra ellos) por el otro, cree que puede conseguir que la mayoría de los países den su aquiescencia.

¿Aquiescencia a qué? A una apreciación substancial de su moneda sin liquidar su tenencia de dólares a largo plazo. No sólo esperará que cada interlocutor recorte los tipos de interés nacionales, sino que exigirá cosas distintas de los distintos interlocutores. A los países asiáticos, que son los que más dólares atesoran en la actualidad, les exigirá que vendan una parte de sus activos en dólares a corto plazo a cambio de su propia moneda (que se apreciará). A una eurozona relativamente pobre en dólares y plagada de divisiones internas, lo cual incrementa su poder de negociación, Trump puede exigirles tres cosas: que acepten cambiar sus bonos a largo plazo por bonos a muy largo plazo o incluso perpetuos, que permitan que la fabricación alemana emigre a Estados Unidos, y, naturalmente, que compren muchas más armas fabricadas en los Estados Unidos.

¿Se imaginan la sonrisa de Trump al pensar en esta segunda fase de su plan maestro? Cuando un gobierno extranjero acceda a sus demandas, se habrá apuntado otra victoria. Y cuando algún gobierno recalcitrante se resista, los aranceles no se moverán, proporcionando a su Tesoro un flujo constante de dólares de los que podrá disponer como mejor le parezca (ya que el Congreso sólo controla los ingresos fiscales). Una vez completada esta segunda fase de su plan, el mundo se habrá dividido en dos bandos: un bando protegido por la seguridad norteamericana a costa de una moneda apreciada, la pérdida de plantas de fabricación y la compra forzosa de exportaciones norteamericanas, incluidas las armas. El otro campo estará estratégicamente más cerca tal vez de China y Rusia, pero todavía conectado a los EE.UU. a través de un comercio reducido que todavía proporcionará a los EE.UU. ingresos arancelarios regulares.


La visión de Trump de un orden económico internacional deseable puede ser violentamente diferente de la mía, pero eso no nos da a ninguno de nosotros licencia para subestimar su solidez y propósito, como hace la mayoría de los centristas. Como todos los planes bien trazados, esto puede torcerse, por supuesto. La depreciación del dólar puede que no sea suficiente para anular el efecto de los aranceles sobre los precios que pagan los consumidores norteamericanos. O puede que la venta de dólares sea demasiado grande como para mantener lo suficientemente bajos los rendimientos de la deuda norteamericana a largo plazo. Pero además de estos riesgos manejables, el plan maestro se pondrá a prueba en dos frentes políticos.

La primera amenaza política a su plan maestro es interna. Si el déficit comercial empieza a reducirse según lo previsto, el dinero privado extranjero dejará de inundar Wall Street. De golpe, Trump tendrá que traicionar a su propia tribu de financieros y agentes inmobiliarios indignados o a la clase trabajadora que le eligió. Mientras tanto, se abrirá un segundo frente. Considerando a todos los países como radios de su eje, Trump puede pronto descubrir que ha fomentado la disidencia en el exterior. Pekín puede abandonar sus precauciones y convertir los BRICS en un nuevo sistema de Bretton Woods en el que el yuan desempeñe el papel de anclaje que desempeñó el dólar en el Bretton Woods original. Este sería acaso el legado más asombroso, y el merecido que recibiría el plan maestro, impresionante por demás, de Trump.

Yanis Varoufakis
(Fuente: https://unherd.com/; visto en https://www.grupotortuga.com/)

LO QUE NOS ESPERA CON EL EURO DIGITAL


LA VERDAD OCULTA DE LA AGENDA 21




¿Un plan para salvar el planeta o un paso hacia el control global?

La Agenda 21, creada por la ONU en 1992, se presenta como un programa para impulsar el desarrollo sostenible, pero… ¿qué hay detrás?

¿DE QUÉ SE TRATA REALMENTE?

Control de recursos naturales (agua, tierra, aire).

Reorganización de las ciudades bajo directrices globales.

Reducción del consumo bajo la bandera de la sostenibilidad.

Centralización del poder con la excusa de proteger el medio ambiente.

Mientras nos hablan de proteger el planeta, algunos advierten que es el primer paso hacia un gobierno mundial, donde las libertades individuales podrían quedar bajo vigilancia.

¿Es un plan de rescate o un nuevo orden global disfrazado?

viernes, 4 de abril de 2025

PREDICCIONES FALLIDAS



Salvo en el lluvioso norte, la mayor parte de nuestro país tiene un clima tan soleado que en cuanto empalmamos algunas semanas de lluvia nos quejamos, y cuando de nuevo vuelve a lucir el sol -como ocurre siempre en la vida- nos cambia el ánimo.

