viernes, 5 de diciembre de 2025

JACOBO GRINBERG Y EL MISTERIOSO MUNDO CHAMÁNICO (4ª PARTE)



El siguiente ejemplo de poder chamánico no puede explicarse diciendo que fue algún tipo de autoengaño colectivo. Sir Arthur Francis Grimble era un administrador colonial británico que en 1914 pasó a desempeñar el cargo de comisario residente en las islas Gilbert, en el océano Pacífico. Más adelante describiría los cinco años que pasó en la islas en una autobiografía titulada Pattern of Islands (1952), que obtuvo un gran éxito. El libro se ocupa principalmente de la vida cotidiana y el autor utiliza un tono realista que es muy apropiado. Sin embargo, en uno de los capítulos describe un acontecimiento tan extraño que parece no tener ninguna explicación normal. Un anciano jefe, llamado Kitiona, criticó la delgadez de Arthur Francis Grimble y le recomendó que comiese carne de marsopa. Grimble preguntó cómo podía adquirir carne de marsopa y le dijeron que el primo hermano de Kitiona, que vivía en el poblado de Kuma, era «llamador de marsopas» hereditario. Grimble había oído hablar de lo de «llamar a las marsopas», es decir, de que ciertos chamanes poseían la facultad de hacer que las marsopas, mamíferos marinos parecidos al delfín, salieran a la orilla mediante alguna clase de magia. Grimble la clasificaba con el truco indio de la soga. Este truco o magia consistía en que un fakir lograba que una cuerda quedara repentinamente rígida en posición vertical. Entonces un niño trepaba por ella y desaparecía una vez llegado a lo alto. El fakir, armado con una espada, escalaba la cuerda tras el niño y desaparecía igualmente al llegar al extremo superior. A continuación, miembros ensangrentados del niño comenzaban a caer desde lo alto a una cesta que había en el suelo. Y finalmente, el fakir reaparecía bajando por la cuerda y volcaba el contenido de la cesta mostrando al niño intacto y en perfecto estado.

Volviendo al tema de las marsopas, Grimble preguntó cómo se hacía y le contestaron que dependía de poder tener cierto sueño. Si el «llamador de marsopas» lograba tener dicho sueño, el espíritu salía de su cuerpo y podía visitar a la gente-marsopa e invitarla a un banquete y un baile en el poblado de Kuma. Cuando las marsopas llegaban al puerto, el espíritu del soñador, regresaba apresuradamente a su cuerpo y alertaba a la tribu. Grimble se mostró interesado y Kitiona prometió que mandaría su canoa a buscarle cuando su primo estuviese preparado. A su debido tiempo llegó la canoa y Grimble fue llevado a Kuma. Llegó acalorado, sudoroso e irritable, y fue recibido por un hombre gordo y amistoso que le explicó que era el «llamador de marsopas». El hombre se metió en una choza protegida por hojas de cocotero recién trenzadas. «Emprendo mi viaje», dijo al despedirse. Grimble se instaló en la choza contigua. Dieron las cuatro, que era la hora en que debían producirse resultados según había prometido el mago, pero no pasó nada. Sin embargo, las mujeres estaban trenzando guirnaldas, como si fuera a celebrarse una fiesta, al tiempo que iban llegando amigos y parientes de los poblados vecinos. A pesar del ambiente festivo, hacía un calor agobiante. La fe de Grimble empezaba a flaquear a causa de la tensión cuando de la choza del soñador salió un aullido sofocado. Grimble dio un salto y vio que su pesado cuerpo salía disparado de cabeza a través de las pantallas de hojas. Cayó cuan largo era, se levantó trabajosamente y con pasos vacilantes se apartó de la choza. Se quedó de pie unos instantes, dando manotazos en el aire y quejándose con una extraña nota aguda que hacía pensar en un perrito. Luego empezó a hablar a borbotones: «¡Teirake! ¡Teirake! (¡Levantaos! ¡Levantaos!). ¡Que vienen, que vienen! Bajemos a recibirlas». Echó a andar pesadamente en dirección a la playa. Un rugido se alzó del poblado: «¡Que vienen, que vienen!». Grimble se encontró corriendo a la desbandada con otras mil personas hasta los bajíos, chillando a todo pulmón que nuestras amigas del oeste ya venían. Grimble corría detrás del soñador y los otros convergieron en él desde el norte y el sur. Se desplegaron formando una larga línea, unos al lado de otros, y siguieron corriendo atropelladamente por los bajíos.

