En este artículo, la doctora Natalia Prego analiza uno de los documentos más relevantes y polémicos sobre la pandemia de COVID-19: el informe del Congreso de EE.UU. publicado en diciembre de 2024. Este informe, aplaudido en gran parte y cuestionado por los verificadores como “maldita”, no sólo expone las fallas en la gestión de la crisis, sino que también aborda el impacto de las vacunas, el papel de los fact-checkers y los cambios recientes en la política sobre desinformación en redes sociales.
Además, aborda la "otra cara de la moneda" de los verificadores de hechos, esas figuras que prometieron garantizar la verdad pero que, en muchos casos, han terminado siendo herramientas de sesgo político y censura, según ha reconocido Mark Zuckerberg, Ceo de Meta.
El informe del Congreso de Estados Unidos sobre la pandemia ha reabierto heridas sociales y reavivado debates fundamentales sobre cómo gestionar las crisis sanitarias y comunicar la información. Respaldado por abundantes datos y testimonios, el documento aborda las fallas en la preparación para la pandemia, el impacto de las medidas no farmacéuticas y los efectos adversos de las vacunas. En Médicos por la Verdad (véase nuestro Manifiesto), acogemos con satisfacción algunos puntos clave del informe, como la crítica a las restricciones excesivas y la censura aplicadas durante toda la era de la COVID-19. Sin embargo, no puedo suscribir la idea de que las vacunas salvaron millones de vidas sin un examen más minucioso, como explicaré más adelante.
En este contexto, también es imperativo reflexionar sobre el papel de los fact-checkers, una herramienta que prometía combatir la desinformación pero que, en la práctica, ha caído en descrédito debido a su sesgo y politización. ¿La decisión de Mark Zuckerberg de eliminar a los fact-checkers es simplemente un giro estratégico para calmar las aguas tras el descontento público?
En este artículo exploro estos puntos en detalle, presentando tanto mis críticas como las propuestas de Médicos por la Verdad para un debate más transparente, equilibrado y, sobre todo, libre de dogmas.
El informe del congreso en síntesis
¿"El juego del calamar"? No, el juego del pangolín. Esencialmente, otra puesta en escena. |
Sobre las medidas de confinamiento afirma que los confinamientos y el distanciamiento social carecieron de justificación científica, siendo decisiones políticas arbitrarias, que se implementaron los confinamientos prolongado sin evidencia concluyente sobre su efectividad.
Sobre la gestión gubernamental critica a múltiples administraciones por medidas sin base científica y errores en la protección de ciudadanos.
Sobre los cierres de escuelas señala el impacto a largo plazo en la educación y salud mental de los niños, dado que los datos mostraron un bajo riesgo de enfermedad grave en menores.
Sobre los mandatos de mascarillas señala que la evidencia sobre su eficacia para toda la población era limitado y ninguna en espacios abiertos.
¿Por qué cuestiono la narrativa de las vacunas covid?
El debate sobre las vacunas COVID-19 se ha centrado en una afirmación que sin ningún tipo de debate por haber estado censurado han querido convertir en una premisa incontestable: “las vacunas salvaron millones de vidas”. Sin embargo, como médico especialista con años de experiencia, y habiendo tratado personalmente miles de casos durante la era covid y hasta el momento actual, me veo obligada a cuestionar la validez de esta narrativa. En este artículo explicaré por qué la afirmación de que las vacunas contra el COVID-19 salvaron innumerables vidas debe analizarse con más detenimiento, cómo la propaganda ha desempeñado un papel clave en su aceptación generalizada y por qué la evolución natural de los virus ofrece una explicación alternativa para la disminución de la mortalidad en el segundo año de la pandemia. Mi objetivo es abrir un espacio para un debate honesto e informado.
¿Cómo se mide que las vacunas salvaron vidas?
Una de las bases para afirmar que las vacunas salvaron millones de vidas son los modelos matemáticos predictivos. Estos modelos, se basan en múltiples supuestos, entre ellos las tasas de mortalidad previas a la vacunación, los niveles de cobertura de la vacuna y las estimaciones de la eficacia de la vacuna para prevenir muertes. Pero ¿qué sucede cuando las variables de estos modelos son erróneas o incompletas?
