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miércoles, 22 de noviembre de 2023
LA GUERRA TOTAL
“Si hay cincuenta justos dentro de la ciudad, ¿destruirás también el lugar y no perdonarás?” Lejos de ti está el hacer tal, que hagas morir al justo con el malvado, y que sea el justo tratado como el malvado; nunca tal hagas”.
(Génesis 18, 24)
El sionismo es un ideal genocida. El Estado de Israel al abrazar ese ideal se ha convertido en un estado aún más terrorista que Hamás.
Posiblemente sea la primera vez en la historia reciente que una nación libra una guerra de aniquilación en un entorno urbano. El objetivo no es sólo derrotar al ejército enemigo, también exterminar la población. Tel Aviv pretende imitar a Roma; la leyenda dice que tras la tercera guerra púnica, sembró sal en los campos que antes habían dado cobijo a su gran rival: Cartago.
Las élites cuentan con el apoyo de una clase política que con su silencio o con sus obras secunda el Genocidio en Gaza. Esperan que las sociedades occidentales, ahítas de su ración de muerte televisada, acaben por no prestar atención. Benjamín Netanyahu ha definido el conflicto de una forma simple y efectista (muy al gusto de sus partidarios): al lado del pueblo de Israel (la nación elegida) está la luz, en la otra orilla la oscuridad. Sólo el pueblo elegido por Dios puede prevalecer.
El coro de los apologistas al servicio de las grandes corporaciones entona los mismos eslóganes repetidos una y otra vez: «derecho a defenderse», “terroristas de Hamás”, “escudos humanos”, “proteger a los civiles“, “túneles del terror”. Son lemas creados en despachos de agencias de publicidad y transmitidos, machaconamente por los medios como si fueran la única realidad. Es una campaña de propaganda donde se acude al sentimiento y se sataniza y despersonaliza al adversario. Son frases fácilmente digeribles que obvian, no puede ser de otra forma, el análisis de causas y efectos.
Durante muchas décadas la sociedad occidental ha sido formateada bajo esas premisas. El olvido de lo experimentado y la parcialización de las experiencias adquiridas es la clave para conseguir esa especie de “amnesia colectiva” que acepta las nuevas realidades que el poder propone. La sobre-información genera desconocimiento porque no hay tiempo para el análisis. La realidad prefabricada se presenta en bloques inconexos que permiten al poder presentarlos como la nueva normalidad. Poco importa que se descubriera que la invasión de Irak fue fabricada bajo un enorme manto de mentiras, la reacción popular duró lo que duró y desapareció del escenario social quedando relegada a un mero pie de página. Tampoco importó que la operación en Libia fuera una matanza para apropiarse del tesoro libio (en lingotes de oro) y de sus riquezas naturales. Occidente participó en su conjunto: revistió el robo y la matanza de civiles de “intervención humanitaria”, nadie recuerda que todo fue un inmenso pozo de mentiras. ¿Alguien se acuerda del “presidente” venezolano Guaidó, recibido por presidentes, reyes y magnates y ahora relegado al olvido mediático? ¿No era el representante de la democracia en Venezuela frente al dictador Maduro?
La ciudadanía ahora comienza a comprender que el neonazi Zelensky no es el portador de los “valores europeos” sino un auténtico criminal de guerra para su propio pueblo. Mientras se alienta su integración en la UE, se descubre la red de ventas de niños a redes pedófilas recibiendo la propia esposa del Presidente Zelensky la acusación de estar implicada en ellas. Un Presidente que siente que se le mueve la silla, decide posponer las elecciones y convertirse en dictador. ¿Cuánto tiempo tardarán las ciudadanías europea y norteamericana en comprender que han sido engañadas?
La sociedad occidental, previamente sedada, es incapaz de sacar conclusiones y sobre todo está predispuesta para el olvido. Se pretende que lo que ahora es horrible alcance el grado de “nueva normalidad” dentro de poco.