Grimble acababa de meter la cabeza en el agua para refrescarse cuando un hombre que corría cerca profirió un aullido y señaló hacia un lugar; otros le imitaron, pero al principio no pudo ver nada debido a los reflejos cegadores del sol en el agua. Cuando por fin pudo verlas, todos chillaban como locos. Según Grimble, “ya estaban bastante cerca, avanzando hacia nosotros a gran velocidad. Cuando llegaron al borde de las azules aguas junto al arrecife, aflojaron la velocidad, se desplegaron y empezaron a nadar hacia atrás y hacia delante enfrente de la línea que formábamos nosotros. Entonces, de repente, desaparecieron“. En medio del silencio tenso que se produjo a continuación, pensó que se habían ido. La decepción era tan grande que Grimble no se paró a pensar que, aun así, acababa de ver una cosa muy extraña. Estaba a punto de tocar la espalda del soñador para despedirse cuando se volvió hacia Grimble con cara tranquila y musitó, al tiempo que señalaba hacia abajo: «El rey procedente del oeste viene a verme». Los ojos de Grimble siguieron su mano. Allí, a menos de diez metros, estaba la enorme silueta de una marsopa suspendida como una sombra reluciente en las aguas verdes y cristalinas. Detrás de ella había toda una flotilla de marsopas. Y Grimble explica: “Avanzaban hacia nosotros en extensa formación con separaciones de dos o tres metros entre ellas y cubrían todo el espacio que alcanzaba mi vista. Se movían tan lentamente que parecían estar en trance. Su jefe pasó muy cerca de las piernas del soñador. Éste se volvió sin decir palabra y echó a andar a su lado camino de las bajíos, sin prisas. Yo la seguía uno o dos pasos de su cola casi inmóvil. Vi que a derecha e izquierda de nosotros otros grupos se volvían de cara a la playa de uno en uno, los brazos alzados, la cara inclinada sobre el agua. Brotó un parloteo en voz baja y retrocedí un poco para poder abarcar toda la escena. La gente del poblado daba la bienvenida a sus invitados a tierra con palabras arrulladoras. Sólo los hombres andaban al lado de las marsopas; las mujeres y los niños seguían su estela y batían palmas suavemente para marcar el ritmo de una danza. Al acercarnos a los bajíos de color verde esmeralda, la quilla de las marsopas empezó a tocar la arena y los animales movieron las aletas como si pidieran ayuda. Los hombres se inclinaron para rodearlas con los brazos y ayudarlas a salvar los obstáculos. Las marsopas no mostraban la menor señal de alarma. Era como si su único deseo fuese alcanzar la playa“.

