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lunes, 5 de mayo de 2025
CUANDO LA PENÍNSULA IBÉRICA SE APAGA ...
En nuestro mundo moderno reinan la comodidad tecnológica y la conectividad, por lo que el repentino apagón eléctrico que ha sumido a España y Portugal en la oscuridad total no es un simple incidente técnico. Es el reflejo de una realidad mucho más inquietante de un sistema global que vacila bajo el peso de sus propios chantajes. Porque cuando el hada electricidad desaparece, no es solo la corriente que se apaga, sino también la ilusión de un control perfecto, que la humanidad se ha forjado injertándose en sus máquinas. Detrás de este acto brutal se esconde pues una cuestión geopolítica importante, una advertencia que no puede ignorarse. Y hay que preguntarse: ¿quién tiene realmente las palancas del poder en un mundo interconectado, y cuáles son las consecuencias para aquellos que se atreven a desafiar este orden establecido por un pacto de corrupción? Porque este corte no es un accidente, es una lección, un mensaje, una advertencia y quizás incluso un preludio a una era de caos y sumisión a fuerzas mucho más malignas que las que hemos estado acostumbrados.
Así, el hada electricidad, amante caprichosa del mundo moderno, se ha ido de un solo golpe de la península ibérica, como una amante arrugada y vengativa. Y no son solo las bombillas que se han aapaaado, son dos países cristianos y civilizados que se hundieron completamente en la oscuridad del mundo en la Edad Media. España y Portugal han sido sumergidos en un negro absoluto y no el del vino tinto o del fado nostálgico, sino el de lo desconocido, del silencio helado de las máquinas, del grito primal a nuestros contemporáneos totalmente desarmados y desamparados sin la tecnología. Porque este corte masivo, lejos de ser un simple mal funcionamiento técnico, no es una coincidencia. Es una bofetada cósmica, un recordatorio brutal y filosófico al hombre moderno, que no es más que una prótesis, injertado a las máquinas que mantienen su ilusión de control.
Pero entonces, ¿qué pasó exactamente? El 24 de abril de 2025, el gobierno español se atrevió por fin a romper un contrato de armamento con Israel, denunciando las atrocidades en Gaza y nombrando sin temblar lo que tantos otros ni siquiera se atreven a pensar del genocidio en curso. Y aquí, menos de una semana después, toda la península ibérica se hunde en la oscuridad. ¿Coincidencia? Tal vez. Pero yo no lo creo. La pregunta que se plantea entonces es ¿quién más, si no Israel, maestro indiscutible de la guerra electrónica y de la guerra cibernética, tendría la capacidad, la experiencia y la motivación para atacar así, con un simple clic, sin dejar rastro? Es un mensaje, una agresión, un chantaje geopolítico apenas velado, tanto que lleva la marca de la arrogancia y de la impunidad a las que están acostumbrados estos seres sin alma. Por tanto, no se ha producido un simple fallo de la red, sino que se ha emitido una advertencia.
Recordemos que en octubre de 2024, como por casualidad unos días después de una toma de posición política contra Tel-Aviv, la ciudad de Valencia quedó sumergida bajo las aguas. Otra "coincidencia", ¿crees? Y hoy, solo tres días después de haber roto sus contratos multimillonarios de armamento con los israelíes de IMI Systems Ltd - representada por la empresa Guardian Defense and Homeland Security S.A. en Madrid, también israelí - España y su vecino portugués se apagan en un apagón total. ¿Castigo? ¿Mensaje? ¿O bien prueba a escala real de lo que podría suceder a todos los que quieren decir la verdad sobre estos colonos sanguinarios? ¿Quién más podría ser capaz de crear tales daños a gran escala y podría ser responsable de ello?
Solo que la advertencia de este ataque no estaba destinada solamente a los pueblos de Europa, sino también a los globalistas, a los arquitectos de este sistema de corrupción global, donde el dinero ficticio y la estafa financiera reinan como maestros. Al sumergir a España y Portugal en la oscuridad, no es solo el fracaso de nuestra dependencia de la electricidad lo que se nos recuerda, sino también la alarma de que las fuerzas ocultas que gobiernan este mundo, a través de redes de influencia e intereses financieros cruzados, corren el riesgo de perderlo todo.
Porque Israel, mucho más que un simple actor geopolítico, es un maestro de la guerra económica y digital, que no vacilará ante ningún sacrificio para imponer su supremacía. Sabe dónde están los nervios de la guerra y los utiliza para manipular el orden mundial a su antojo, tomando como rehenes no solo a los países sino también a los sistemas financieros.
