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viernes, 26 de diciembre de 2025
LA IA, SISTEMA OPERATIVO DEL TOTALITARISMO DIGITAL
La inteligencia artificial se presenta como neutral, objetiva e inevitable. Se nos dice que mejorará la eficiencia, gestionará la complejidad y facilitará la toma de decisiones en toda la sociedad. Sin embargo, una pregunta central no es solo qué puede o no puede hacer la IA, sino quién la controla y con qué fin.
La IA no es una fuerza autónoma. Es construida, financiada, entrenada, filtrada e implementada por gobiernos, corporaciones, agencias militares e instituciones financieras. Como cualquier tecnología administrativa, refleja las prioridades de quienes la diseñan y la poseen. Lo que hace históricamente peligrosa a la IA no es la inteligencia, sino la escala y la centralización.
La IA se está convirtiendo rápidamente en el sistema operativo de una nueva forma de poder.
De la gobernanza a la administración
Los sistemas totalitarios clásicos se basaban en la autoridad visible: leyes, policía, oficinas de censura y coerción que podía identificarse y resistirse. El totalitarismo digital -más precisamente, una forma avanzada del estado administrativo en la que el poder estatal y corporativo convergen y se materializan mediante sistemas técnicos- funciona de manera diferente.
En lugar de exigir creencias o lealtad pública, opera a través de sistemas de cumplimiento automatizado, dependencia procesal y toma de decisiones algorítmica.
Reemplaza la fuerza manifiesta por la administración.
La administración no discute. Configura.
En lugar de prohibir ideas directamente, filtra la visibilidad. En lugar de dar órdenes, impone condiciones. En lugar de castigar abiertamente la disidencia, restringe el acceso discretamente. La obediencia no se produce por el miedo, sino por la dependencia de sistemas con los que no se puede negociar.
La IA es especialmente adecuada para esta función. Permite la toma de decisiones automatizada a gran escala, sin juicio humano en el momento de la ejecución. La responsabilidad se disuelve en el procedimiento. El poder se vuelve difícil de localizar, cuestionar o apelar.
Esto no es un escenario futuro. Ya está en marcha.
La consolidación del poder a través del código
El poder que antes se distribuía entre instituciones ahora se consolida en una única capa tecnológica. Los sistemas basados en IA centralizan cada vez más el control sobre:
· visibilidad de la información
· identidad digital
· acceso financiero
· vigilancia y seguimiento
· aplicación automatizada
Al igual que la planificación central en economía, la gobernanza algorítmica promete eficiencia mientras elimina silenciosamente el conocimiento local, la discreción y la responsabilidad.
Cada uno de estos dominios existió independientemente en el pasado. Su separación limitó el poder. La IA a escala de civilización derriba esas fronteras. Billones de dólares de financiación basada en deuda, generados mediante la expansión monetaria, se están invirtiendo en la creación de estos sistemas.
Cuando los sistemas de información se vinculan con los sistemas de identidad, la identidad con los sistemas financieros y los sistemas financieros con la aplicación automatizada de la ley, el control ya no requiere confrontación política. Se vuelve infraestructural. El sistema gobierna por defecto.
Esta concentración de poder no tiene precedentes históricos.
La IA se está convirtiendo en el sistema operativo de una economía tecnocrática y un estado administrativo: una infraestructura que integra las finanzas, la industria, la burocracia y la gobernanza. Esta transformación no ha surgido orgánicamente de la demanda del mercado. Ha sido posible gracias a una expansión monetaria y un respaldo institucional sin precedentes, que protegen de fallos a los sistemas dependientes de la IA y transfieren el riesgo al público. A medida que el acceso financiero, el empleo y la administración se condicionan a sistemas algorítmicos, la libertad no desaparece mediante la coerción manifiesta, sino mediante una participación evaluada, filtrada y gestionada.
Cuando el código reemplaza a la ley
La ley es lenta, imperfecta y responsable. El código es rápido, opaco y definitivo.
Los sistemas algorítmicos ahora determinan si las transacciones se aprueban, el contenido es visible, las cuentas se marcan o el acceso se restringe, no mediante arbitraje, sino mediante clasificación automatizada. Estas decisiones se toman sin explicación, apelación ni autoridad humana identificable.
No comparece ningún funcionario. No se emite ninguna justificación.
La desplataforma financiera, la moderación automatizada de contenido, la puntuación algorítmica de riesgo y el filtrado de elegibilidad ya funcionan de esta manera. La IA permite que estos mecanismos se extiendan más allá de la administración humana.
