ASTILLAS DE REALIDAD
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jueves, 25 de diciembre de 2025
miércoles, 24 de diciembre de 2025
COVID: EL ENSAYO GENERAL DEL ESTADO PROFUNDO PARA LA ERA DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
El relato oficial sobre la pandemia ya está escrito: un virus que “saltó” de un murciélago, algún animal exótico intermedio, destrucción de bosques, desequilibrios ecológicos y, por supuesto, la ciencia civilizada corriendo heroicamente detrás del desastre natural. Es un cuento prolijo, moralmente aceptable, que reparte culpas difusas y exime de responsabilidad a quienes realmente manejan los resortes del poder.
Pero cuando uno se toma el trabajo de mirar los documentos, las filtraciones, las denuncias internas y las propias audiencias en el Congreso de Estados Unidos, el cuadro que aparece es muy distinto. Lo que se ve no es improvisación sanitaria ni error de cálculo: es un sistema de poder que hace años venía jugando con fuego en laboratorios de alta peligrosidad, que sabía lo que estaba pasando, que encubrió lo que no le convenía mostrar y que aprovechó el caos para acelerar un cambio de época.
El Instituto Brownstone reconstruye una cronología que ya no se puede esconder debajo de la alfombra. Ralph Baric, uno de los principales expertos en coronavirus y técnicas de ganancia de función, se reunía periódicamente con funcionarios de la oficina del Director Nacional de Inteligencia de EE.UU. para hablar precisamente de esto: coronavirus, adaptación a humanos, escenarios futuros. Es decir, la inteligencia estadounidense estaba al tanto de investigaciones extremadamente sensibles al menos cinco años antes de que el mundo se enterara de la existencia del COVID-19. No miraban desde afuera: estaban adentro.
Seymour Hersh, que no es un bloguero anónimo sino uno de los periodistas de investigación más reconocidos del planeta, aporta otro dato: la CIA tenía una espía dentro del Instituto de Virología de Wuhan. En 2020 esa agente reporta un accidente y la infección de un investigador. Es decir: sabían que algo grave había pasado, sabían dónde, sabían cómo y sabían con quién.
Y ahí ocurre un movimiento clave: el 18 de marzo de 2020, el Departamento de Seguridad Nacional reemplaza al Departamento de Salud como principal agencia de respuesta al COVID. La pandemia deja de ser un problema sanitario civil y pasa a ser un asunto de seguridad nacional. Traducido: inteligencia, secreto, control. Cuando un tema pasa de Salud a Seguridad Nacional, el objetivo ya no es sólo cuidar a la población, sino proteger intereses estratégicos y gestionar daños políticos.
En paralelo, un informante de la CIA denuncia que la organización ofreció importantes incentivos económicos a científicos que inicialmente sostenían que el origen del virus era de laboratorio. De siete expertos consultados, seis consideraban que se trataba de una fuga. Después de los “incentivos”, mágicamente cambiaron de opinión. No fue un debate científico: fue una operación para fabricar consenso. La ciencia como coartada, no como búsqueda de verdad.
Anthony Fauci, el “zar” de la salud norteamericana, se reúne con las más altas instancias de la CIA sin dejar constancia formal. Las investigaciones señalan que el objetivo era influir en la narrativa sobre el origen del virus, porque él mismo estaba involucrado en la trama de las investigaciones de ganancia de función y no quería quedar expuesto. En 2021, científicos del Departamento de Defensa recopilan pruebas serias sobre la fuga en laboratorio. La directora nacional de Inteligencia del gobierno de Biden, Avril Haines, les prohíbe presentar esas pruebas o participar de debates. Los que tenían información concreta, silenciados.