La gestión de los pueblos por el miedo es desde hace mucho tiempo la prerrogativa de los dirigentes manipuladores, de las potencias nefastas que saben que este miedo es la palanca más poderosa para controlar una población. Cuando la humanidad está inmersa en la incertidumbre, en la oscuridad, literal y metafóricamente, se vuelve vulnerable, dispuesta a aceptar cualquier justificación, cualquier compromiso. Este corte de energía no es simplemente el resultado de un fallo técnico, sino que forma parte de un esquema mucho más amplio de manipulación energética. Al mismo tiempo, la Unión Europea, sorda a los llamamientos para una investigación seria sobre el atentado del Nord Stream después de que se descartara la culpabilidad rusa, parece confirmar esta idea de un control oculto de la sociedad a través de la energía, como lo estipula la Agenda 2030 del FEM. Cuando los pueblos sufren la injusticia de un sabotaje geopolítico sobre sus infraestructuras críticas, es mucho más fácil imponer políticas energéticas coercitivas, donde se refuerza la dependencia de actores externos como Israel o las grandes potencias.
Cuando los banqueros, estos gigantes invisibles del capitalismo mundial, se ponen a temblar ante la idea de tener que pagar en moneda física, ahí radica el verdadero peligro. Quieren hacernos aceptar esta moneda desmaterializada, este sustituto de riqueza, como el futuro, y todo lo tangible, el papel, las monedas, el oro, como una reliquia arcaica, un fetiche de abuela. Pero en realidad, este corte de energía, este caos organizado, es una señal fuerte y si estas élites no reaccionan, si continúan condenando la brutalidad israelí y sus implicaciones geopolíticas, este sistema de corrupción, basado en la explotación financiera y la manipulación de los pueblos, colapsará. Porque el hombre moderno, como hemos visto, vive solo de la electricidad y cuando pierde ese control, todo lo demás se derrumba con él.
La Unión Europea, o lo que queda de ella, parece haber cambiado su soberanía por la nube, su independencia por sistemas interconectados, controlados desde el exterior. Cada línea de alta tensión se ha convertido en un cable de marioneta entre las manos de potencias capaces de hacernos pagar, a alto precio, cada gesto de insubordinación diplomática. Esta avería no solo ha cortocircuitado las redes eléctricas, electrocutó nuestra ilusión de control. La verdad está ahí, desnuda. El mundo que hemos creado, dependiente de estos circuitos invisibles, es más frágil que nunca.
Y ¿qué más se puede decir de España y Portugal? Estos dos países también tuvieron el valor de sacar, hace dos años, los acuerdos energéticos vinculantes de la Unión Europea, acuerdos que empobrecieron al resto de los miembros, obligándolos a someterse a reglas económicas devastadoras. Pero estas dos naciones no solo rompieron estos acuerdos, desafiaron el orden establecido, y esto no ha sido sin consecuencias. El apagón que ha afectado a estos dos países, en perfecta coincidencia con los intereses geopolíticos de algunos, se asemeja mucho a una advertencia, una demostración de poder diciendo: "Si te atreves a desafiar las potencias energéticas, si sales del marco que hemos trazado para ti, prepárate para pagar el precio alto". Una lección electrizante, en sentido literal y figurado.
Así es como los habitantes de la península ibérica vivieron durante 22 horas un guion digno de las mejores películas de ciencia ficción. ¿Una simple avería, dices después de haber sido informado por la propaganda? ¿Un fallo técnico? Pero no, nada de eso. Lo que ha ocurrido es nada menos que un "caos" contemporáneo. Barjavel ya lo había descrito en su novela de 1943, donde una humanidad diezmada por el fin de la electricidad cae al abismo. No podía creer que hoy en día, un simple virus informático, lanzado desde una habitación oscura de un ministerio israelí o desde un búnker de la NSA, podría convertir a millones de ciudadanos europeos en náufragos tecnológicos, sin transporte, Sin agua, sin comunicaciones, sin seguridad.
Donde Barjavel denunciaba la fragilidad del progreso, debemos denunciar aquí la instrumentalización de esta fragilidad. No es un colapso accidental lo que estamos presenciando sino el uso de un arma de guerra, empuñada con precisión quirúrgica. Un acto de represalia invisible, jugado a distancia. Y aquellos que todavía creen que este apagón es un puro accidente son o ingenuos o cómplices. Porque ¿quién no sabe todavía que toda nuestra civilización se basa en esta energía? Si la corriente se detiene, la humanidad, alimentada por el confort, cae en modo vagabundo tecnológico, incapaz de hacer fuego sin Google, ni de hervir agua sin App Android.
Los semáforos en rojo están fuera de servicio y los automovilistas se convierten en bestias salvajes, presas de la jungla urbana. Los metros y trenes están parados, y las multitudes se arrastran bajo el calor, como hormigas perdidas sin su túnel. En los hospitales, el pitido vital depende de un generador diésel; si se cala, es la ruleta rusa con los pacientes. Los refrigeradores, convertidos en bombas bacteriológicas, ponen en peligro millones de productos alimenticios. Y los supermercados... Sus puertas de cristal permanecen cerradas, como los labios de una madre indignada por no poder comprar carne picada. ¿Las redes sociales? Esas catedrales del ego moderno, derrumbadas en un clic. Más historias, más likes, más selfies filtrados, solo caras desnudas frente a la angustia existencial. Se dice que un joven incluso intentó pegar su iPhone a una vela. Tal vez fue una broma, pero lamentablemente sigue siendo plausible, ya que la juventud parece desconectada de la realidad.
