En un país boyante, líder (en probreza, paro e inflación, eso sí) y sin más preocupaciones que "pequeñeces" como tener aves encerradas en cuarentena, gripe porcina, lengua azul en el ganado, viñedos y olivos arrancados para uniformar el paisaje mediante instalaciones futuristas de paneles solares, precios disparados, inmigración ilegal, delincuencia desatada, declaraciones de intenciones de rapiñar nuestro territorio por parte del vecino envidioso, y un largo etcétera, el faro moral que supone el Mi(ni)sterio de Igual-dá ha puesto una vez más el dedo en la llaga para señalar un grave problema que eclipsa a todos los demás: el lenguaje de los machirulos ha consensuado un término para cosificar y señalar a las cuarentonas -y ad láteres- que viven el feminismo a tope y que, desde el funcionariado, el comisariado político -socialismo, solidaridad y sopa boba- y la vigilancia constante, se van convirtiendo poco a poco en la Stasi del régimen, LAS CHAROS.
Como en aquella fantasía sci-fi de "La invasión de los ultracuerpos", la soltera empoderada media ha sido abducida por la charificación, un proceso digno de un relato de Kafka que convierte a la clásica tía vociferante y ruda, cuya visita familiar nos aterrorizaba de niños, en un especimen invasor que dinamita la convivencia
El fenómeno no es exclusivamente hispánico, es la versión carpetovetónica de la "Karen" del mundo anglosajón, esa metomentodo que continuamente está sospechando de sus vecinos, apareciendo donde nadie la ha invitado y ejerciendo la crítica de todo lo que su menguado C.I. no puede entender. Vamos, una mezcolanza improbable pero real entre la choni poligonera que va de sabelotodo, la niñata frustrada porque no se le pida perdón por no crear el mundo que querría, la vieja de visillo que vigila todo desviacionismo y la adolescente perpétua que cree que por estar indignada tiene razón en todo. El mundo debería ser como ellas exigen, y comprobar que no es así las sume en la rabia, la frustración y una forma de -llamémosle- pensamiento resentido, minimalista y condenatorio hacia todo y hacia todos.
Ellas, que fueron el altavoz para señalar a los continuadores de cierta tradición de clase como "borjamaris" y "cayetanos", en calificar al varón de clase media de "señoro" y en identificar a todo hombre con un posible terrorista no soportan recibir un trato análogo, sobre la base de que todos los derechos son para ellas y todas las obligaciones para los demás, y reclaman, en un acto de nula coherencia con su denuncia del patriarcado, que Papá Estado las defienda del denigrante y opresor término con que se ven retratadas. Como bien señaló en su día Quignard, todo el que quiere victimizar a otros empieza por presentarse como víctima. Leyes a su medida, presunción de veracidad, cuotas, "discriminación positiva", ... nada las desaloja de su reclamo de eternas perjudicadas por la naturaleza, la historia, las leyes del mercado, el relato dominante, la tradición occidental (ya sabemos que en los países islámicos, en cambio, la mujer está en un pedestal envidiable) y vaya a saber usted qué más cantinelas. Con nada se dan por satisfechas. Para su ansia voraz de privilegios no hay techo de cristal alguno.
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La inquisición charocrática en todo su atrabiliario y reivindicativo esplendor |
Como escribía recientemente Mártin Sánchez,
Dicen luchar por la igualdad pero piden derechos especiales solo para ellas. Lloran por la opresión de la mujer en occidente pero callan ante las atrocidades cometidas por culturas y religiones extranjeras que no encajan con su relato.
"Las Charos" no están dispuestas a debatir nada. Su estrategia consiste en gritar más alto, etiquetar cualquier disidencia como fascismo y esperar que el miedo al linchamiento público haga el resto. En su universo no hay matices, solo buenos y malos, y ellas por supuesto son lo bueno y están contra lo malo.
Ahora que el Gran Hermano estatal anuncia su intención de vigilar las redes para detectar y castigar a los usuarios del término, creando como corolario a la "charia" en expansión el charonazismo, llega el momento de gritar más alto y más fuerte a las poseídas por la rabieta perpétua, la adolescencia fuera de lugar y el seguidismo de eslóganes sin sustancia y análisis dignos del surrealismo más patafísico, en la versión caricaturesca de la suelta-violadores y hembra-alfa aupada por su marido, Irene Montero, ...
¡Charos, que sois unas Charos!
Y como los, las y les controladores de estos especimenes no saben articular una estrategia que no se convierta en un tiro en el pie, tenemos ya desatado el "efecto Streisand" que, en vez de arrumbarlo a un discreto silencio -concepto que a la Charo le produce urticaria y convulsiones-, multiplica el alcalce del término aborrecido hasta ponerlo directamente bajo el foco de la atención mayoritaria. Intentan legislar la memoria, moldear el lenguaje, censurar y prohibir pero lo único que consiguen es ponerse en ridículo de forma constante y regocijante. Y es que cuando alguien se instala en el "de mí no se ríe ni Dios", todo Dios se ríe del o la endiosada.
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No digas "Charo", di "amiga de los gatos, concienciada y feminista" |
Cierro la entrada dando paso al inigualable Juan Manuel de Prada, por cuya afilada pluma tengo tanta admiración que no he querido leer su tratamiento del tema hasta haber acabado el mío, para así no sentirme condicionado por su pujante verbo y acabar incurriendo en repetición, plagio o comparación desfavorable.
(posesodegerasa)
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