Y Grimble sigue explicando: “Cuando el agua sólo nos llegaba hasta los muslos, el soñador alzó repentinamente los brazos y llamó. Los hombres situados en los flancos se acercaron para rodear a las visitantes, diez o más hombres por cada animal. «¡Arriba!» , gritó entonces el soñador, y los pesados cuerpos negros fueron medio arrastrados y medio llevados a cuestas, sin que se resistieran, hasta el borde de la marea. Allí los depositaron en tierra, aquellas formas bellas y dignas, totalmente en paz, mientras el infierno se desataba a su alrededor. Hombres, mujeres y niños empezaron a dar saltos y a hacer gestos mientras proferían chillidos que desgarraban el cielo; luego se quitaron las guirnaldas y las arrojaron alrededor de los cuerpos inmóviles, empujados por una súbita y terrible furia de jactancia y burla. Mi cerebro todavía se resiste a recordar aquella última escena: la gente enloquecida, los animales tan triunfalmente quietos. Los dejamos con las guirnaldas donde yacían y volvimos a nuestras casas. Más tarde, cuando la marea se retiró y quedaron varadas lejos del agua, los hombres bajaron con cuchillos para cortarlas en pedazos. Aquella noche hubo banquete y baile en Kuma. Reservaron para mí una porción de carne como la que reciben los jefes. Esperaban que la hiciera curar y que fuese la dieta para mi delgadez. La salaron debidamente, pero no me sentí con ánimos de comerla…“. Parece claro que no hay gran diferencia entre la «magia» que Córdova aprendió en el Alto Amazonas y la magia de los «Ilamadores de marsopas» en el Pacífico Sur. Aparentemente, ambas se basan en alguna extraña capacidad telepática o en lo que Weil llama «el inconsciente colectivo». Puede parecer que al aventurarnos a entrar en este reino de la «magia» primitiva hemos dejado atrás todo el sentido común. Sin embargo, aunque resulte extraño, la sugerencia de que soñar puede producir facultades «paranormales» o, mejor dicho, aprovechar facultades que todos poseemos, cuenta con cierto respaldo científico.

A principios del decenio de 1980, el doctor Andreas Mavromatis, de la Brunel University de Londres, dirigió a un grupo de estudiantes en la exploración de los «estados hipnagógicos», es decir, los estados de la conciencia entre el sueño y la vigilia. En el estado hipnagógico (entre la vigilia y el sueño) es común pensar que se está despierto, hasta tal punto que se tiene seguridad de tener los ojos abiertos, de ver y oír cosas alrededor, pero no se puede uno mover. En un libro titulado Mental Radio (1930), el novelista norteamericano Upton Sinclair habló de las facultades telepáticas de su esposa, May, que había sido telépata desde la infancia. May Sinclair explicó que para llegar a un estado mental telepático, ante todo tenía que concentrarse. No concentrarse en algo, sino sencillamente estar muy alerta. Luego tenía que producir una profunda relajación, hasta encontrarse al borde del sueño. Una vez en tal estado, la telepatía era posible. Mavromatis aprendió solo a hacer lo mismo: a provocar estados de concentración y profunda relajación simultáneas. Lo que ocurre en estos es que vemos ciertas imágenes o situaciones con extrema claridad. El filósofo y escritor británico Colin Henry Wilson describe su propia experiencia: “Yo mismo lo conseguí por casualidad después de leer el libro de Mavromatis titulado Hypnogogia. Hacia el amanecer, me desperté a medias, flotando todavía a la deriva en una agradable somnolencia, y me encontré contemplando un paisaje montañoso dentro de mi cabeza. Era consciente de que estaba despierto y de yacer en la cama, pero también de contemplar las montañas y el paisaje de color blanco, exactamente como si estuviera mirando algo en la pantalla de un televisor. Poco después de esto, volví a quedarme dormido. La parte más interesante de la experiencia fue la sensación de contemplar el paisaje, de poder concentrarme en él y desviar mi atención, exactamente igual que cuando estaba despierto“. Un día, cuando el doctor Mavromatis estaba medio dormido en un círculo de estudiantes, escuchando mientras uno de ellos efectuaba la psicometría de algún objeto que tenía en la mano, tratando de «sentir» su historia, empezó a «ver» las escenas que el estudiante estaba describiendo.