Mientras tanto, en el frente interno se monta el tercer pilar: la censura. La CISA, agencia del Departamento de Seguridad Nacional, implementa mecanismos mediante los cuales el gobierno indica a las plataformas qué contenido es aceptable y qué debe ser suprimido. Se lanza una “junta de gobernanza de la desinformación”, una especie de Ministerio de la Verdad que formalmente fracasa por rechazo público, pero deja instalada la lógica: lo que contradice la narrativa oficial se borra, se hunde en los algoritmos o se estigmatiza. El objetivo ya no es sólo gestionar una emergencia sanitaria, sino blindar una versión de los hechos y destruir cualquier discusión sobre el origen del virus, la responsabilidad de los laboratorios, el rol de la CIA y de todo el aparato de inteligencia.
Si uno junta las piezas, el cuadro es bastante claro: la inteligencia estadounidense estuvo involucrada en estos temas al menos cinco años antes, tenía al principal experto en coronavirus trabajando en Wuhan, tenía espías dentro del instituto, recibió informes sobre el accidente y, cuando el virus empieza a circular, se hace cargo del tema, desplaza a Salud, compra científicos, opera la narrativa del origen natural y arma una infraestructura de censura global. Eso no es un Estado sorprendido por un cisne negro. Es el Estado profundo gestionando una crisis que conoce demasiado bien.
¿Y quién es el Estado profundo? No es un monstruo místico, es un bloque de poder bien identificable: agencias de inteligencia, cúpulas del Pentágono, sistema financiero globalista que lubrica todo, complejo militar-industrial, fundaciones y think tanks que fabrican discurso, ONGs que ponen rostro humano a las agendas, medios de comunicación y plataformas que irradian la versión oficial. Ese núcleo funciona más allá de quién se siente en la Casa Blanca. Por eso no alcanza con votar a Trump, Obama o Biden: los presidentes pasan, el entramado permanece.
La ciencia, en todo esto, no aparece como un método de verificación, sino como una nueva religión secular. No se puede dudar, no se admite herejía. Los sumos sacerdotes científicos declaran que el origen es natural, que el murciélago, que el pangolín, que la tala de bosques, y cualquiera que plantee la hipótesis del laboratorio es expulsado del templo. Se manipula la investigación para darle soporte “técnico” a una operación política.
La pregunta clave es: ¿para qué? ¿Por qué el Estado profundo se mete de lleno en esta historia?
La respuesta está en el agotamiento de la globalización tal como fue concebida en los 90. Esa globalización, diseñaba para que las corporaciones occidentales gobernaran el mundo con Estados Unidos manejando finanzas, comercio, tecnología y cultura, salió torcida. El gran beneficiado fue China. Las cadenas de suministro, la producción industrial, la capacidad tecnológica, todo se fue desplazando hacia Oriente, mientras en Occidente se desindustrializaba la economía, se erosionaba la clase media y se debilitaba el propio poder imperial norteamericano. La caída de Estados Unidos estaba diseñada para desembocar en un gobierno corporativo global, pero había un “detalle”: ese gobierno no debía quedar en manos de Rusia y China.
Cuando la herramienta de dominio (la globalización) empieza a beneficiar más al competidor que al creador, hay que cambiar de juego. Y la pandemia aparece -planificada, inducida o simplemente aprovechada- como oportunidad perfecta para hacer lo que no se puede hacer en tiempos de normalidad: resetear el sistema de golpe.
¿Qué hizo la pandemia? Cortó las cadenas de producción global, quebró miles de pequeñas y medianas empresas, permitió una emisión monetaria masiva justificada como “rescate”, concentró aún más la riqueza en manos del capital financiero y reforzó la dependencia de la población respecto al Estado y, sobre todo, de las Big Tech. Todo pasó por plataformas digitales: trabajo, educación, consumo, vínculos. Se aceleró la digitalización en tres años como no se hubiera logrado en décadas. Fue un reset brutal de la globalización clásica.