Gaza y la guerra total
La estrategia militar israelí muestra cuáles son sus auténticos objetivos. Se desprenden de las caretas y proclaman lo que han diseñado sus planificadores mucho antes de este conflicto. Israel quiere la GUERRA TOTAL. No es eliminar a las fuerzas de Hamás como se proclama (cortar el césped en el argot militar) sino una pelea hasta el final. El objetivo es erradicar a todos los palestinos y repartir la tierra entre los colonos. Los líderes estadounidenses y la UE han aceptado este enfoque. La administración Biden habla de lo que “vendrá después de que Hamás sea derrotado”.
Biden y sus asesores no conocen la historia de estos pueblos ni han sacado ninguna lección de los fracasos de su propio país. Al servicio de la gran industria de armamento sólo ven el cortísimo plazo. Hamás no es el ISIS, a fin de cuentas un engendro creado por Occidente. Hamás tiene una importante base social, es un ejército popular con unidades militares muy disciplinadas y dispuestas al sacrificio y cuenta con apoyo y financiación internacional.
Cuando EEUU desató toda su furia homicida sobre el Vietcong este sobrevivió. Cuando las fuerzas guerrilleras perdieron la batalla del Tet, en realidad sembraron las semillas de la victoria. Era su país y era su gente. Israel con su política criminal sólo está creando miles de nuevos reclutas. Hamás no puede ser derrotada. Evidentemente, la Franja es más pequeña que Vietnam. Es más fácil atacar a Hamás. Pero no se puede erradicar un movimiento al que centenares de miles de personas apoyan y que la propia estupidez israelita está alentando.
No nos engañemos, no es sólo una guerra para destruir túneles o eliminar a los combatientes de Hamás. Es una guerra para hacer que Gaza sea inhabitable. Es una guerra total que se libra en un entorno urbano. El objetivo es destruirlo y arrasarlo todo y a todos. Se pretende que Gaza sea un espacio vacío en una especie de versión sionista de aquella “solución final” que propuso el nazismo alemán. Se da por descontada una reacción inmediata de la ciudadanía occidental. Ésta se horrorizará al principio, pero pasado un tiempo aceptará la nueva situación como inevitable.
La guerra tiene fase y etapas. La primera es la destrucción sistemática de cualquier tipo de infraestructura, desde hospitales a escuelas, desde campamentos de refugiados a plantas potabilizadoras, pasando por el bombardeo de depósitos de agua o paneles solares.
El objetivo es exterminar a la población no sólo por efecto de las bombas sino por hambre, sed y la exposición de la población a enfermedades muy transmisibles como el cólera o el tifus. En Irak, las plantas de depuración fueron un objetivo valioso para la aviación estadounidense: tras finalizar “oficialmente” la guerra, los bombardeos se concentraron en la destrucción de los sistemas de drenaje de aguas fecales. La consecuencia fue la esperada por los planificadores; los médicos del ejército norteamericano habían calculado bien el impacto que tendrían en la población desnutrida las enfermedades infecciosas: la muerte de decenas de miles de niños. En su día fue la propia ONU la que alzó la voz, aunque no llegó muy lejos. Oficialmente EEUU no era responsable de nada.
En Gaza nuevamente los médicos al servicio de la matanza (como en el caso del cerco de Leningrado en la Segunda Guerra Mundial) han calculado la capacidad de resistencia física de la población gazatí cuando la ingesta de alimentos sea inferior a las 1.500 calorías diarias. Esperan ansiosos que la mortandad, no atribuible directamente a las bombas, se multiplique por 2 o por 3 e incluso más. En el gran público, al no establecerse la relación bombas con mortandad, se reducirá el impacto mediático y se conseguirá el objetivo buscado.
La segunda fase de este genocidio sería declarar que Gaza es inhabitable, aunque con un gesto de buena voluntad se hablará de la posible reconstrucción. Las posibilidades que se abrirían son muy diversas y algunas de ellas no van más allá de las simples declaraciones. Hay dos opciones que se debaten en este momento: la primera sería ocupar el espacio de Gaza con colonos israelíes y permitir que se entremezclen con habitantes de Gaza cuidadosamente controlados.