La queja es comprensible y propia de nuestra voluble naturaleza humana, pero también es frívola: el agua es vida, para el campo, para la naturaleza y para el hombre, y los efímeros efectos melancólicos o las incidencias que puedan producir las lluvias no deberían oscurecer los enormes efectos beneficiosos que tanto añorábamos cuando sufríamos la sequía.

Como sucede habitualmente con la meteorología, la corta memoria del ser humano y el sensacionalismo de los medios nos empujan a tildar de «anormal» esta sucesión de lluvias, aunque se repitan irregularmente cada pocos años. Por otro lado, dado que las precipitaciones no muestran una tendencia clara en el último siglo ―ligero crecimiento en el mundo y un irregular e inapreciable decrecimiento en España―, parece lógico que tras un período de sequía llegue un exceso de lluvias que equilibre la balanza, aunque su concentración en unas pocas semanas no implique necesariamente que el año en curso vaya a tener una pluviosidad extraordinaria.


No créais a la lógica, creed a los agoreros
En realidad, lo más preocupante no son las lluvias, sino el ingente volumen de agua que podría haberse acumulado y conservado y que se ha vertido y desperdiciado por falta de infraestructuras hidrológicas adecuadas. Ése es el verdadero problema.

Dicho eso, estas lluvias son una mala noticia para la propaganda del cambio climático, que prefiere fenómenos como el calor y la sequía que psicológicamente conectan mejor con el sugestionable «calentamiento global». Espero que, al igual que nadie piensa que España se haya vuelto como Inglaterra por unas semanas de lluvia, cuando sobrevengan condiciones meteorológicas opuestas nadie crea que el clima de España se está volviendo como el del Sahara.

El fracaso de la AEMET

La AEMET no supo predecir ni el comienzo de la sequía ni su final, y tampoco acertó cuando pronosticó un invierno astronómico «seco», razón por la que ha sido muy criticada. Aunque aplaudo que la Agencia sea objeto de constante escrutinio público, en el caso de su fallido pronóstico invernal la acusación es ligeramente injusta, pues la AEMET fue muy prudente y enfatizó las enormes incertidumbres de su predicción.

En realidad, la Agencia no tiene ni idea de qué ocurrirá durante el siguiente trimestre, pues el pronóstico más largo que puede hacerse en meteorología es de unas dos semanas, aunque en la práctica no exceda de cinco días. Por tanto, el único motivo por el que la AEMET finge hacer predicciones imposibles, envueltas en un falso halo científico, no puede ser otro que impostar una capacidad predictiva de la que carece, es decir, puro teatro, y lo adorna con rangos probabilísticos tan amplios como arbitrarios.

Lo que sí debe criticarse de la AEMET es que haya corrompido su carácter científico para convertirse en cheerleader de la propaganda climática, con minifalda y pompón incluidos. En efecto, cuando se trata de meteorología la Agencia se protege detrás de las grandes incertidumbres y limitaciones del conocimiento actual del clima. Sin embargo, cuando se trata del «cambio climático» realiza profecías con total certeza, y las anteriores incertidumbres y limitaciones desaparecen como por ensalmo.


La primavera de Schrodinger
En otras palabras, con sus predicciones meteorológicas, cuyo nivel de acierto es fácilmente comprobable, la AEMET se tienta la ropa, pero con sus inverificables predicciones climáticas para dentro de un siglo, ancha es Castilla.

Así, la Agencia se saca de la chistera dudosas o inexistentes relaciones causa-efecto que la ciencia maneja con enorme cautela, pues el clima es un sistema complejo, caótico, no lineal y multifactorial del que aún conocemos poco. Pongamos unos ejemplos.

En su propia web la AEMET resalta «el estrecho vínculo entre el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos». Sin embargo, los fenómenos meteorológicos extremos no han aumentado en frecuencia o severidad en el último siglo. Así lo reconoce hasta el IPCC: «La evidencia es limitada o no hay señal» de que hayan variado significativamente las precipitaciones, las inundaciones o las sequías, por lo que las afirmaciones al respecto (como la que hace la AEMET) merecen una «baja confianza».

Encontramos otro ejemplo de mala praxis en el torticero aprovechamiento que la AEMET hizo de las altas temperaturas del verano del 2023. En aquel momento un portavoz declaró que íbamos «a tener que añadir en nuestro diccionario meteorológico el término noches infernales». Obviamente, semejantes afirmaciones no pertenecen al ámbito de la ciencia, sino del amarillismo.

El ritmo de calentamiento global de las últimas cuatro décadas ha sido de menos de 0,15ºC por década, ritmo al que las temperaturas tardarían un siglo en subir sólo 1,5ºC (algo por lo demás improbable).Además, el planeta tiene temperaturas hoy similares a las que tuvo hace 1.000 y 10.000 años (en el Período Cálido Medieval y en el Máximo del Holoceno, respectivamente), cuando el CO2 era inferior al actual y no había fábricas, meteorólogos o periodistas.


