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Lo que el Covid trajo: la UCI ya no es la Unidad de Cuidados Intensivos, sino la Unidad de Coreografías Idiotas |
3.- Vinculación a través del trauma
El fenómeno de la enfermeras bailarinas operaba en un contexto psicológico más amplio, similar a lo que los expertos denominan "vínculo traumático": los fuertes vínculos emocionales que se desarrollan entre perpetradores y víctimas a través de ciclos de amenaza y alivio. Durante la pandemia, las personas experimentaron un estrés psicológico sin precedentes: aislamiento de sus seres queridos, ruina financiera y constantes mensajes de miedo al contagio y la muerte. En este entorno de miedo constante, los videos de la enfermeras bailarinas cumplían una función perversa: a través de su carácter absurdo ofrecían momentos de alivio cognitivo, a la vez que exacerbaban el daño psicológico general.
El mecanismo funcionaba así: los ciudadanos, ya desestabilizados por semanas de mensajes catastróficos, se enfrentaban a estos videos y experimentaban un breve respiro de su miedo implacable. La música alegre, los movimientos sincronizados, los rostros sonrientes tras mascarillas y protectores faciales: todo ello ofrecía una breve tregua en medio de la devastación continua. Pero este alivio traía su propio veneno. Confortarse con los videos significaba aceptar que contradecían fundamentalmente la realidad. Significaba reprimir o bloquear la idea de por qué los hospitales tenían tiempo para coreografías durante una crisis que amenazaba la civilización.
La calidad de producción de estos videos es notable. No fueron expresiones espontáneas de alegría de un personal sobrecargado de trabajo; requirieron planificación, equipo, ensayos y edición. Alguien tuvo que organizar al personal, dirigir, coreografiar, filmar y editar las secuencias; alguien tuvo que subir los videos y promocionarlos para su distribución. Este nivel de coordinación en una multitud de hospitales de todo el mundo sugiere apoyo institucional, si no dirección directa. El mensaje oculto en estas producciones era en sí mismo parte de la iniciativa: «Tenemos los recursos y el poder para que esto suceda en todas partes, al mismo tiempo».
La investigación de Michael Hoffman sobre el "Lenguaje Crepuscular" y la "revelación de métodos" ofrece otra perspectiva para comprender estas representaciones. En psicología ocultista, la víctima debe participar en su propia humillación para completar el ritual. Las enfermeras danzantes obligaban a esta participación. Los ciudadanos compartían los videos, a veces en tono de burla, a veces de apoyo, pero sin duda compartiéndolos. Cada publicación, cada comentario, cada reacción representaba un acto de participación en el ritual, independientemente de si el participante aprobaba o rechazaba el contenido.
El vínculo traumático se hizo más evidente en la forma en que las personas defendían los videos al ser interrogadas sobre ellos. El "síndrome de Estocolmo" describe cómo los prisioneros se identifican con sus captores y los defienden. De igual manera, muchos civiles se convirtieron en defensores agresivos de las enfermeras bailarinas, atacando a cualquiera que señalara lo inadecuado de su conducta. Habían internalizado la disonancia cognitiva tan completamente que les resultaba psicológicamente más fácil defenderla que confrontarla. El sistema había creado sus propios defensores entre sus víctimas, un sello distintivo de las operaciones psicológicas exitosas, que Paul Linebarger identificó como el objetivo final de la propaganda: lograr que el público objetivo se autoimponga la propaganda.
4.- La Tecnología de la Burla
Las enfermeras bailarinas representaban una nueva variante de lo que Annalee Newitz denomina "narrativas instrumentalizadas": historias diseñadas no para informar ni persuadir, sino para inquietar y desanimar. No se trataba de narrativas tradicionales con inicio, desarrollo y desenlace. Más bien, las películas eran fragmentos de significado difundidos a través del surrealista medio de las "redes sociales", diseñados para eludir el análisis racional y atacar directamente los fundamentos psicológicos. La propia plataforma, especialmente TikTok, era parte integral de la iniciativa. Su algoritmo garantizaba la máxima aplicación de la ley, a la vez que reprimia el pensamiento crítico.
La elección de la danza como medio no fue arbitraria ni inocente. La danza es prelingüística, corporal y primaria. Evita los mecanismos de defensa intelectual y se dirige directamente a los centros de procesamiento emocional y social. Cuando la realizan figuras de autoridad uniformadas -especialmente los uniformes médicos, que la sociedad percibe como confiables y protectores-, provoca un tipo particular de trastorno cognitivo. El cerebro lucha por conciliar la seriedad asociada al personal médico durante una crisis sanitaria con la frivolidad del entretenimiento coreografiado. Esta incapacidad impide encontrar una salida a la contradicción. Simplemente agota la capacidad de crítica.
Considere cómo se difundieron estos videos. No provenían de una sola fuente cuestionable. Más bien, aparecieron simultáneamente en múltiples plataformas, provenientes de numerosos hospitales en varios países. Los analistas de inteligencia llaman a esto "lavado de fuentes": cuando el origen de una operación ya no es rastreable porque aparece de todas partes de forma sincronizada. Esto le dio al fenómeno una apariencia orgánica, a la vez que cumplía un propósito coordinado. Hospitales individuales podían afirmar que su video era simplemente un recurso inofensivo para aliviar el estrés, mientras que el efecto general creó una operación psicológica global.
