domingo, 14 de julio de 2024

¿UN ATENTADO GUIONIZADO?



Lo sucedido en el mitín de Donald Trump en Pensilvania va más allá del suceso puntual que cabe esperar en un país tan polarizado como los EE.UU. y donde el acceso a las armas es tan fácil. De alguna manera viene a ser un eco del trauma que sacudió al país el 22 de noviembre de 1963, cuando el trigésimo quinto presidente de la nación cayó asesinado en Dallas. Ambos atentados han sucedido durante una campaña de reelección de quien ya había sido presidente, en ambos la primera impresión es que el tirador era un loco solitario que resulta abatido sin llegar a ser juzgado y ambos han generado imágenes icónicas que perdurarán en la memoria histórica.


Y detrás de las semejanzas tenemos el contraste entre lo sucedido hace 61 años y lo ocurrido ayer, empezando porque esta vez el magnicidio no se ha consumado, sino que el hombre que estaba en la mira del tirador ha salido reforzado hasta el extremo de que nadie duda ya de lo inevitable de su reelección. La reacción de fuerza, orgullo y liderazgo que adopta Donald Trump se va a ir mostrando extraordinariamente eficaz en las próximas horas y días de cara a galvanizar a sus partidarios. Nada en él escora apunta al victimismo o la pasividad, no resulta sepultado por los miembros del servicio secreto que se arremolinan en torno a él para protegerle, se yergue del suelo herido pero desafiante y grita varias veces "¡Luchad!" a sus partidarios. Ni el mejor guionista hubiera podido mejorar la secuencia. De hecho, la perfecta épica que desprende ha levantado suspicacias en los escépticos habituales.

¿Estamos ante un atentado "representado" ante el mundo de acuerdo con un guión previo? De ser así nos encontramos con tres posibilidades:

- Hipótesis 1.- El atentado fue preparado para dar el espaldarazo definitivo a la candidatura de un Trump que se beneficiaría así de un caudal de simpatía colectiva análogo al recibido por el entonces líder de la oposición José Mª Aznar tras el extraño intento de magnicidio de ETA que tuvo lugar el 19 de abril de 1996 y que el interesado valoró con un significativo "¿Qué, parece que hoy ya tengo carisma, no?", que pronunció a las pocas horas en la Zarzuela, dando la réplica a quienes desde medios como EL PAÍS criticaban su imagen grisácea, anodina y carente de atractivo.

En cualquier caso, esta hipótesis resulta inaplicable a este caso por puro sentido común, porque, como explica KontraInfo, "nadie en su sano juicio contrataría a un francotirador para que dispare a  un objetivo a 130 metros de distancia con el fin de herirlo en la oreja, a milímetros de morir, mientras la persona se mueve dando un discurso". Ni hay tirador que pueda garantizar una herida tan precisa ni el candidato Trump tenía necesidad alguna de poner en riesgo su vida cuando su posición en la competición presidencial es tan ventajosa, con un oponente de una incompetencia supina, pedófilo, claramente demenciado y cuyas continuas meteduras de pata son la rechifla de prensa y público. Ni el más atolondrado conspiracionismo daría crédito a un montaje así.


- Hipótesis 2.- El atentado fue permitido bajo las condiciones de control posibles en un acto multitudinario, con todos los riesgos que ello conlleva. El único candidato serio a la presidencia llevaba no solo chaqueta, sino también camisa antibalas, y habría cumplido a la perfección con su papel de señuelo. Reforzando esta segunda posibilidad tenemos que la posición desde la que dispara el tirador está cubierta por un francotirador que repele sus disparos y abate al asesino frustrado, no sin que antes éste haya alcanzado al ex-presidente en una oreja y a dos miembros del público, a uno de ellos de forma fatal. A quienes dicen torpemente que todo esto es un simulacro hay que recordarles que aquí hay disparos reales, balas reales y muertos reales.


Si se amplia la imagen se aprecia perfectamente como una bala
rasga el aire por encima del hombro de Donald Trump
- Hipótesis 3.- El atentado era tan previsible que además de las extremadas medidas de seguridad estaría previsto un protocolo de actuación si resultaba fallido, como ha sido el caso. Y en este protocolo encontraríamos un "apuntador" tan obvio como el hombre que en la famosa película Zapruder -que registra cómo fue abatido el presidente Kennedy- abre un ostensiblemente un paraguas que está absolutamente fuera de lugar en un día soleado, indicando obviamente a los tiradores que el objetivo ha sido alcanzado y que pueden retirarse para que la operación pase a la siguiente fase (el señalamiento del chivo expiatorio).