Vaciado de embalses = sequía
La AEMET también engañó al afirmar que «lo que estamos observando [la ola de calor veraniego del 2023] es consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero antropogénico». Defender esta relación causa-efecto resulta inaceptable. La propia Organización Meteorológica Mundial reconoce que «ningún evento meteorológico concreto puede atribuirse al cambio climático inducido por el hombre». Además, jamás pueden extrapolarse pasajeras condiciones atmosféricas locales al clima del planeta. En ese mismo verano de 2023, la Antártida vivía un invierno austral extremadamente frío con temperaturas récord (por bajas), y no por eso los pingüinos emperador podían concluir que el planeta se estaba enfriando.

La AEMET también omite que el salto de temperaturas del 2023 ha causado perplejidad entre los científicos, que consideran «extremadamente improbable» que haya tenido que ver con el cambio climático. Como la ciencia del clima aún está en pañales, hay diversidad de opiniones: unos lo achacan a El Niño, otros a una menor nubosidad en el planeta y otros a la erupción del volcán submarino Hunga-Tonga.

Finalmente, cuando otro portavoz de la Agencia dice que «las temperaturas van subiendo conforme lo que dicen los modelos climáticos» demuestra una gran ignorancia o una gran capacidad para mentir, pues es bien conocido que los modelos climáticos siempre han pecado de alarmismo previendo temperaturas muy superiores a las observadas.

La complejidad del clima

Dado el absoluto descrédito de la institución, he pensado que sería oportuno recordar épocas pasadas en las que la AEMET aún trataba de ser fiel a la ciencia. Para ello citaré extensamente al físico Inocencio Font (1914-2003), una referencia en la meteorología española del s. XX y cuya gran obra Climatología de España y Portugal (2ª edición) incluye un pertinente apéndice sobre lo que él denominaba «hipotético cambio climático». Font trabajó durante casi medio siglo en el Servicio Meteorológico Nacional (luego Instituto Nacional de Meteorología, hoy AEMET), dirigiéndolo sus últimos años de vida profesional.

Como explica Font, desde el final de la última era glacial hace unos 12.000 años la Tierra ha vivido varios períodos climáticos que duran entre 2.000 y 3.000 años, divididos en episodios de pocos siglos que a su vez están subdivididos en subperíodos más cortos que duran decenios. Estos muestran «marcadas fluctuaciones» de carácter errático que convierten en engañosa toda extrapolación selectiva de tendencias de series cortas, como hace la propaganda climática.

Respecto a las causas de dichos «cambios climáticos» (en plural) «todavía no se ha llegado a conclusiones satisfactorias», aunque sí se conozcan las variables que influyen en el clima (pero no su ponderación ni interacción exactas).

La primera variable es la cantidad de energía solar recibida por la Tierra, cuya variación depende de las perturbaciones solares y de las «imprevisibles» variaciones de emisiones ultravioleta y de partículas con carga eléctrica (viento solar). Aunque Font no lo menciona, también depende de los movimientos de traslación y rotación de la Tierra descritos en los ciclos de Milankovitch, es decir, de su excentricidad orbital, su inclinación axial y su precesión equinoccial.

La segunda variable son las variaciones de origen natural en las concentraciones atmosféricas de gases invernadero, cuyas variaciones sólo son significativas a muy largo plazo, y de aerosoles, cuya principal fuente son las erupciones volcánicas. Éstas son «imposibles de predecir» y pueden tener efectos atmosféricos opuestos: las erupciones en superficie (las más comunes) expulsan materia pulverizada y tienden a enfriar el planeta, mientras que las erupciones de volcanes submarinos pueden expulsar enormes cantidades de vapor de agua (el mayor gas invernadero) y tener un efecto calentamiento (como Hunga-Tonga en 2022).

Un tercer factor son los cambios en los océanos, que absorben la mitad de la radiación solar y constituyen el gran reservorio de CO2. Los océanos son inmensos y misteriosos: cubren el 70% de la superficie mundial, tienen una profundidad media de 3.700 m y poseen unas características muy especiales de estratificación de temperatura, densidad, presión, luz y salinidad, con sus misteriosas termoclinas y sus corrientes horizontales y verticales. A pesar de su importancia, muchos supuestos «expertos» climáticos carecen de conocimientos oceanográficos.

El cuarto factor son los cambios en el albedo, que es el porcentaje de radiación que refleja la superficie terrestre y que depende de la naturaleza de ésta: los bosques reflejan poco (5-10%), mientras que el hielo y la nieve pueden reflejar el 100% de la radiación. Influye especialmente —por su feedback positivo— la extensión de los casquetes polares, que muestra «diferencias muy considerables, tanto de un año a otro, como entre décadas o siglos». Por eso, nunca deben proyectarse variaciones a corto plazo, como hace constantemente la propaganda del cambio climático.