Luego empezó a alterar sus visiones hipnagógicas, capacidad que había adquirido por medio de la práctica, y descubrió que el estudiante empezaba a describir sus visiones alteradas. Convencido entonces de que los estados hipnagógicos estimulan la telepatía, pidió a los estudiantes que «captasen» las escenas que él imaginaba, y comprobó que lo conseguían con frecuencia. Su conclusión es que «algunas imágenes hipnagógicas que aparentemente ‘no hacen al caso’ podrían ser fenómenos con sentido que pertenecieran a otra mente». Dicho de otro modo, que T. S. Eliot podría estar equivocado al pensar que «cada uno de nosotros piensa en la llave, cada uno en su prisión». Thomas Stearns Eliot, conocido como T. S. Eliot (1888 – 1965) fue un poeta, dramaturgo y crítico literario británico-estadounidense. Representó una de las cumbres de la poesía en lengua inglesa del siglo XX. Según José María Valverde, poeta y ensayista español, en efecto, «la publicación de The Waste Land convierte a T. S. Eliot en la figura central de la vida poética en lengua inglesa. […] La crítica saludó el complejo y oscuro poema […] como símbolo de una época de desintegración, que trataba desesperadamente de poner algún orden en el creciente caos aplicando mitologías y formas heredadas del pasado». La telepatía es, de hecho, quizá la más probada de las facultades «paranormales» y, en general, los estudiosos de lo paranormal están de acuerdo en que las pruebas de su existencia son irrefutables. El libro Hypnogogia, de Mavromatis, va más allá y sugiere que hay un vínculo entre la telepatía y los estados oníricos. Diríase, pues, que lo que Mavromatis ha reproducido bajo control con sus estudiantes es lo que los indios amahuacas de Brasil, eran capaces de hacer utilizando drogas psicotrópicas bajo la dirección de su chamán, o sea, alcanzar la «conciencia de grupo». Es posible imaginar lo que sucedió cuando el «llamador de marsopas», antes indicado, entró en su choza. Al igual que Mavromatis, se había enseñado a sí mismo el arte de soñar de forma controlada y, por lo tanto, de sumirse en un trance hipnagógico que él podía controlar. Tenemos que suponer que entonces podía dirigir sus sueños hacia el reino de las marsopas y comunicarse directamente con ellas. Los experimentos efectuados con marsopas inducen a pensar que son animales muy telepáticos. Aparentemente por medio de la «hipnosis» las marsopas fueron inducidas a nadar hasta tierra y permitir que las sacasen a la playa.

Encontramos al hombre de Cro-Magnon practicando la magia cinegética, que debió de darle una nueva sensación de control de la naturaleza, así como de su propia vida. Es muy posible que considerase que sus chamanes eran dioses, del mismo modo que el hombre primitivo de una edad posterior, por ejemplo, en Zimbabwe, África, y en Angkor, Camboya, tenía a sus reyes-sacerdotes por dioses. La magia era la ciencia del hombre primitivo, toda vez que cumplía la función básica de la ciencia, que consiste en ofrecer respuestas a las preguntas básicas. Ya no era un animal pasivo, una víctima de la naturaleza. Trataba de comprender y, en lo referente a las cuestiones importantes, tenía la sensación de comprender. Otro aspecto básico debe ponerse de relieve. Los rituales fúnebres del hombre de Neandertal indican claramente que creía que había vida después de la muerte. Y todos los chamanes, desde Islandia hasta Japón, se consideran a sí mismos mediadores entre este mundo y el mundo de los espíritus. En todo el mundo, los chamanes han declarado que, al someterse a los rituales y las pruebas para ser chamanes, entraron en el mundo de los espíritus y hablaron con los muertos. Los chamanes creen que su poder procede de los espíritus y de los muertos. La importancia de esta observación reside en que el sacerdote-chamán se siente poseedor de una comprensión tanto del cielo como de la tierra. Y esto es algo que incluso un cosmólogo moderno se mostraría reacio a pretender. El chaman se sentía en la posición de quien posee conocimiento divino, en que no cabe duda de que el resto de la tribu compartía esta opinión. Lo cual induce a pensar que hace 40.000 años, puede que hasta 100.000, el hombre había alcanzado un estado de ánimo extrañamente «moderno».

