Cada cierto tiempo el ocupante de la presidencia de México recurre a airear a los cuatro vientos la exigencia imperiosa, y al parecer, inaplazable, de recibir cumplidas disculpas por los abusos cometidos por los españoles en la conquista de México. Andrés Manuel López Obrador concretaba esta demanda, heredada por Claudia Sheinbaum, en que "se haga un relato de agravios y se pida perdón a los pueblos originarios por las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos" (curiosa la admisión de que entonces no se reconocían como tales, carencia que fue subsanada por obra y gracia de la Escuela de Salamanca, que los aplicó por primera vez en aquellas tierras, pero esta es otra historia), concluyendo su requisitoria en que "es tiempo ya de decir que vamos a reconciliarnos, pero primero pidamos perdón".
Dejando aparte mi sorpresa por descubrir que españoles y mejicanos estamos enfrentados, algo que ni pude sospechar durante los felices días pasados recientemente en Tulum, no deja de producirme perplejidad ese plural "pidamos" que el demandante no concretó por su parte en disculpa alguna, puesto que al parecer todo el peso del desagravio recae sobre los súbditos del reino de España, herederos de una culpa informe y pertinaz que solo un riguroso examen de conciencia pondrá ante nosotros, mostrándonos las razones por las que AMLO, nieto de emigrantes españoles, rechaza una parte de su propia identidad, llevando al plano de las relaciones internacionales su esquizofrénico conflicto interno, que podríamos bautizar como "síndrome de Feres" o de "Mérmero" en recuerdo de los hijos de Jasón y Medea, pues es el rechazo a la madre lo que vertebra internamente su reclamación. Y si bien España no ha sido siempre la más solícita madre, pensarla como malvada madrastra parece desorbitado.
En cualquier caso, no es mi intención ser cómplice del "sostenella y no enmendalla" de que hacen gala hispanistas infatuados que rechazan con indignación la pretensión de López Obrador y de Sheinbaum. Animado por el anhelo de superar malentendidos, ofensas y abusos que pudieran indisponernos con el noble pueblo mejicano, y en aras de hacer las paces con quienes no me sabía enemistado, he procedido a listar el relato de agravios cometidos a resulta de la conquista y colonización de nuestros hermanos centroamericanos, y, con humildad y contrición, les pido perdón por cada uno de ellos:
- Perdón por haber llevado a su tierra esa lengua en la que ahora expresan sus agravios, una lengua más que milenaria, acrisolada por la literatura más rica que pueda pensarse, y a la que han contribuido, por cierto, escritores mejicanos que no han encontrado otra más precisa a la que confiar sus ideas, sentimientos y creaciones. Perdón por haberles compartido la lengua de Octavio Paz, de Carlos Fuentes, de Juan Rulfo y de Amado Nervo, cuya obra sin duda debe de despertar infinita vergüenza en ustedes.
- Perdón por haber fundado instituciones colonialistas como catedrales, universidades y hospitales. Ustedes ya tenían la cultura de un imperio como el azteca, que, con sus tributos de sangre a los pueblos sometidos, sus sacrificios humanos en lo alto de las pirámides, el canibalismo ritual y otras exquisiteces folclóricas hacían innecesarias aportaciones como la fundación del primer hospital de Ciudad de Méjico por parte del genocida Cortés en 1521, el primer hospital de leprosos poco después, la Real y Pontificia Universidad de México (1551), la Catedral de la Asunción de María de México (1571), el primer hospital universitario de América, etc. Particularmente perjudicial debió resultarles la aportación de la imprenta, la liberalización del oficio de impresor y la creación por el obispo Palafox de la primera biblioteca pública de América (Puebla, 1646). Perdón por haberles alfabetizado como hacíamos con nuestros propios hijos.
- Perdón por haber modificado su dieta con la introducción del arroz, el trigo, el aceite, los ajos, el plátano, las berenjenas, la lechuga, los rábanos, las habas, el mango, el limón, la naranja, las manzanas, el membrillo, el laurel, la canela, la pimienta, el clavo, el tomillo, el orégano, el cilantro, el vino y el azúcar. Perdón por haber alterado sus ecosistemas autóctonos con animales como cerdos, gallinas y reses ovinas y vacunas, lo que posibilitó la llegada de la leche y los quesos. Perdón por haber hecho más variada, rica y nutritiva su alimentación. Lamento sobremanera que les hayamos arrancado de la felicidad que, sin duda, les proporcionaba la familiaridad con la desnutrición, el analfabetismo y la ignorancia.
El pasado feliz que los españoles arrasaron |
- Perdón por llevarles la rueda y la metalurgia. Deslomarse de sol a sol en condiciones paupérrimas debía ser una bendición para los amplios sectores de la población que no tenían otra que resignarse a ello. Haber trasladado las cargas bajo las que se derrengaban sus antepasados a animales o carretas es una afrenta de las que no se olvidan. Perdón por la introducción de la pólvora, el torno de pedal, los libros, que permitieron la difusión de la cultura de que gozaba occidente, la cerámica, la vidriería, la guitarra, ...
- Perdón por los experimentos urbanísticos efectuados en su tierra, con la creación de ciudades amplias, luminosas y ajardinadas, dotadas de infraestructuras higiénicas que no existían aún en Europa, y que plasmaban la arquitectura renacentista y humanista de la "ciudad ideal": Guadalajara, Mérida, Guanajuato, Puebla, Durango y otras, con sus acueductos, edificios coloniales de piedra caliza, iglesias y conventos, han padecido estas imposiciones.
El legado de barbarie dejado por los codiciosos y sanguinarios colonizadores |
(posesodegerasa)
Los Monthy Python, una vez más, dieron con la tecla que retrata la ingratitud y el resentimiento acomplejado de los colonizados respecto a la metrópoli que elevó su nivel de vida. Cambiése Judea por Hispanoamérica y los romanos por los españoles y apréciese el paralelismo:
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