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sábado, 27 de septiembre de 2025
OCCIDENTE SE ESTÁ DERRUMBANDO ENTRE LA MILITARIZACIÓN Y LA ESTUPIDEZ (PARTE 1)
La guerra digital, tal como la libran hoy potencias como Estados Unidos, Israel y China, no es simplemente una confrontación técnica ni una cuestión de ciberseguridad. Lejos de la idea de un espacio libre y democrático, internet se ha convertido en un campo de batalla donde la vigilancia y la manipulación de las masas se han convertido en estrategias de control totalitario. Esta militarización de internet es una extensión de la lógica de guerra permanente a la que Occidente parece condenado, y revela sus defectos con un sistema de estupidez del pensamiento reforzado por la represión, la intimidación y el condicionamiento.
Uno de los principales actores de esta militarización es, por supuesto, DARPA, la Agencia de Investigación de Defensa de Estados Unidos. Al financiar la creación de internet, DARPA creó no solo una red de comunicaciones, sino una plataforma para la guerra tecnológica. Internet, que parecía una herramienta para conectar a la humanidad, se ha transformado en una plataforma de vigilancia e infiltración. La obsesión por mantener el dominio militar ha llevado a la instrumentalización de un espacio digital donde cada gesto, cada interacción, se convierte en datos analizados para fortalecer el control y subyugar a los individuos.
DARPA, con su papel en el diseño del internet moderno, obviamente continúa financiando y supervisando la investigación en áreas tan sensibles como la inteligencia artificial, la robótica, las redes neuronales y los ciberataques. Esta agencia estadounidense, fundada en la década de 1950, encarna la fusión de la innovación tecnológica, la vigilancia generalizada, la simplificación masiva de sistemas y la seguridad nacional. Aunque sus misiones han evolucionado desde la Guerra Fría, DARPA sigue siendo un actor clave en la guerra digital, especialmente al colaborar con gigantes tecnológicos para experimentar con tecnologías de vigilancia masiva y manipulación de datos a gran escala.
Pero DARPA no está sola. Tras bambalinas, agencias como la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) han convertido internet en un campo de espionaje privilegiado. Gracias a las revelaciones de Edward Snowden, el mundo ha tomado conciencia del alcance de la vigilancia de las comunicaciones globales por parte de la NSA. Al interceptar miles de millones de mensajes, conversaciones y datos personales, la NSA teje una red global de espionaje, a menudo en colaboración con empresas privadas como Google, Apple y Microsoft. Mediante programas como PRISM y XKeyscore, la NSA ha establecido un ecosistema de espionaje digital donde la línea entre la vigilancia nacional e internacional es cada vez más difusa. Por lo tanto, la agencia tiene la capacidad de influir no solo en las políticas nacionales de los países, sino también de manipular acontecimientos geopolíticos, exponiendo información sensible o cubriendo sus huellas.
La Unidad 8200, una de las divisiones del ejército israelí, también se ha consolidado como un actor clave en este campo. Su papel, tanto en ciberseguridad como en operaciones de inteligencia electrónica, es de importancia estratégica para Israel. La Unidad 8200 se especializa en ciberataques ofensivos y vigilancia de las comunicaciones. Ha desempeñado un papel clave en operaciones contra infraestructuras críticas en Irán, incluyendo el sabotaje de su programa nuclear mediante sofisticados ciberataques como Stuxnet y la explosión de buscapersonas. Además, Israel ha utilizado la guerra digital para influir en las relaciones internacionales, realizando ciberataques contra enemigos y desestabilizando regímenes mediante la manipulación de la información, la saturación de las redes sociales y la censura extrema de los comentarios beligerantes contra su sangrienta colonización. Esta capacidad para combinar ciberataques y guerra de información coloca a Israel en el centro del arsenal digital de las grandes potencias.
Sin embargo, la militarización de internet por parte de estas fuerzas no solo defiende intereses geopolíticos, sino que también simboliza el último recurso de Occidente para mantener su hegemonía en un mundo donde las reglas de la guerra están cada vez más desconectadas de cualquier forma de racionalidad y justicia. Al hacerlo, Occidente, cuya decadencia parece no tener límites, se encierra en un modelo de gobernanza basado en la acumulación de poder y control, incluso si ello implica sacrificar su ética y su pensamiento crítico.
Junto con esta militarización, internet también se está convirtiendo en un instrumento para la estupidez sistemática de las masas. Este fenómeno, particularmente evidente en las redes sociales, no es solo una cuestión de adicción o distracción, sino una estrategia de control social basada en reducir a los individuos a meros consumidores de información, susceptibles de manipulación a voluntad. Si Occidente, antaño bastión de la Ilustración y el pensamiento crítico, se está convirtiendo en un terreno donde la opinión pública es moldeada por bots y algoritmos, es sobre todo señal de un profundo colapso intelectual y moral.
