sábado, 27 de diciembre de 2025

UNA JUNTA DE LADRONES



En algún pasaje de sus feroces diarios, Léon Bloy define el sufragio universal como «una carrera fatal hacia lo incalificable», basada en «la inmolación frenética, sistemática y mil veces insensata de la Calidad en aras de la Cantidad». En efecto, para lograr una mayor cantidad de votos, el gobernante envilece la calidad del pueblo; y, a su vez, el pueblo envilecido elige gobernantes de peor calidad, gobernantes cada vez más viles, hasta que finalmente una sórdida junta de ladrones gobierna con el aplauso de una chusma que chapotea en la abyección. Se trata de una visión clarividente y profética que también encontramos en aquel veredicto feroz de Donoso Cortés que nunca nos cansaremos de citar: «El principio electivo es de suyo cosa tan corruptora que todas las sociedades civiles, así antiguas como modernas, en que ha prevalecido han muerto gangrenadas».

Esta carrera fatal hacia 'lo incalificable', o hacia la muerte por gangrena, alcanza en esta fase terminal del Régimen del 78, bajo el mandato del doctor Sánchez y sus mariachis, una de sus expresiones más intimidantes y, a la vez, chuscas. Ocurre, sin embargo, que como la gente contempla el panorama con las anteojeras ideológicas, casi nadie percibe una evidencia clamorosa. El doctor Sánchez y sus mariachis no son políticos que, en el ejercicio del poder, se hayan corrompido o dejado corromper; el doctor Sánchez y sus mariachis son constitutivamente delincuentes que se dedicaron a la política para poder perpetrar más desahogadamente sus latrocinios. Esta distinción se nos antoja fundamental y no suficientemente señalada.

Aunque las ratas empiezan a abandonar el barco, todavía hay periodistas 'sobrecogedores' que tratan de exculpar al doctor Sánchez del cúmulo de escándalos que lo cercan. Para ello, lo pintan como un hombre ingenuo o aturdido que, tras ser traicionado por sus colaboradores, hace una 'selección de personal' nefasta, porque no tiene donde escoger y tiene que conformarse con reclutar purrela. Pero el doctor Sánchez no hizo sino rodearse de personas de su misma índole, como esos truhanes de las películas de atracos que van recolectando a una serie de 'especialistas', cada cual con sus habilidades específicas, hasta completar el equipo que necesita para acometer el robo del siglo. Sin adentrarnos en exceso en los territorios cenagosos donde yacen sepultados los antepasados del doctor Sánchez (por aquello de que los hijos no heredan los pecados de los padres), resulta en verdad llamativo que varios de ellos frecuentasen la cárcel, y alguno de ellos tras cometer crímenes horrendos. Y, sin necesidad de remontarnos en su árbol genealógico, descubrimos en el doctor Sánchez, desde sus mocedades, actitudes desaprensivas, hábitos inescrupulosos, arterías y enredos que delatan su índole. El episodio de su tesis doctoral, en realidad una ensalada de plagios aliñada por un negro, es característico de un timador redomado. Y, aunque nadie esté libre de enamorarse de la hija de un rufián, para lucrarse de las rufianerías del suegro o habitar pisos que han sido adquiridos con las rentas de su turbio negocio se requieren unas tragaderas especiales que sólo brinda la connivencia con el delito.

Todas estas actitudes desaprensivas y hábitos inescrupulosos del doctor Sánchez, aunque escamoteados por sus palmeros, son sobradamente conocidos por la inmensa mayoría de los españoles. Eran conocidos cuando el doctor Sánchez fue encumbrado como mandamás del partido de Estado; lo eran cuando ganó la moción de censura que lo convirtió en presidente del gobierno; lo seguían siendo cuando se presentó a elecciones. Un tipo que ha respirado los miasmas del proxenetismo y que ha obtenido títulos académicos fraudulentamente tendría, desde luego, que ocupar habitación en un establecimiento público; pero no en un palacio, precisamente. Sin embargo, en una sociedad tan gangrenada como la nuestra un tipo así puede ser encumbrado y habitar un palacio; y puede, una vez instalado en el palacio, seguir practicando las mismas actitudes desaprensivas y hábitos inescrupulosos que practicaba mientras vivía en un piso adquirido con las rufianerías del suegro. También puede obtener títulos académicos fraudulentos para la hija del rufián, convertida en catedrática de la noche a la mañana; y puede montarle con recursos públicos una oficina para que se lucre con turbios negocios, como antes se lucraba de las rufianerías del padre.