La tradición ocultista se basa en la idea de que existía en el pasado una ciencia que abrazaba la religión y las artes. Este conocimiento sólo lo poseían los miembros de una pequeña casta de iniciados y los albañiles medievales lo codificaron en las grandes catedrales góticas. Según el historiador escocés William Stirling: “Desde los tiempos del antiguo Egipto esta ley ha sido un arcano sagrado que se comunica exclusivamente por medio de símbolos y parábolas y cuya creación, en el mundo antiguo, constituía la forma más importante de arte literario; por consiguiente, su exposición requería una casta sacerdotal a quien se hubiera enseñado su uso, y en él se instruyó a los gremios de artistas iniciados, que existieron en todo el mundo hasta tiempos relativamente recientes. Hoy en día todo esto ha cambiado”. Si pensamos en lo que Manuel Córdova aprendió en la selva del Amazonas, podemos ver que entrañaba el aprendizaje de ciertas «facultades» que parecen casi míticas. En primer lugar, la facultad de participar en el «inconsciente colectivo» de la tribu. Vemos que Córdova pudo ver una procesión de pájaros y otros animales y que los vio de forma mucho más detallada que por medio de la percepción normal. El jefe de la tribu le había enseñado a hacer uso activo de su hemisferio derecho, que a su vez proporcionaba mucha más riqueza de asociaciones que la percepción visual normal. El hemisferio derecho del cerebro es un hemisferio integrador, centro de las facultades viso-espaciales no verbales, especializado en sensaciones, sentimientos, prosodia y habilidades especiales; como visuales y sonoras no del lenguaje como las artísticas y musicales. Concibe las situaciones y las estrategias del pensamiento de una forma total. Integra varios tipos de información (sonidos, imágenes, olores, sensaciones) y los transmite como un todo. El método de elaboración utilizado por el hemisferio derecho se ajusta al tipo de respuesta inmediata que se requiere en los procesos visuales y de orientación espacial.

Sería un error pensar que la telepatía es una facultad «paranormal». Con una serie de experimentos que llevó a cabo en el decenio de 1960, el doctor Zaboj V. Harvalik, físico de la universidad de Misuri, demostró que la telepatía tenía una base científica. Para empezar, Harvalik se sintió intrigado por el arte del zahorí, es decir, la facultad de ver lo que está oculto y que, al parecer, poseen todos los pueblos primitivos. Al observar que la varilla del zahorí, una ramita bifurcada que sostienen las dos manos por las dos puntas de la horquilla, reaccionaba siempre a una corriente eléctrica o magnética, empezó a sospechar que el arte del zahorí es básicamente electromagnético. Hincó verticalmente en tierra dos cañerías de agua, separadas por unos 18 metros, y conecto sus extremos con una potente batería. En cuanto encendió la corriente, la varilla reaccionó retorciéndose en sus manos. Hizo la prueba con algunos amigos y descubrió que todos podían hacer de zahorí si la corriente era suficiente. Una quinta parte de ellos pudieron detectar incluso corrientes de sólo dos miliamperios. Todos mejoraron de forma constante con la práctica. La radiestesia o rabdomancia es una actividad pseudocientífica que se basa en la afirmación de que los estímulos eléctricos, electromagnéticos, magnetismos y radiaciones de un cuerpo emisor pueden ser percibidos y, en ocasiones, manejados por una persona por medio de artefactos sencillos mantenidos en suspensión inestable como un péndulo, varillas “L”, o una horquilla que supuestamente amplifican la capacidad de magneto-recepción del ser humano. Un zahorí, a veces llamado radiestesista o rabdomante, es alguien que afirma que puede detectar cambios del electromagnetismo a través del movimiento espontáneo, de dispositivos simples sostenidos por sus manos, normalmente una varilla de madera o metal en forma de “Y” ó “L” o un péndulo. Los zahoríes afirman ser capaces de detectar la existencia de flujos magnéticos o líneas Ley, corrientes de agua, vetas de minerales, lagos subterráneos, etc., a cualquier profundidad, y sustentan la eficacia de la técnica en razones psicológicas, y los movimientos de los instrumentos por el efecto ideo-motor. Mientras para algunos defensores de la técnica, se trataría de una habilidad explicable por la ciencia, otros la tratan de “facultad supranormal“.