En la práctica clínica, se ha comprobado que la realidad casi nunca coincide con estas proyecciones. Hasta la fecha, millones de personas no vacunadas en todo el mundo siguen estando sanas, sin sufrir complicaciones graves por la Covid ni efectos adversos asociados a las vacunas. Tampoco se puede decir que estas llamadas vacunas hayan evitado la infección en terceros, porque ya se ha demostrado que no es así, y así lo afirmó durante una audiencia en el Parlamento Europeo el 10 de octubre de 2022. Janine Small, presidenta de Mercados Internacionales de Pfizer, respondió a una pregunta del eurodiputado Rob Roos sobre si la vacuna contra la COVID-19 había sido probada para prevenir la transmisión antes de su lanzamiento. Small afirmó que no. Desde el principio, las vacunas no fueron diseñadas para bloquear la transmisión.
Este hecho plantea una pregunta incómoda: si millones de personas no vacunadas han sobrevivido sin problemas graves, ¿es posible que la narrativa sobre el impacto salvador de vidas de las vacunas sea una propaganda exagerada y efectista?
La hipótesis de la teoría de la evolución de los virus:
Analicemos los hechos: durante la pandemia de gripe española de 1918-1920, que fue considerablemente más letal que la de covid, la mortalidad se redujo significativamente en el segundo y tercer año sin la intervención de las vacunas. Esto se explica en parte por la teoría de la evolución de los virus: los patógenos tienden a volverse menos letales con el tiempo, ya que su objetivo evolutivo no es matar al huésped, sino propagarse.
Los efectos adversos: un costo ignorado
Como médico, he atendido personalmente a miles de pacientes que han sufrido efectos adversos graves tras la vacunación, desde trombosis hasta miocarditis y síndromes neurológicos debilitantes. Estos casos no son anecdóticos ni estadísticamente insignificantes; son una realidad clínica que se ha minimizado o desestimado en el discurso público, lo que me lleva a cuestionar la narrativa predominante sobre los beneficios absolutos de las vacunas.
Balances de cuentas salvaron, qué duda cabe, pero ... ¿vidas? |
La propaganda: el poder de una narrativa bien construida
Otro factor crucial es la forma en que se ha promovido la narrativa de las vacunas como salvadoras de la humanidad. La propaganda, definida aquí como la difusión de información sesgada o incompleta para influir en la opinión pública, ha desempeñado un papel central. Los gobiernos, las empresas farmacéuticas y los medios de comunicación han repetido constantemente la frase “las vacunas salvaron millones de vidas”, sin proporcionar el contexto necesario para evaluar críticamente esta afirmación.
La afirmación de que las vacunas contra la covid han salvado millones de vidas merece un escrutinio cuidadoso, porque se ha presentado de manera unilateral y sin un análisis crítico adecuado.
Se han utilizado técnicas de comunicación que apelan al miedo y a la urgencia para fomentar la aceptación masiva de las vacunas. Campañas publicitarias, el uso de testimonios emocionales y la censura de voces críticas han sido herramientas clave en este proceso. El Tribunal Constitucional de Costa Rica dictaminó que silenciar a los médicos y científicos que cuestionaban el discurso era inconstitucional porque creaba la ilusión de consenso, cuando en realidad se trataba de censura previa, algo que está prohibido en todas las democracias modernas. La historia nos muestra que estas tácticas no son nuevas. Durante otras crisis de salud pública, desde la polio hasta la gripe H1N1, se han utilizado discursos similares para promover intervenciones que luego resultaron mucho menos efectivas de lo que se había prometido inicialmente.
Alternativas a considerar
Necesitamos repensar cómo evaluamos el éxito de las intervenciones médicas. En lugar de confiar ciegamente en modelos matemáticos y narrativas promovidas por intereses corporativos, deberíamos centrarnos en datos reales, estudios independientes y una comprensión más amplia de la salud pública.
También deberíamos recordar que las medidas no farmacológicas, como una mejor atención médica temprana, la promoción de la salud general y la comprensión de los patrones evolutivos de los virus, deben desempeñar un papel crucial en la salud pública.
