martes, 12 de agosto de 2025

40 AÑOS DE CUANDO MITTERRAND AUTORIZÓ LA OPERACIÓN QUE HUNDIÓ EL ’RAINBOW WARRIOR’, EL BUQUE PROTESTA DE GREENPEACE



Para preservar los intereses nucleares de Francia, y pese a su fingida indignación, el presidente de la República Francesa que más tiempo permaneció en el cargo, François Mitterrand, aceptó que agentes franceses neutralizasen por todos los medios a Greenpeace en el Pacífico Sur.


«Ha decidido ser aquél que no ha visto ni oído nada. Con técnica y sutileza, mistificó a todo el mundo, incluido a los suyos», escribe sobre la actitud de François Mitterrand en el escándalo del Rainbow Warrior el veterano periodista Franz-Olivier Giesbert en la extensa biografía que le dedica. Obviamente, Mitterrand lo había visto y oído todo. Es más: sabía perfectamente desde el 15 de mayo de 1985 que agentes de la Dgse (Dirección General de la Seguridad Exterior, el contraespionaje galo) iban a operar en el Pacífico Sur para frenar el acoso de los activistas de Greenpeace.

El objetivo de la organización ecologista era impedir que Francia siguiera practicando pruebas nucleares en su atolón de Mururoa.

Aquel 15 de mayo de 1985, a las 6 de la tarde, Mitterrand recibió al almirante Pierre Lacoste, a la sazón jefe de la Dgse. Venía a pedir autorización para poder actuar —con todo lo que esta palabra significa en el universo de los servicios de inteligencia— en la zona del Pacífico Sur. «Jamás me hubiera lanzado en semejante operación sin la autorización personal del presidente de la República», escribió Lacoste en una nota fechada el 10 de abril de 1986, meses después de haber sido destituido.

Los hechos: el 10 de julio de 1985, una explosión acaecida en el puerto de Auckland (Nueva Zelanda) vuela el Rainbow Warrior, buque propiedad de Greenpeace, que se disponía a navegar rumbo a Mururoa para abanderar una de sus campañas. Sus ocupantes habían sido avisados previamente de lo que iba a ocurrir, por lo que abandonaron rápidamente el buque; pero al fotógrafo de Greenpeace, Fernando Pereira, no le había da dado tiempo a recoger sus pertenencias: fue el único fallecido de la operación.

De los primeros resultados de la investigación se desprende que la explosión estuvo supervisada por los «falsos esposos Turenge», que oficialmente se encontraban de viaje turístico en Nueva Zelanda. En realidad, Alain Mafart y Dominique Prieur -que no mantenían ningún tipo de relación sentimental entre ellos- eran agentes de la Dgse.

Es en ese momento cuando empezó a cundir el pánico en las altas esferas políticas francesas. Mas en vez de reconocer los hechos, o de no negarlo, desde el Elíseo se pergeñó una estrategia de desinformación. Oficialmente para proteger a sus agentes. Sobre todo, para protegerse a ellos mismos y a los suyos, empezando por el ministro de Defensa, Charles Hernu, fiel entre los fieles del jefe del Estado, de quien era amigo personal.

Hernu, además, había sido la persona que había convencido al Partido Socialista, cuando aún estaba en la oposición, de la imperiosa necesidad de apoyar la doctrina nuclear gala, basada en la disuasión, elaborada por el presidente Charles De Gaulle en los sesenta. Desde la elección de Mitterrand en 1981, Hernu era el encargado de hacerla respetar.

Mas Hernu también tenía sólidos enemigos en el primer círculo mitterrandiano. Los tres principales eran el primer ministro Laurent Fabius, el titular de Justicia, Robert Badinter y el de Interior, Pierre Joxe. Este último, a través del director general de la Policía Nacional, Pierre Verbrugghe, organizó las filtraciones a Le Monde para desacreditar la propaganda de Hernu, según la cual los agentes de la Dgse habían actuado sin avisar al poder político.