En 1986, la revista Nature incluyó el zahorismo en una lista de “efectos que se presuponían paranormales, pero que pueden ser explicados por la ciencia“. En concreto, el zahorismo puede ser explicado en términos de pistas sensoriales y conocimientos previos del zahorí, efectos de expectativas y probabilidad. Los escépticos y algunos creyentes piensan que el instrumento usado por el zahorí no tiene energía propia, sino que amplifica pequeños movimientos inconscientes de las manos, efecto conocido como efecto ideo-motor. Esto haría de la varilla un instrumento de expresión de conocimiento o percepción subconsciente del adivino. Algunos autores afirman que el ser humano podría ser sensible a pequeños gradientes del campo magnético terrestre, aunque no hay evidencia sobre ello. El zahorismo, tal y como se practica hoy en día parece haberse originado en Alemania durante el siglo XV para encontrar metales. Harvalik también reparó en que las personas que parecían incapaces de hacer de zahorí «sintonizaban» repentinamente después de beber un vaso de whisky. Se supone que el whisky les relajaba e impedía la injerencia del «lado izquierdo del cerebro». El hemisferio izquierdo es la parte motriz capaz de reconocer grupos de letras formando palabras, y grupos de palabras formando frases, tanto en lo que se refiere al habla, la escritura, la numeración, las matemáticas y la lógica, como a las facultades necesarias para transformar un conjunto de informaciones en palabras, gestos y pensamientos. Harvalik descubrió que una tira de papel de aluminio enrollada en la cabeza bloquea por completo la capacidad de hacer de zahorí, lo cual también demuestra que el fenómeno es básicamente eléctrico o magnético. Un maestro zahorí llamado Wilhelm De Boer era capaz de detectar corrientes bajísimas, de una milésima de miliamperio. Incluso podía detectar las señales de las emisoras de radio, para lo cual daba la vuelta lentamente hasta quedar de cara a la emisora.

Sintonizando una radio portátil en la misma dirección, Harvalik comprobaba que De Boer había acertado. Asimismo, De Boer podía seleccionar determinada frecuencia con exclusión de las demás, lo cual se parecía a nuestra capacidad de «sintonizar» con conversaciones diferentes en una fiesta. Cuando alguien inventó un magnetómetro capaz de detectar las ondas cerebrales, Harvalik se preguntó si un zahorí también podría captarlas. Se colocaba de espaldas a una pantalla en su jardín, con tapones en los oídos, y le decía a algún amigo que caminase hacia él desde el otro lado de la pantalla. La varilla de zahorí captaba la presencia del amigo cuando éste se hallaba a unos tres metros de distancia. La distancia se multiplicaba por dos si Harvalik le pedía al amigo que pensara en cosas «excitantes». Parece, pues, que el arte del zahorí es simplemente la facultad de detectar señales electromagéticas. Pero ¿cómo las detecta la varilla de zahorí? Al parecer, alguna parte del cuerpo, que Harvalik dedujo que eran las glándulas suprarrenales, capta la señal y la transmite al cerebro que, a su vez, hace que los músculos tengan convulsiones. Las glándulas suprarrenales son dos estructuras retroperitoneales, la derecha de forma piramidal y la izquierda de forma semilunar, ambas situadas encima de los riñones. Su función consiste en regular las respuestas al estrés, a través de la síntesis de corticosteroides y catecolaminas, como la adrenalina. Los músculos estriados que intervienen en ello están sometidos al control del lado derecho del cerebro. Los experimentos de Harvalik se describen en Christopher Bird, The Divining Hand (1979). El arte del zahorí, al igual que la telepatía, es una facultad del lado derecho del cerebro. Si el arte del zahorí y la telepatía tienen explicación científica, entonces es posible comprender cómo el chamán de la edad de piedra podía influir en el movimiento de los bisontes o los ciervos y garantizar el éxito de los cazadores dibujando estos animales y poniendo así en marcha el proceso de «asociación».

(Visto en https://oldcivilizations.wordpress.com/)

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