En paralelo, asoma el verdadero reemplazo de la mano de obra barata asiática: la inteligencia artificial. Si puedo automatizar procesos, ¿qué sentido tiene seguir dependiendo de fábricas deslocalizadas en el sudeste asiático? Si puedo producir cerca de mi mercado con robots y algoritmos, no necesito cadenas de suministro globales. Si puedo monitorear y modelar el comportamiento de millones de personas en tiempo real, ya no necesito sociedades abiertas, sólo poblaciones conectadas y vigiladas. Si tengo la infraestructura digital, no necesito Estados fuertes, sólo administraciones dóciles que garanticen electricidad, redes y servidores.
Para que ese nuevo modelo funcione se requieren varias condiciones: centralización de datos, estandarización, disciplinamiento social y dependencia tecnológica. La pandemia fue el laboratorio perfecto para todo eso. Teletrabajo, educación virtual, dinero digital, trámites y gestiones centralizados, plataformas gubernamentales que acumulan datos biométricos, patrimoniales, sanitarios, de movilidad. Todo bajo el relato del “progreso” y la “modernización”. Nadie preguntó demasiado.
Un pequeño ejemplo: un municipio argentino que otorga rango de “funcionario” a un bot de inteligencia artificial para habilitar comercios. No es que un algoritmo ayude al funcionario: el algoritmo es el funcionario. Lo extraordinario no es la tecnología en sí, sino la naturalidad con la que le entregamos poder de decisión a un sistema que nadie votó, que nadie controla y que, sin embargo, determina qué se puede hacer y qué no. Y el comentario automático de la gente es casi una parodia: “Si la IA hace el trabajo, saquemos al intendente”. Es decir, la población pide que lo gobierne directamente el sistema.
Todo esto encaja con la vieja doctrina norteamericana de la “gestión del caos”: se generan escenarios caóticos —guerras híbridas, pandemias, crisis financieras— que parecen incontrolables, pero en el fondo son administrados por el mismo núcleo de poder que los desata o aprovecha. Un mundo desglobalizado, fragmentado, temeroso, saturado de tecnología y emocionalmente agotado es mucho más fácil de gobernar para una élite financiera y estratégica que opera desde las sombras.
La biología entra en el arsenal de la guerra híbrida como una herramienta más. No hace falta probar que el COVID fue un arma deliberada para entender el patrón: biolaboratorios militares en Ucrania y otras ex repúblicas soviéticas, financiados por el Pentágono; investigaciones de doble uso en territorios cercanos a los rivales; recopilación de material biológico de poblaciones específicas; negación sistemática hasta que ya no se puede negar más, y lavado posterior bajo la etiqueta de “programas defensivos”. La pandemia se inserta en esa lógica: biología, información, finanzas, propaganda y sanciones como piezas coordinadas de un mismo tablero.
¿Y Rusia y China? ¿Por qué no denuncian todo esto a los gritos en la ONU si -como es obvio- saben más que cualquiera de nosotros? Porque la política real no es Twitter. Para acusar formalmente a Estados Unidos tendrían que mostrar pruebas obtenidas por espionaje, quemar fuentes, revelar capacidades, exposiciones que los dejarían ciegos a futuro. Sería abrir una caja de Pandora que también los salpica: la fuga fue en Wuhan, en un laboratorio chino, con protocolos chinos, investigadores chinos y acuerdos científicos con Norteamérica que no conviene ventilar.
Además, nadie va a una guerra mundial por un tema que, en términos de bajas directas, no les destruyó divisiones enteras ni alteró su capacidad estratégica. Lo que sí destruyó fue la credibilidad de Occidente, y eso, paradójicamente, los favorece. La pandemia debilitó a Estados Unidos y Europa, fracturó sus sociedades, aceleró la transición a un mundo multipolar que beneficia a China y a Rusia más de lo que los perjudica. Sería un pésimo negocio dinamitar esa ventaja con una denuncia formal que, además, perderían en el terreno discursivo, porque los organismos internacionales, los grandes medios y el sistema universitario global están bajo órbita occidental.
En la guerra híbrida nadie va a la comisaría a llorar. Se insinúa, se filtra, se expone por terceros, se aprovechan los errores del rival. Se cobra por otros medios.
Queda entonces la pregunta final: ¿qué nos deja todo esto?