Gigantes tecnológicos como Facebook, Google y Twitter/X ya no se conforman con recopilar datos personales, sino que contribuyen activamente a esta degradación cognitiva al controlar cómo pensamos y actuamos. Sus algoritmos están diseñados para captar y mantener nuestra atención mediante contenido cargado de emociones y, a menudo, polarizador, creando una especie de "burbuja de filtro" donde la opinión individual se reduce a un eco de sus propios sesgos. El aprendizaje automático (e-learning), que analiza nuestras preferencias, hábitos, miedos y deseos, sirve no solo para anticipar nuestro comportamiento como consumidores, sino también para influir en él de forma más o menos sutil.
Pero aún más grave, la aparición de bots y agentes virtuales en las plataformas sociales ha permitido la propagación a escala industrial de desinformación, noticias falsas y narrativas simplistas. Este proceso transforma la reflexión humana en una forma de consumo intelectual donde los individuos se reducen a meros receptores pasivos. Los debates públicos no son más que una maraña de mensajes distorsionados por bots que amplifican la polarización, manteniendo así un estado de confusión permanente que alimenta la estupidez colectiva.
En este contexto, internet ya no es solo una herramienta de distracción o control, sino una máquina de insensibilización cerebral. La democracia occidental, supuestamente el crisol de la discusión racional y el debate de ideas, se ve ahora sumergida por una ola de ruido digital que sofoca el pensamiento crítico y devalúa la inteligencia humana. La influencia de los bots y los algoritmos de recomendación demuestra claramente que nos encontramos en una era donde la tecnología, lejos de liberar a los individuos, los transforma en meros ejecutores de una tecnoestructura que controla su comportamiento y opiniones.
La desilusión digital surgió sutilmente. Primero, con una publicidad más dirigida y personalizada. Luego, con sugerencias de películas o libros que parecían conocer nuestros gustos mejor que nosotros mismos. Pero hoy en día, no solo se recopilan nuestras preferencias. Nuestras interacciones en línea, nuestras búsquedas, nuestros movimientos, nuestras conversaciones... todo se observa, analiza y luego se explota. La pregunta ya no es si se recopilan nuestros datos, sino cómo se utilizan en nuestra contra. Esta realidad, aunque cada vez más evidente, sigue siendo en gran medida ignorada, envuelta en un velo de ilusión sobre la "libertad digital".
Más allá de los problemas técnicos, este fenómeno de militarización y cretinización digital forma parte de un declive civilizatorio más profundo. No se trata solo de una evolución tecnológica, sino de una evolución moral e intelectual de Occidente, donde la búsqueda de poder y control lo ha llevado a abandonar los principios fundamentales de libertad, razón y responsabilidad. Al intentar imponer un modelo de dominación digital basado en la vigilancia y la explotación de las masas, Occidente parece, por lo tanto, estar condenado a la autodestrucción.
Esta decadencia es aún más flagrante a medida que las tecnologías que deberían haber fomentado la emancipación individual se convierten en herramientas de deshumanización. La guerra digital, la vigilancia total y la influencia de la inteligencia artificial en nuestro comportamiento son síntomas de una civilización que busca enemigos en todas partes, incluso si eso significa sacrificar su alma para preservar un orden globalizado basado en el miedo y la manipulación. A través de esta dinámica, Occidente revela su profunda crisis de sentido, su impotencia ante la complejidad del mundo y su tendencia a reducir a los individuos a actores pasivos en un gran juego de poder tecnológico. Así, la cretinización digital de Internet nos está dejando gradualmente en un campo de ruinas intelectuales bajo el dominio tecnológico.
De hecho, lo que se suponía sería una nueva era del conocimiento se ha convertido en un parque de atracciones algorítmico donde la ignorancia se exhibe con orgullo, donde la vigilancia se esconde tras interfaces intuitivas y donde el pensamiento se borra bajo el peso del clic. Internet es hoy un campo minado cognitivo, un territorio ocupado y militarizado, donde la guerra ya no se libra con armas, sino con datos, narrativas sesgadas e interfaces adictivas. Tras el barniz de la modernidad digital, se está produciendo una vasta lobotomía a cielo abierto. Estados, multinacionales y sus ingenieros de la alienación han transformado esta red en un sofisticado panóptico, donde cada gesto, cada opinión, cada palabra es escrutada, canalizada y, sobre todo, monetizada.
Phil BROQ.
(Fuente: https://jevousauraisprevenu.blogspot.com/; visto en https://www.verdadypaciencia.com/)
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ResponderEliminarToda la tecnología antes de ser civil es y ha sido militar. Otro detalle para los creyentes en las democracias.