¿Y qué decir de los bancos y las tiendas, centros neurálgicos de la economía? El pánico es total sin Visa ni terminales de pago. Los comerciantes en traje, de repente tan inútiles como un mimo en la radio, contemplan las pantallas muertas, sus algoritmos tan inertes como un pez fuera del agua. El pequeño mundo de los banqueros se ha puesto a temblar ante la idea de tener que volver a pagar en moneda física, que los dirigentes malévolos quieren hacernos tomar como una reliquia del pasado para robarnos mejor con su dinero desmaterializado. Y ¿cómo justificar una moneda digital o criptomonedas después de este episodio que habrá demostrado toda la absurdidad en menos de un día?
Pero este corte total de la red eléctrica, mucho más que una simple incomodidad, revela la inseguridad abismal que acecha a toda sociedad hiperconectada y dependiente de sus infraestructuras modernas. Sin electricidad, es el orden mismo de la sociedad el que se delata. Las calles se sumergen en la oscuridad y la confianza en las instituciones vacila. El colapso de los servicios esenciales, desde hospitales hasta tiendas, solo agrava este pánico latente. En este vacío dejado por el Estado, se perfila inevitablemente una guerra civil con la de las bandas, grupos criminales que, lejos de ser fantasmas, se convierten en los verdaderos amos del orden en los barrios abandonados por las autoridades. Sin energía, sin comunicación, sin luz, cada edificio se convierte en una fortaleza, cada calle en un campo de batalla donde prevalece la ley del más fuerte. Los más vulnerables, privados de acceso a alimentos, cuidados o seguridad, quedan a merced de los peores depredadores. Es decir, aquellos que poseen la fuerza bruta y las armas, que seguramente no han depositado en la comisaría o en la gendarmería como los 2 millones de idiotas franceses del año 2023.
En tal caos, las fronteras de la civilización se disuelven como nieve al sol, y no son las autoridades ni las instituciones quienes traerán el orden, sino aquellos que, armados hasta los dientes y organizados como máquinas de guerra, sabrán clavar sus garras en el fallo del sistema para imponer su ley. ¡Es el verdadero peligro de este ataque! En este corte de electricidad, no solo se apagan las luces, sino que es toda la humanidad la que cae en el abismo de la selva, donde el salvajismo, la ley del más fuerte y la violencia brutal se convierten en las únicas reglas del juego. Los más débiles serán aplastados, y no será el Estado sino las bandas, depredadores de la sociedad, quienes tomarán las riendas de este mundo devastado. Un cambio radical donde los hombres no serán más que bestias luchando por su supervivencia.
Y cuando esa preciosa luz se apagó, no solo cayó la noche sino que sobre todo se levantó la verdad sobre nuestra impotencia. Entonces, riamos un poco, riamos una risa taciturna, pero riamos a la luz de las velas Ikea. Porque el próximo "caos" quizás no venga de una novela, sino de un viento cósmico, de una cabeza nuclear lanzada en la alta atmósfera que quemaría todas nuestras infraestructuras en menos de un minuto, pero por mucho más tiempo que una simple advertencia. En ese momento, entonces tendremos solo nuestras cacerolas frías y nuestro Wi-Fi mudo para llorar el colapso tan anunciado. Y ya es casi demasiado tarde, ya que sus peones están avanzados.
Así que hoy más que nunca, es hora de prepararse para el colapso inevitable que parece estar en el horizonte, un colapso necesario para imponer el mundo totalitario que los agentes del FEM y otros globalistas sueñan construir. No es una simple teoría de la conspiración, sino una realidad geopolítica que se pone en marcha ante nuestros ojos, discretamente pero seguramente. El apagón, el caos financiero y la crisis energética son eslabones de una cadena que conduce directamente a una sociedad de vigilancia masiva, donde cada movimiento, cada pensamiento será controlado. Ya es hora de empezar a hacer acopio: alimentos, agua, medicinas y armas. Porque en esta nueva era de control, la violencia del Estado, combinada con el aumento de las bandas y las fuerzas corruptas, será omnipresente.
El deslizamiento hacia esta distopía ya ha comenzado, y nadie sabe lo que podría suceder en las próximas semanas o meses. Si queremos tener alguna oportunidad de resistir esta vuelta de tuerca global, debemos estar preparados para afrontar la ruptura, para cortarnos de esta loca dependencia a sistemas que solo buscan esclavizarnos. La cuestión ya no es si se producirá el colapso, sino cuándo y cómo cada uno de nosotros reaccionará ante este cambio radical.
Pero prepárense, porque de ahora en adelante, con tanta electricidad en el aire, el tiempo apremia ...
Phil Broq
(Fuente: https://jevousauraisprevenu.blogspot.com/; visto en https://www.verdadypaciencia.com/)
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