Cada video funcionaba a múltiples niveles. En la superficie, satirizaba la emergencia de la "pandemia" en sí misma: ¿qué tan grave podía ser la situación cuando las enfermeras tenían tiempo para ensayar bailes? Sin embargo, en un nivel más profundo, se burlaba de la vulnerabilidad de la población. Ciudadanos que habían perdido sus trabajos y a los que se les había impedido acudir a funerales por sus seres queridos, que habían sido arrestados por reuniones al aire libre y habían visto deteriorarse la salud mental de sus hijos debido al aislamiento; estas personas ahora se veían obligadas a ver bailar a sus "héroes". Recordaba el dicho apócrifo de María Antonieta: "Si no tienen pan, que coman pasteles", solo que esta vez la nobleza se aseguraba de que la plebeya los viera comer en las redes sociales.
El escenario de confinamiento de la Fundación Rockefeller había previsto una serie de medidas autoritarias tradicionales: cuarentenas, restricciones a la movilidad, vigilancia. Sin embargo, las enfermeras danzantes representaban algo mucho más sofisticado: control mediante la disidencia escenificada, poder mediante manifestaciones absurdas. Como señaló posteriormente Nima Parvini, el régimen no juega al ajedrez en cuatro dimensiones; telegrafía sus intenciones. Las enfermeras danzantes eran a la vez un telegrama, un mensaje y una humillación.
Esta escenificación de burla cumple una función especial en la guerra psicológica: identifica y aísla la resistencia potencial. Cualquiera que señalara las contradicciones obvias era expuesto como un "problema" que debía ser monitoreado, vetado de las redes sociales o aniquilado socialmente. Quienes defendían y promovían los videos se autodenominaban programadores exitosos. Y las masas, confundidas y desmoralizadas, prefirieron guardar silencio antes que arriesgarse a ser encasilladas en una de estas categorías. Los videos de baile se convirtieron en un mecanismo de selección, una prueba de la "fe correcta" disfrazada de entretenimiento.
5.- La Niebla de la Irrealidad
Las enfermeras bailarinas funcionaron, en última instancia, como una "droga" alucinógena en una campaña sostenida de distorsión de la realidad. Tras aceptar la contradicción inicial —tanto de emergencia como de entretenimiento—, la población se preparó para violaciones aún mayores de la razón. A quienes caminaban solos por la playa se les exigía el uso de mascarillas, mientras que las protestas masivas de "Black Lives Matter" se consideraban seguras. Virus mortales que respetaban distancias arbitrarias de dos metros y la disposición de los asientos en los restaurantes. Vacunas que no prevenían ni la infección ni la transmisión, sino que se recetaban para "proteger a los demás". Cada absurdo aceptado hacía que el siguiente fuera más fácil de digerir.
Esta técnica recuerda mucho a lo que los disidentes soviéticos reportaban sobre la vida en el comunismo tardío: no una sociedad que creía en la propaganda, sino una que había abandonado por completo toda certeza lógica. Svetlana Boym lo llamó "la cancelación de la mente", en el que realidades contradictorias coexistían sin resolverse. Las enfermeras danzantes ayudaron a construir una arquitectura mental similar en Occidente: un espacio donde "la abrumadora congestión hospitalaria" y "el tiempo para TikTok" podían coexistir sin colapso cognitivo, porque la percepción misma se había alterado deliberadamente.
El daño psicológico a largo plazo de esta operación se extiende más allá del período inmediato de la "pandemia". Al obligar con éxito a la población a aceptar contradicciones obvias, sentó un precedente. Demostró que, bajo suficiente presión social y miedo, las personas abandonan su capacidad más básica: reconocer cuando algo anda mal.
Para algún(a) descerebrado (a), la cua- lificación de una enfermera no tiene que ver con el conocimiento, el cui- cuidado o la salud, sino con su apti- tud para hacer monerías en Tik Tok |
Los cerebros detrás de esta operación comprendieron algo fundamental de la psicología humana: las personas prefieren el consenso a la verdad cuando se ven obligadas a hacerlo. Ante la disyuntiva de admitir haber sido engañadas (y, por lo tanto, aceptar las terribles consecuencias para sus instituciones) o inventar excusas elaboradas para aparentes contradicciones, la mayoría opta por esto último. Los videos de las enfermeras bailando fueron una prueba experimental: ¿cuánto se puede distorsionar la realidad antes de que se desintegre? Y la respuesta fue: mucho más de lo que nadie podría haber imaginado.
El éxito de la operación no se mide por cuántas personas creían que los hospitales estaban realmente vacíos (solo había unas pocas), sino por cuántas aprendieron a desconfiar de sus propias percepciones. Al ver los videos, reconocieron las contradicciones, pero prefirieron callar antes que hablar de ellas. Participaron en su propia esclavitud psicológica. A esto se refería Meerloo al hablar de cómo se puede mortificar la capacidad de la mente para el juicio independiente. Las enfermeras bailarinas no mataron el pensamiento. Enseñaron a la gente a desconfiar de él.
Si queremos procesar este período y dejarlo atrás, no solo debemos registrar lo sucedido, sino sobre todo comprender cómo funcionó y cómo podría funcionar: cómo se persuadió a la población a cuestionar sus percepciones sensoriales y aceptar las contradicciones orquestadas para que participaran en su propia humillación.
Las enfermeras bailarinas nunca se centraron en la atención médica, la moral ni el alivio del estrés. Se centraron en el poder; más precisamente, el poder de persuadir a la gente a aceptar lo inaceptable, de romper el vínculo entre la observación y la deducción, y así crear una población que ya no pudiera confiar en su propia percepción de la realidad.
Y desgraciadamente, los autores de la operación lo lograron …
(Fuente: https://sailersblog.de/; traducción: Astillas de Realidad)
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El comentario extenso que hice en la parte I también sirve para esta
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