El verano de 1985 se convirtió, pues, en una partida de ping pong informativa. El Gobierno tuvo que reconocer que dos equipos de buceadores de la Dgse habían participado en la voladura del Rainbow Warrior. Sin embargo, para despejar su responsabilidad, encargó un informe al alto funcionario Bernard Tricot, último secretario general del Elíseo de la era De Gaulle.

Tricot, en su trabajo, complació al poder, como sabiendo lo que se esperaba de él. Solo dudó acerca del papel jugado por el jefe de la Casa Militar de Mitterrand, el general Jean-Michel Saulnier. Pero al presidente, ni tocarle. Fue contraproducente: cuando el 17 de septiembre, Le Monde demostró, en contra de los desmentidos gubernamentales, que un tercer equipo de buceadores de la Dgse estaba implicado en la voladura, Fabius, tal y como confesó en 2019 en el documental Si la France savait, pidió a los integrantes de la cúpula militar que le jurasen por escrito que ni ellos ni sus subordinados estaban implicados en la operación. Estaba harto de que le tomaran el pelo. Todos se lo juraron menos el almirante Lacoste.

El desenlace era ya inevitable: destituyó a Lacoste y pidió a Mitterrand la cabeza de Hernu: la obtuvo. Tres días después, afirmó públicamente que «los agentes de la Dgse habían actuado por orden». ¿De quién? De Hernu, con conocimiento de Mitterrand. Cela va sans dire…

Preguntado por El Debate, Edwy Plenel, que llevó la investigación por cuenta de Le Monde y que sigue siendo, hoy en día, uno de los periodistas más controvertidos de Francia, niega que la intención de Mitterrand fuera poner a prueba a Fabius, «sino eludir sus propias responsabilidades en el atentado. (…) Este secreto sólo fue compartido con el ministro de Defensa y el jefe de su Casa Militar. El primer ministro y el resto del gobierno nunca fueron informados ni implicados. Tras el atentado, cuando la Dgse se vio cada vez más implicada, Mitterrand se encerró en una estrategia de mentira, que escenificó tomando por idiota a su primer ministro, hasta el punto de exigirle cínicamente que estableciera la verdad».

Una versión que corrobora otro periodista de investigación, Hervé Gattégno, en un muy documentado libro de reciente publicación sobre el escándalo y basado en los archivos del almirante Lacoste. «Este es, pues, el sentido de la orden dada a Charles Hernu por François Mitterrand: ocultar el papel de la Dgse, mentir sobre su propio papel, preservar al gobierno. Su supervivencia en el gobierno dependía de ello. La actitud del ministro de Defensa en las semanas siguientes demostró que lo comprendía. Contrariamente a lo que se dijo y escribió más tarde, no fue Hernu quien mintió a Mitterrand, sino Mitterrand quien le dijo que mintiera. Al aceptar seguir esta instrucción, el ministro eligió su destino: iba a ejecutar las órdenes del presidente ... y a dejarse ejecutar por él», escribe.

En cuanto al almirante Lacoste, Plenel señala que se comportó con dignidad, con la ética de un marino que es el último en abandonar su barco cuando éste se hunde. Protegió a su departamento y a sus hombres. También él se vio atrapado por las mentiras de Mitterrand. Cuando Nueva Zelanda detuvo a la falsa pareja Turenge e implicó a Francia, le hubiera gustado ver una negociación discreta entre dos países aliados. Pero no fue escuchado. La mentira de Estado queda comprobada.

José María Ballester Esquivias
(Fuente: https://www.eldebate.com/; visto en https://www.grupotortuga.com/)

2 comentarios:

  1. Quizá nos distrajeron de alguna Historia, como se comentó ayer.

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  2. Pasmao

    Aquí hizo lo mismo con ETA.
    La apoyó mientras se hacía el loco y quemaban nuestros camiones.

    Y por el camino se cargó nuestra industria nuclear. Que de eso se trataba.

    A su lado Trump un boy scout

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