Primero, que la inteligencia estadounidense no fue una víctima sorprendida del COVID sino un actor central que conocía lo que estaba pasando, que encubrió lo que no podía admitir y que aprovechó el caos para adelantar un cambio de modelo.
Segundo, que la pandemia fue el punto de inflexión que permitió dinamitar una globalización que ya no controlaban, digitalizar la vida cotidiana, disciplinar a las sociedades, debilitar a los populismos que desafiaban al establishment y preparar el terreno para un orden regido por la inteligencia artificial.
Tercero, que el método quedó a la vista: shock, miedo, saturación, dependencia tecnológica y después “soluciones” que se quedan para siempre. Como pasó tras el 11 de septiembre con los controles aeroportuarios, la biometría, la vigilancia: llegó como respuesta a una crisis, se quedó como normalidad.
¿Plan perfecto o caos aprovechado? Probablemente una mezcla de ambas cosas. No hace falta imaginar un villano de película apretando un botón para desatar el apocalipsis. Basta con ver cómo un sistema que ya venía jugando con virus peligrosos, guerras híbridas y tecnologías de control social encontró en la pandemia la oportunidad soñada para reescribir las reglas del juego con una humanidad agotada, empobrecida y emocionalmente rendida.
El Estado profundo necesitaba romper la globalización que ya no le servía y domesticar a las sociedades para la era digital. El COVID le dio la excusa, la infraestructura y el miedo necesarios para hacerlo. Y, como siempre, la factura no la pagan los laboratorios, ni la CIA, ni los fondos de inversión: la pagamos nosotros.
Marcelo Ramírez
(Visto en https://noticiasholisticas.com.ar/)
¿SE PUEDE SER MÁS TONTO QUE LOS "LÍDERES" EUROPEOS?
Ya está bien, europeos racistas, de practicar tradiciones que cierto camellero analfabeto no aprobaba. Luego os extrañáis de que Francia, Alemania y Australia tengan que cancelar las celebraciones de Año Nuevo, que, por si acaso, convenga despedirse de toda la familia antes de ir a un mercadillo navideño, de que algún "trastornado" le de por apuñalaros al tún tún.
¿Les habéis pedido permiso a los islamistas para continuar con las tradiciones de vuestros ancestros? Si es que váis provocando, y si acogéis a inmigrantes de la religión de la paz no debe ser para impedirles mostrar su sagrado rechazo a vuestros derechos y libertades. Luego os extrañáis que los clérigos a los que facilitáis la vida prediquen la yihad contra vuestra corrupción y decadencia, que los jóvenes que sostenéis con vuestros impuestos en vez de mostrar agradecimiento os odien y rechacen, que manadas de falsos menas violen a vuestras niñas y adolescentes que salen solas a la calle como animales sin dueño, carentes de todo recato, mostrando provocativamente su carne tentadora, ...
Menos mal que ya muy pronto seremos mayoría en vuestros países y dictaremos nosotros las leyes. Europa se someterá a la sharia quiera o no, y los infieles seréis humillados y sometidos. ¡Hágase la voluntad de Alá!
ESTAMOS EN GUERRA Y NO QUEREMOS ENTERARNOS
La ministra de sanidad holandesa reconoció frente al parlamento que toda la operación COVID-19 fue militar y que simplemente obedecían órdenes (todo el gobierno holandés) de la OTAN.
Ya en su momento advertimos que las vacunas COVID no eran otra cosa que armas utilizadas contra la población, o contramedidas sanitarias (como a ellos les gusta llamarlas). Todas las decisiones que se fueron tomando por parte de los distintos gobiernos mundiales fueron en obediencia al DOD (departamento de defensa) y la OTAN; encierros, distancia social, cierre de negocios, test, pasaportes digitales, vacunas, protocolos genocidas, etc.