Y puede, en fin, rodearse de gentes de su misma calaña, un lumpen dedicado a la rapiña, el chantaje y el lenocinio. Los especímenes que ahora vemos desfilar hacia la cárcel no son políticos que, tentados por el dinero, terminaron probándose débiles o venales. Son delincuentes que, al abrigo de la política, pudieron explotar más desahogadamente sus habilidades particulares. Y todos fueron recolectados por el jefe de la banda, que a imitación de Monipodio en 'Rinconete y Cortadillo' se encarga de la 'selección de personal', eligiendo a quien le parece idóneo para el timo, para la estafa, para la paliza por encargo, etcétera. Luego, cuando las circunstancias lo aconsejen, el jefe de la banda puede fingir que no conoce a su séquito, como hace el príncipe Hal con Falstaff, su compañero de juergas; y llegado el caso, si el jefe de la banda se ve acorralado, puede hacerse el mártir ante sus adeptos fanatizados, presentándose como víctima de una persecución política. Por eso conviene contemplar a esta caterva desnudamente en lo que son, sin aderezos ni afeites ideológicos: una junta de ladrones que gobierna sobre un pueblo envilecido.

Juan Manuel de Prada

EL AGUA EMBALSADA NO PARA DE CRECER



Desde 2022 el agua embalsada en España ha crecido muchísimo, hasta el punto de que el mínimo anual de 2025 está entre los nueve más altos de los últimos 36 años, a pesar de un gasto superior a otros años para producir electricidad.

Somos más y gastamos más agua, pero afortunadamente es mentira que el cambio climático cause sequía. Al contrario, llueve más de lo que solía hacerlo hace dos y tres décadas.

(https://t.me/rvnesaragesaracovid19/)

LA OBEDIENCIA CIEGA SIEMPRE HA SIDO LA PERDICIÓN DE LA HUMANIDAD




Algo ha roto el tejido de nuestra percepción. Ves el aplauso para la injusticia, la celebración de la crueldad, la indiferencia orgánica ante el caer del prójimo, y una parte de ti, la que aún conserva la chispa humana, se pregunta: ¿cómo es posible?

La respuesta no está en la política. No está en la ideología.

Está enterrada en tu propia biología.

La neurociencia ha destapado un mecanismo aterrador, un "protocolo latente" en el cerebro humano. No es una teoría. Es un interruptor biológico. Y ha sido activado.

Este protocolo, cuando se dispara por una señal de "autoridad" percibida, hace algo inconcebible: apaga la empatía. No la suprime, la desconecta. Te convierte en un espectador amnésico de tu propia humanidad, capaz de procesar la barbarie como un simple dato, o incluso, como un evento a celebrar.

No se trata de gente "mala". Se trata de gente reprogramada.

Este es el secreto mejor guardado del poder. Para mantener un sistema, no se necesita un ejército de guardias. Se necesita una población cuyo switch de obediencia haya sido activado, que normalice lo aberrante y ataque a quienes aún gritan.

Ellos no quieren que sepas esto. Porque el conocimiento de este mecanismo es el primer paso para desactivarlo.

¿Estás listo para despertar del sueño que te impusieron?

(https://t.me/Despertadordelamatrix/)

viernes, 26 de diciembre de 2025

LA IA, SISTEMA OPERATIVO DEL TOTALITARISMO DIGITAL



La inteligencia artificial se presenta como neutral, objetiva e inevitable. Se nos dice que mejorará la eficiencia, gestionará la complejidad y facilitará la toma de decisiones en toda la sociedad. Sin embargo, una pregunta central no es solo qué puede o no puede hacer la IA, sino quién la controla y con qué fin.

La IA no es una fuerza autónoma. Es construida, financiada, entrenada, filtrada e implementada por gobiernos, corporaciones, agencias militares e instituciones financieras. Como cualquier tecnología administrativa, refleja las prioridades de quienes la diseñan y la poseen. Lo que hace históricamente peligrosa a la IA no es la inteligencia, sino la escala y la centralización.