Otra idea que bulle en la mente de los analistas de Tel Aviv es reasentar en El Cairo (Egipto) a los gazatíes supervivientes. El coste según esos cálculos sería modesto, de 5.000 a 8.000 millones de dólares. El Ministerio de Inteligencia ofrecería a los refugiados tiendas de campaña en el Sinaí y que el problema lo resolviera otro, en este caso Egipto, que se ha negado a considerar esa posibilidad. Lo mismo se planteaba en Jordania, aunque su primer ministro aseguró que el reasentamiento de los gazatíes en territorio jordano sería considerado como una declaración de guerra de Israel.
En realidad se trata de reproducir las consecuencias de la guerra de 1948 cuando se impuso la limpieza étnica y fueron expulsados un millón de palestinos, y se impuso esta emigración a los países vecinos. En realidad estos planes ocultan una finta. Una vez filtradas estas propuestas se espera que sean deglutidas por la población occidental. Mientras, se mantendrá el genocidio hasta que esa “solución” sea la única que perviva. En ese momento la población, cansada de la visión de la tragedia cotidiana, aceptará esta vía como el mal menor.
Gaza como colonia
Lo hemos denunciado con anterioridad: EEUU quiere imponer una fuerza de interposición (una vez eliminado Hamás) que administre la Franja de Gaza. Se pretende que los países que firmaron los acuerdos de Abraham, especialmente Arabia Saudita, arbitren la situación. Paradoja de las paradojas: se quiere que los mismos que perdieron la guerra contra el Yemen y masacraron a decenas de miles de civiles, los mismos que asesinaron a sangre fría a los refugiados etíopes que huían de la guerra en ese país estén al frente de los cuerpos de paz. Blinken, en nombre de Biden, resumió la propuesta; “No podemos volver al statu quo con Hamás gobernando Gaza” pero «Tampoco podemos permitir que Israel gobierne o controle Gaza». En 2005 lo intentó Israel y la consecuencia fue que Hamás tomó el control de Gaza. El valedor de aquella frustrada propuesta fue Ariel Sharon y tuvo que dimitir.
Existe otra posibilidad: entregar la supervisión temporal de Gaza a países de la región con tropas ocupantes de EEUU, Reino Unido, Francia, Alemania, Emiratos y Arabia Saudita. Sería como entrar en un edificio en llamas. ¿Qué consenso internacional existe para que fuerzas de interposición se arriesguen a entrar en ese avispero? Y además ¿quién falta en esta ecuación?: los directamente afectados, los gazatíes. Con ellos no se cuenta.
El 17 de octubre se hizo pública otra propuesta: que fuera la OLP la que administrara una especie de Agencia de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas. Mientras, la seguridad pública sería controlada por Egipto, Jordania, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos, estados que tendrían la confianza de Israel. Blinken admite lo evidente: la Autoridad Palestina cada vez más corrupta y más inoperante tiene un presidente, Mahmud Abás, que está profundamente cuestionado y en las últimas fases de su vida.
Hamás sobrevivirá
Pase lo que pase en esta guerra, no importa el nivel de desgaste o la derrota (nada segura): Hamás no desaparecerá. No será erradicada. Como en el Vietcong vietnamita, la población y Hamás no se pueden separar. Esto no quiere decir que todos los gazatíes apoyen a Hamás, al igual que no todos los vietnamitas apoyaban al Vietcong, pero Hamás resiste y lucha. Lo ha reconocido el propio ex ministro de Defensa Israelí el ultra radical Avigdor Lieberman, cuando reconoce que los combatientes de Hamás no se rinden y que los avances sobre el terreno implican altos costos para el ejército en hombres y material.
No hay nadie en Palestina que no combata por sus derechos contra los ocupantes. Este hecho proporcionará una caudal enorme de nuevos combatientes. Hamás no se desvanecerá en la niebla como si nunca hubiera existido. Si este movimiento había resonado en el pasado, de ahora en adelante lo hará con más fuerza en los nuevos escenarios.
Eduardo Luque
(Visto en https://www.elviejotopo.com/)
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