Ahora los encierros serán climáticos y se deben al Cambio Climático, que en los países occidentales no son otra cosa que operaciones de geoingeniería de la OTAN, cómo no. Dentro de la geoingeniería entran las sequías programadas (con dispersión por aerosoles diarios), las DANAS, las tormentas estacionarias, las ciclogénesis explosivas, las filomenas, las subidas de temperatura de entre 8 y 10 grados cada vez que fumigan, la destrucción de embalses, presas y azudes, las riadas provocadas, la destrucción del sector primario, los desplazados climáticos (valencianos que serán desahuciados, embargados, expropiados y arruinados), las expropiaciones de fincas para poner granjas solares, el vaciado de los pueblos para reubicar a la gente en ciudades de 15 minutos, el "no tendrás nada y serás feliz" dependiente de la paguita del Estado.
La decisión es sencilla, pues nadie va a venir a salvarnos. Nos toca elegir entre ser libres o esclavos, nos toda elegir entre ser cómplices o estar en el lado correcto de la historia y pagar el precio. ¿Qué dirán de nosotros las generaciones futuras? Las decisiones se toman hoy, el que se deja llevar o espera que sea el vecino el que haga algo, ya ha elegido.
(Tomado de Juan Zaragoza)
martes, 23 de diciembre de 2025
INTELIGENCIA ARTIFICIAL: UN MONSTRUO CREADO PARA CULMINAR LA TOMA DE CONTROL DE LA HUMANIDAD
A raíz de las distópicas sandeces aceptadas mayoritariamente por la población mundial durante la falsa pandemia, se ha ido confeccionando todo un entramado de medidas de control, las cuales traerán, no tardando mucho, la esclavitud total de la humanidad. Y aunque la mayoría de la gente ni siquiera es consciente de ello, estas medidas ya han sido votadas, aprobadas y puestas en marcha en prácticamente todos los países del mundo. Sólo es cuestión de tiempo para que veamos su verdadera intención.
Con la llegada de la inteligencia artificial (IA) el proceso se ha acelerado de una manera exponencial. Y es que nos han convencido de que la IA hará un mundo mejor. Sin embargo, la IA –que bien podría ayudar a la humanidad en tareas burocráticas rutinarias- no es más que un lavado de cerebro y adoctrinamiento propagandístico, cuyo objetivo es convertir a los humanos en inútiles.
La IA está sustituyendo el talento natural por el “copia y pega”, además de ser una herramienta de control extremadamente eficiente. Aquí reside su verdadero valor para los oligarcas, que han visto en ella el “santo grial” para llevar a cabo su agenda de despoblación, control y esclavización total.
La UE acaba de lanzar la identidad digital y el euro digital para que los ciudadanos europeos puedan identificarse, compartir datos y hacer transacciones de forma rápida y segura (eso afirman). Pero tanto la identidad digital como el euro digital programable son dos caras de la misma falsa moneda: una identifica y controla, la otra permite o prohíbe existir económicamente.
Oficialmente, tanto la identificación digital como el euro digital se nos venden como nuevas herramientas tecnológicas que simplificarán y harán más cómoda y segura la vida de los ciudadanos. Sin embargo, la realidad es que estas herramientas fusionarán todas las facetas de nuestra existencia: nuestra salud, dinero, crédito social, viajes, huella de carbono personal, vacunas, situación fiscal, etc. Obviamente, a partir de que estas nuevas tecnologías entren en funcionamiento todo se volverá controlable y programable.
Si esto se llegara a implementar -y se implementará, no me cabe la menor duda- un simple exceso en cualquiera de las infinitas restricciones que tendremos que soportar (sanitarias, climáticas, alimentarias,…) bastaría para bloquear cualquier transacción económica que quisiéramos hacer en ese momento. Si, por ejemplo, nos hemos excedido en la cuota de CO₂ que tenemos asignada para cada mes o hemos generado más residuos del cupo que tenemos establecido, podría ser que al ir a cargar el coche eléctrico la máquina expendedora rechazara la operación. En definitiva, todo un nuevo control social totalitario -adornado de comodidad- del que no podremos escapar.