La IA se está convirtiendo rápidamente en el sistema operativo de una nueva forma de poder.

De la gobernanza a la administración

Los sistemas totalitarios clásicos se basaban en la autoridad visible: leyes, policía, oficinas de censura y coerción que podía identificarse y resistirse. El totalitarismo digital -más precisamente, una forma avanzada del estado administrativo en la que el poder estatal y corporativo convergen y se materializan mediante sistemas técnicos- funciona de manera diferente.

En lugar de exigir creencias o lealtad pública, opera a través de sistemas de cumplimiento automatizado, dependencia procesal y toma de decisiones algorítmica.

Reemplaza la fuerza manifiesta por la administración.

La administración no discute. Configura.

En lugar de prohibir ideas directamente, filtra la visibilidad. En lugar de dar órdenes, impone condiciones. En lugar de castigar abiertamente la disidencia, restringe el acceso discretamente. La obediencia no se produce por el miedo, sino por la dependencia de sistemas con los que no se puede negociar.

La IA es especialmente adecuada para esta función. Permite la toma de decisiones automatizada a gran escala, sin juicio humano en el momento de la ejecución. La responsabilidad se disuelve en el procedimiento. El poder se vuelve difícil de localizar, cuestionar o apelar.

Esto no es un escenario futuro. Ya está en marcha.

La consolidación del poder a través del código

El poder que antes se distribuía entre instituciones ahora se consolida en una única capa tecnológica. Los sistemas basados ​​en IA centralizan cada vez más el control sobre:

· visibilidad de la información

· identidad digital

· acceso financiero

· vigilancia y seguimiento

· aplicación automatizada

Al igual que la planificación central en economía, la gobernanza algorítmica promete eficiencia mientras elimina silenciosamente el conocimiento local, la discreción y la responsabilidad.

Cada uno de estos dominios existió independientemente en el pasado. Su separación limitó el poder. La IA a escala de civilización derriba esas fronteras. Billones de dólares de financiación basada en deuda, generados mediante la expansión monetaria, se están invirtiendo en la creación de estos sistemas.

Cuando los sistemas de información se vinculan con los sistemas de identidad, la identidad con los sistemas financieros y los sistemas financieros con la aplicación automatizada de la ley, el control ya no requiere confrontación política. Se vuelve infraestructural. El sistema gobierna por defecto.

Esta concentración de poder no tiene precedentes históricos.

La IA se está convirtiendo en el sistema operativo de una economía tecnocrática y un estado administrativo: una infraestructura que integra las finanzas, la industria, la burocracia y la gobernanza. Esta transformación no ha surgido orgánicamente de la demanda del mercado. Ha sido posible gracias a una expansión monetaria y un respaldo institucional sin precedentes, que protegen de fallos a los sistemas dependientes de la IA y transfieren el riesgo al público. A medida que el acceso financiero, el empleo y la administración se condicionan a sistemas algorítmicos, la libertad no desaparece mediante la coerción manifiesta, sino mediante una participación evaluada, filtrada y gestionada.

Cuando el código reemplaza a la ley


La ley es lenta, imperfecta y responsable. El código es rápido, opaco y definitivo.

Los sistemas algorítmicos ahora determinan si las transacciones se aprueban, el contenido es visible, las cuentas se marcan o el acceso se restringe, no mediante arbitraje, sino mediante clasificación automatizada. Estas decisiones se toman sin explicación, apelación ni autoridad humana identificable.

No comparece ningún funcionario. No se emite ninguna justificación.

La desplataforma financiera, la moderación automatizada de contenido, la puntuación algorítmica de riesgo y el filtrado de elegibilidad ya funcionan de esta manera. La IA permite que estos mecanismos se extiendan más allá de la administración humana.

El control avanza no mediante la retórica autoritaria, sino mediante la implementación técnica.

El mito de la inteligencia neutral

La IA suele describirse como objetiva o basada en la evidencia. Esto es engañoso. Los sistemas de IA no razonan ni comprenden la verdad. Reproducen patrones de conjuntos de datos seleccionados bajo restricciones institucionales.