El control avanza no mediante la retórica autoritaria, sino mediante la implementación técnica.
El mito de la inteligencia neutral
La IA suele describirse como objetiva o basada en la evidencia. Esto es engañoso. Los sistemas de IA no razonan ni comprenden la verdad. Reproducen patrones de conjuntos de datos seleccionados bajo restricciones institucionales.
Cada conjunto de datos refleja decisiones editoriales. Cada modelo refleja decisiones políticas. En temas políticamente sensibles, se excluyen grandes categorías de información debido a la gestión de riesgos corporativos, la presión gubernamental y el consenso tecnocrático. Lo que queda fuera de esos límites desaparece silenciosamente.
Estos límites se definen menos por la censura abierta que por los marcos de riesgo de las plataformas y la alineación regulatoria. La información suele desaparecer no porque alguien diga "prohíban esto", sino porque las plataformas se alinean con los reguladores y el riesgo legal predefinido, y se anticipan discretamente a cualquier problema que pueda surgir.
El sesgo no se manifiesta como propaganda. Se manifiesta como ausencia.
Dado que la producción de máquinas parece impersonal, posee una autoridad que los mensajes políticos abiertos no pueden. Así es como la gestión narrativa evoluciona hacia la gobernanza automatizada.
La dependencia como mecanismo de control
A medida que las sociedades se vuelven dependientes de sistemas mediados por IA, la exclusión se vuelve cada vez más costosa, no porque se prohíba la disidencia, sino porque el acceso a la vida económica, social y administrativa se enruta progresivamente a través de interfaces algorítmicas.
La banca, el empleo, la educación, la comunicación y los servicios públicos requieren cada vez más la interacción con sistemas automatizados. La participación se vuelve condicional. La retirada puede tener una intención apolítica, pero el sistema la considera una cuestión de acceso, no de creencia.
Así es como el control se estabiliza sin coerción. La gente obedece no porque esté de acuerdo, sino porque el sistema parece inevitable.
La delegación del juicio
El mayor peligro que plantea la IA no es solo la vigilancia o la pérdida de empleo. Es la delegación del criterio humano.
La IA destaca en probabilidad y optimización. No puede comprender el significado, la conciencia ni las consecuencias morales. Sin embargo, las instituciones, cada vez más, externalizan precisamente estas facultades humanas a procesos mecánicos, en los ámbitos de las finanzas, la medicina, la educación, el derecho y la gobernanza.
Cada delegación parece eficiente. Juntas, generan una transferencia silenciosa de autoridad del discernimiento humano al procedimiento automatizado.
Una sociedad que automatiza el juicio acaba olvidando cómo juzgar. Con el tiempo, las poblaciones repiten narrativas y prioridades generadas por máquinas, confundiéndolas con las suyas. El razonamiento público da paso a los resultados del sistema. El debate cede ante la obediencia a las normas algorítmicas.
Totalitarismo sin tiranos
Este orden emergente no requiere dictadores ni ideología de masas. Requiere infraestructura, automatización, dependencia y la normalización de la conveniencia por encima de la autonomía.
El totalitarismo digital avanza gradualmente. Cada sistema se justifica como útil. Cada integración se presenta como progreso. Cada pequeña pérdida de discreción es gradual; incluso cuando se detecta y se resiste, el sistema avanza.
Cuando la arquitectura se hace visible, ya no parece opcional.
Estas dinámicas se examinan con mayor profundidad en el libro The AI Illusion: Digital Totalitarianism, Technocracy, and the Global War for Human Consciousness.
Conclusión
La IA no está adquiriendo conciencia. No necesita hacerlo.
Su poder reside en convertirse en un elemento fundamental: el sistema operativo del que depende cada vez más la vida económica, informativa y administrativa, gobernada por instituciones tecnocráticas . Una vez que el control se integra a ese nivel, ya no necesita anunciarse. Simplemente, ejecuta.
El juicio, la responsabilidad y el autogobierno ya están siendo reemplazados por sistemas automatizados cuya autoridad es procedimental, no responsable. Lo que se pierde no es la libertad en un sentido drástico, sino el propio hábito del juicio humano. Una vez que este hábito se erosiona, el poder ya no opera mediante la ley o el debate, sino mediante sistemas que funcionan automáticamente e inapelablemente.
(Fuente: https://markgerardkeenan.substack.com/; visto en https://www.verdadypaciencia.com/)
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