Solo que aquí el apuntador no está al servicio del complot asesino sino de la representación prevista para optimizar las dramáticas circunstancias. Una vez claro que Trump ha sobrevivido, un hombre de aspecto extraño cercano a los hechos e inexplicablemente impertérrito desarrolla una secuencia de gestos que le dan la pauta al herido para superar el "shock" y asumir su papel de líder reforzado. En el siguiente vídeo es claro que un asistente cercano al estrado, un tal Vicente Fusca (el del sombrero) que hace un saludo militar con su mano izquierda como dando la pauta de cuál ha de ser la acción del protagonista de los hechos (Rafapal sostiene que "Fusca" es un disfraz bajo el que se esconde John Kennedy Jr., a quien la próxima semana Trump "destapará" como su candidato a vicepresidente).



Particularmente extraña es la actuación del servicio de seguridad del acto, que fue alertado de la presencia de un sospechoso encaramado a un tejado con un arma, pese a lo cual no reaccionaron hasta que comenzó el tiroteo.


Otros elementos sugieren una negligencia inexplicable por parte de quienes debían proteger a Trump. Dos ejemplos:

- la enorme bandera que presidía el acto era un indicador valiosísimo para cualquier francotirador experimentado para calcular la dirección y la fuerza del viento. En los polígonos de tiro en que entrenan tiradores siempre hay una bandera que cumple esa función. Tal indicador, eficaz en las imágenes que muestran a Trump repuesto del disparo en la oreja, no debía haber sido permitido.

- había contrafrancotiradores apuntando hacia el edificio en que estaba el asesino frustrado, pero no dispararon hasta que éste tomó la iniciativa.

El servicio de protección de Trump o bien fue increíblemente incompetente, o bien dejaron hacer a un pelele cuya acción camuflaba la de algún tirador o tiradores expertos que fueron neutralizados discretamente aprovechando el intercambio de fuego producido, un proceder extraordinariamente arriesgado, dado que el tirador solitario, cuya función hubiera sido meramente la de cabeza de turco, estuvo a punto de cobrarse su presa.


La imagen superior muestra otro hecho que, de ser casual, sumaría otro azar inexplicable de los que se dan cita en este suceso: el servicio secreto pide a varios asistentes que despejen la parte trasera del estrado justo instantes antes de que empiecen los disparos.

Ignoro la verdad definitiva del caso, pero creo que sabemos lo suficiente como para hilvanar algunas hipótesis coherentes con ello. Y creo también que solo el minucioso análisis de cómo actuó el servicio de seguridad nos puede dar las claves definitivas de lo que realmente sucedió.


Recordemos que todo prestidigitador sabe llamar nuestra atención hacia la mano que nos distrae con algo espectacular, pero irrelevante, mientras que es la mano que mantiene fuera de la acción del público la que ejecuta el truco real.

Tal vez nunca sepamos lo que ocurrió realmente en Pensilvania, pero sí que vamos a ser testigos de una borrasca que arranca en este momento y que puede llevarse por delante muchas cosas, incluyendo no solo al grupo Antifa, al que pertenecía el Oswald de esta historia, sino al propio Partido Demócrata si se demuestra que estuvo detrás de la conspiración orquestada. Esto no ha hecho más que empezar.

Y aquí de nuevo la comparación con el magnicidio de Kennedy nos lleva a la expectativa de por dónde irá la investigación de lo sucedido. Entonces hubo una Comisión Warren cuyo cometido, analizado "a posteriori", pareció limitarse a ocultar a la opinión pública los numerosos indicios de complot que se dieron cita, puesto que los investigadores ignoraron no solo al "hombre del paraguas" antes mentado, sino las numerosas evidencias de cómo en torno a Oswald se tejió una biografía "ad hoc" que hacía de él el hombre de paja perfecto para cargar con las culpas, el número de casquillos de bala recogidos en la Plaza Dealey, cuya mera suma demostraba que era imposible que hubiera actuado un solo tirador, los testimonios de quienes afirmaron haber oído disparos desde la valla de madera en el montículo del Grassy Knoll, etc., siendo el mayor mérito, a la postre, de la inoperante comisión el crear la denominación de "teóricos de la conspiración" para quienes señalaron las numerosas insuficiencias del informe final que buscó establecer una verdad oficial apuntalada poco menos que con alfileres, denonimación que hemos adoptado con orgullo los discrepantes de toda verdad oficial prefabricada contra la lógica y las evidencias.

Un providencial giro de 45º en la posición que ocupaba Trump fue la diferencia
entre la vida y la muerte. Quienes pregonan que estamos ante una puesta en es-
cena orquestada no saben ni de lo que hablan. Tal vez meramente creen que 
cuanto más extravagante sean sus afirmaciones, más despiertos están.


(posesodegerasa)

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