Cada conjunto de datos refleja decisiones editoriales. Cada modelo refleja decisiones políticas. En temas políticamente sensibles, se excluyen grandes categorías de información debido a la gestión de riesgos corporativos, la presión gubernamental y el consenso tecnocrático. Lo que queda fuera de esos límites desaparece silenciosamente.

Estos límites se definen menos por la censura abierta que por los marcos de riesgo de las plataformas y la alineación regulatoria. La información suele desaparecer no porque alguien diga "prohíban esto", sino porque las plataformas se alinean con los reguladores y el riesgo legal predefinido, y se anticipan discretamente a cualquier problema que pueda surgir.

El sesgo no se manifiesta como propaganda. Se manifiesta como ausencia.

Dado que la producción de máquinas parece impersonal, posee una autoridad que los mensajes políticos abiertos no pueden. Así es como la gestión narrativa evoluciona hacia la gobernanza automatizada.

La dependencia como mecanismo de control

A medida que las sociedades se vuelven dependientes de sistemas mediados por IA, la exclusión se vuelve cada vez más costosa, no porque se prohíba la disidencia, sino porque el acceso a la vida económica, social y administrativa se enruta progresivamente a través de interfaces algorítmicas.

La banca, el empleo, la educación, la comunicación y los servicios públicos requieren cada vez más la interacción con sistemas automatizados. La participación se vuelve condicional. La retirada puede tener una intención apolítica, pero el sistema la considera una cuestión de acceso, no de creencia.

Así es como el control se estabiliza sin coerción. La gente obedece no porque esté de acuerdo, sino porque el sistema parece inevitable.

La delegación del juicio

El mayor peligro que plantea la IA no es solo la vigilancia o la pérdida de empleo. Es la delegación del criterio humano.

La IA destaca en probabilidad y optimización. No puede comprender el significado, la conciencia ni las consecuencias morales. Sin embargo, las instituciones, cada vez más, externalizan precisamente estas facultades humanas a procesos mecánicos, en los ámbitos de las finanzas, la medicina, la educación, el derecho y la gobernanza.

Cada delegación parece eficiente. Juntas, generan una transferencia silenciosa de autoridad del discernimiento humano al procedimiento automatizado.

Una sociedad que automatiza el juicio acaba olvidando cómo juzgar. Con el tiempo, las poblaciones repiten narrativas y prioridades generadas por máquinas, confundiéndolas con las suyas. El razonamiento público da paso a los resultados del sistema. El debate cede ante la obediencia a las normas algorítmicas.

Totalitarismo sin tiranos

Este orden emergente no requiere dictadores ni ideología de masas. Requiere infraestructura, automatización, dependencia y la normalización de la conveniencia por encima de la autonomía.

El totalitarismo digital avanza gradualmente. Cada sistema se justifica como útil. Cada integración se presenta como progreso. Cada pequeña pérdida de discreción es gradual; incluso cuando se detecta y se resiste, el sistema avanza.

Cuando la arquitectura se hace visible, ya no parece opcional.

Estas dinámicas se examinan con mayor profundidad en el libro The AI Illusion: Digital Totalitarianism, Technocracy, and the Global War for Human Consciousness.

Conclusión

La IA no está adquiriendo conciencia. No necesita hacerlo.

Su poder reside en convertirse en un elemento fundamental: el sistema operativo del que depende cada vez más la vida económica, informativa y administrativa, gobernada por instituciones tecnocráticas . Una vez que el control se integra a ese nivel, ya no necesita anunciarse. Simplemente, ejecuta.

El juicio, la responsabilidad y el autogobierno ya están siendo reemplazados por sistemas automatizados cuya autoridad es procedimental, no responsable. Lo que se pierde no es la libertad en un sentido drástico, sino el propio hábito del juicio humano. Una vez que este hábito se erosiona, el poder ya no opera mediante la ley o el debate, sino mediante sistemas que funcionan automáticamente e inapelablemente.

(Fuente: https://markgerardkeenan.substack.com/; visto en https://www.verdadypaciencia.com/)

LA SALUD DERROTADA


CÓMO NOS AFECTAN LAS RADIACIONES