Mientras la gente está distraída con toda una sarta de sandeces, a cada cual más estúpida, está pasando por alto el tema más crucial de nuestras vidas: la usurpación de todo cuanto confiere a nuestra existencia.
La identidad digital dará paso al confinamiento algorítmico y al encarcelamiento tecnocrático digital. Esto supone el fin de la libertad, la propiedad privada y muy posiblemente el fin de la humanidad tal como la conocemos. Por consiguiente, nos convertiremos en esclavos a perpetuidad de una clase dominante tecnocrática miserable.
No nos equivoquemos, esto no es progreso, sino un cambio radical para mantener a raya a la sociedad. Lo que estamos viviendo no es más que la culminación inminente de un plan llevado a cabo por las élites durante generaciones para la dominación global, y la tecnología se lo ha puesto a huevo.
Desde la aparición de la tecnología la humanidad está siendo controlada por un sinfín de nuevas herramientas cada vez más sofisticadas. Pero permitir la identificación digital, el dinero digital y la digitalización de todo lo que nos rodea representa el mayor riesgo al que nos enfrentamos. Si lo consiguen, todo lo demás resultará irrelevante, ya que el control total estará asegurado y no habrá vuelta atrás.
Esto no es una teoría de la conspiración, sino una conspiración real en toda regla contra la humanidad. La única solución reside en que emerja una masa crítica suficiente de personas que tomen conciencia de no someterse ni obedecer. Sólo de esta manera los gobiernos y la clase dominante dejarían de oprimir a las masas. Evidentemente, esto no implica la participación de todos, pero sí el de un número suficiente de personas valientes que lleven a cabo la acción unánime de desobedecer. Porque si esto se llegara a producir, ten por seguro que inmediatamente después este movimiento sería secundado por las masas.
¿Difícil? Pues claro que sí, ya que deshacerse de la manipulación, las ideologías y la propaganda que durante siglos hemos sufrido no parece tarea fácil. Sin embargo, debo decir que nunca ha habido un despertar de la gente como ahora. Creo que esa masa crítica de personas despiertas ya existe y es suficiente. Sólo necesitan salir de su zona de confort y el coraje necesario para pasar a la acción, porque el tiempo se acaba.
Se trata de que esa masa crítica de personas valientes (cientos de millones) empiece a ignorar, desobedecer y no acatar ningún mandato o ley del gobierno que atente contra la integridad de las personas y la verdadera libertad. ¡Nada de identificación digital! ¡Nada de dinero digital! ¡Nada de agenda verde! ¡Nada de vacunas obligatorias! ¡Nada de mandatos climáticos! ¡Nada de tiranías sanitarias! ¡Nada de estúpidas guerras! ¡Nada de armas de destrucción masiva! ¡Nada de votar a partidos políticos!... Si esta resistencia fuera capaz de mantener su postura el tiempo necesario se lograría parar esta locura.
Luego, claro está, si no queremos volver al punto de partida deberíamos deshacernos del Estado y del sistema monetario y financiero de los bancos, cosa crucial para cambiar de paradigma. Esto no tiene por qué implicar renunciar a las cosas que funcionan. Pero no abolir el Estado por completo, con todo su poder, significaría volver a claudicar por cobardía, ignorancia o indiferencia.
Todos aquellos que pasan de estos temas no son conscientes de que estamos a punto de quedarnos sin nada. No saben que si no reaccionamos ahora el futuro que nos espera será convertirnos en humanoides totalmente dependientes de la tecnología. Y no es que la tecnología sea mala, al contrario, es una herramienta muy útil para el hombre. Pero digitalizarlo todo es un peligro para nuestra autonomía. La decisión es nuestra y sólo nuestra: vivir en libertad, o vivir en una cárcel digital sin rejas de la que no podremos escapar.
Pero ahora intenta explícaselo tú a toda esa gente que anda enganchada a la IA, que ya no sabe ni quiere vivir sin ella.
(https://pepeluengo2.blogspot.com/)
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