Por fin, la quinta variable es la influencia de la actividad humana en la emisión de gases invernadero. Font aclara que el ligero calentamiento atmosférico medido en el s. XX «se mantiene todavía dentro de la variabilidad climática natural», pero defiende que el motivo más probable sea la quema de combustibles fósiles.

El problema de las nubes

Un calentamiento terrestre provocará un aumento de la evaporación y de la nubosidad. Por ello, a todos los factores anteriormente mencionados se une la ambigua influencia de las nubes, cuyo balance es casi imposible de modelizar y cuantificar debido a que no «depende únicamente de la cantidad, sino también de sus tipos y distribución geográfica».

Las nubes producen un feedback contradictorio. Por un lado, al “hacer sombra” a la radiación solar, aumentan el albedo y enfrían; por otro lado, si atendemos a su efecto invernadero, calientan. En verano un día nublado es más fresco que un día soleado, mientras que en invierno suele ser al revés: los días despejados suelen ser más fríos que los nublados. El neto posiblemente contribuya al enfriamiento, lo que explica que recientes estudios hayan ligado el ligero calentamiento global de las últimas dos décadas a «variaciones naturales en la nubosidad y en el albedo».

Por lo tanto, el CO2 de origen antrópico es sólo una pequeña variable de un sistema cuya característica fundamental es la complejidad, la imprevisibilidad y una medida temporal de escala geológica (miles o incluso millones de años) que convierte en fútil y engañoso la extrapolación de tendencias de años o décadas.

Los modelos climáticos

El alarmismo climático-apocalíptico se basa en escenarios poco realistas introducidos como inputs en modelos matemáticos de previsión climática que Font describe con escepticismo como «meras simulaciones artificiales de un sistema natural tan complicado y del que tenemos aún un conocimiento tan precario que hace inevitable la incertidumbre de sus predicciones».

En este sentido, el aumento de la capacidad de computación no implica un mayor conocimiento del clima; el ordenador se ha vuelto más listo, pero el hombre, no. Es más, los modelos sufren una maldición que tiene perplejos a los matemáticos: cuanto mayor es el número de variables que manejan, peor es su capacidad predictiva. A mayor complejidad y parametrización, menor precisión.


Por ello, sería deseable que los supuestos profesionales de la AEMET enfatizaran la «inevitable incertidumbre de las predicciones» no sólo cuando hacen predicciones meteorológicas, sino cada vez que hablan de cambio climático.

¿Qué hacer respecto de los cambios climáticos?

«El hombre no tiene poder para evitar el recalentamiento de la atmósfera, ni mucho menos para estabilizar el clima». Es posible que esta afirmación sea lo más relevante de la citada obra de Font, que además rechaza una reducción brusca de emisiones globales, pues implicaría «el colapso de la economía mundial», es decir, pobreza, hambre, muerte y guerra. Eso es a lo que nos conduce la suicida política europea de «cero emisiones».

Asimismo, Font se muestra muy poco preocupado con la posibilidad de un aumento descontrolado de la temperatura terrestre: «Aunque las emisiones de gases invernadero sigan creciendo, el calentamiento tendrá un límite, alcanzado el cual (…) la temperatura media global se mantendría constante, independientemente de cualquier incremento posterior en la concentración de dichos gases». Este fenómeno es conocido como la saturación del CO2, y significa que, a partir de cierta concentración de este gas residual, su efecto invernadero prácticamente desaparece.

Por todo ello, ante estas realidades «no cabe más actitud que la resignación, aceptando la impredecibilidad climática como una de las muchas limitaciones que la Naturaleza impone a nuestras actividades». El hombre no es Dios.

El insoluble problema de la predicción climática

Hoy en día, la férrea dictadura del poder y del dinero ha corrompido a la ciencia, que siempre fue una profesión pobre dependiente del mecenazgo. Pero hace un cuarto de siglo la ciencia era mucho más libre, y por eso Font se permitía escribir algo que hoy le condenaría a la hoguera: «También pudiera ocurrir que, a la larga, una vez pasado el período de adaptación a las nuevas condiciones climáticas, el balance final de las repercusiones económico-sociales resultase más bien beneficioso que perjudicial para el conjunto de la humanidad».

Y continúa: «Respecto a la actitud de los climatólogos, nos parece que lo más acertado sería que en lugar de dedicar tanto esfuerzo y dinero en tratar de resolver el insoluble problema de la predicción climática pusieran mayor énfasis en la investigación de la naturaleza y comportamiento del sistema climático de la Tierra, así como en las causas de los cambios climáticos (…)».

Fernando del Pino Calvo-Sotelo
(https://www.fpcs.es/)