Desde los albores de la civilización europea, las pandemias han ocupado un lugar central en la narrativa histórica y cultural. Sin embargo, este papel no se ha debido necesariamente a que representaran una amenaza inminente, sino más bien al poder que han conferido a las instituciones políticas, religiosas y médicas para moldear el comportamiento de las masas a través del miedo. Las cifras, basadas en estimaciones ambiguas, se han reinterpretado a lo largo de los siglos para crear un arquetipo del terror epidémico. En realidad, muchas regiones de Europa se vieron menos afectadas de lo que se creía ya en el siglo XIV, y las narrativas alarmistas sirvieron para justificar medidas autoritarias como cuarentenas, cierres de mercados y restricciones a la movilidad, que reforzaron el poder del Estado en un momento de crisis económica y política.
En el siglo XXI, el pánico epidémico no ha desaparecido. Durante la era del Covid, las políticas de confinamiento, los pasaportes sanitarios y la vacunación masiva reprodujeron este patrón histórico. Aunque se presentaron como una respuesta basada en evidencia científica, estas medidas reflejaban intereses políticos y económicos profundamente entrelazados con la industria farmacéutica. En muchos casos, las medidas implementadas, como la cuarentena masiva, la fumigación indiscriminada, las mascarillas incluso al aire libre o en el campo, no solo carecían de evidencia sólida, sino que empeoraron las condiciones de vida de las clases populares.
El miedo a las epidemias no solo distorsiona la percepción pública de la enfermedad, sino que crea un terreno fértil para la explotación económica. La introducción de vacunas y medicamentos específicos, o de antivirales modernos, ha estado marcada por controversias que cuestionan su eficacia y hasta qué punto las empresas farmacéuticas priorizan el lucro sobre la salud pública.
Históricamente, muchos médicos y farmacéuticos han actuado como agentes del sistema, no como defensores del bienestar del paciente. Desde la antigua Grecia hasta la crisis del coronavirus, la medicina ha estado condicionada por las necesidades de las élites económicas y políticas. En la Europa del Renacimiento, la medicina galénica justificaba la intervención del Estado en asuntos de salud privados, sentando precedentes para el control de los cuerpos individuales y colectivos. Las teorías de los humores, aunque obsoletas desde una perspectiva moderna, proporcionaban un marco que permitía a los médicos intervenir en nombre del equilibrio social y político, consolidando así su papel como intermediarios del poder estatal.
En lugar de priorizar el bienestar del paciente, estas prácticas a menudo servían para reforzar las jerarquías sociales y económicas, perpetuando la idea de que la enfermedad era un problema moral o divino que requería una supervisión externa. Durante la peste en Venecia en el siglo XIV, los "lazzaretti" (instalaciones de aislamiento) no solo sirvieron para contener la enfermedad, sino también para controlar a las poblaciones marginales y reforzar el poder de las autoridades locales.
Con la llegada de la era moderna, la ciencia médica empezó a revestirse de una supuesta objetividad que era más un disfraz que una realidad. Las instituciones médicas, como las academias y los hospitales, se convirtieron en extensiones del Estado y de los intereses económicos de las élites. Durante la Revolución Industrial, la enfermedad pasó a ser vista como una amenaza a la productividad y las intervenciones médicas se centraron más en garantizar la capacidad laboral de las masas que en tratar sus condiciones de vida subyacentes.
Las pandemias como pretextos: Exageración y crisis prefabricadas
A lo largo de los siglos, muchas pandemias se han presentado como amenazas globales apocalípticas, cuando en realidad su impacto era más limitado y a menudo amplificado por intereses políticos y económicos. Un caso emblemático fue la gripe española de 1918, cuyos niveles de mortalidad pudieron inflarse en muchos registros, en parte debido a la confusión entre las muertes causadas por la gripe y las causadas por las condiciones de posguerra, como la desnutrición y las infecciones secundarias.
En el siglo XXI, la era Covid nos ha enseñado cómo los modelos matemáticos de predicción de la mortalidad, cuyos márgenes de error eran enormes, se utilizaron para justificar medidas draconianas. El doctor Neil Ferguson, del Imperial College de Londres, predijo desestimando la inmunidad natural o adaptiva del ser humano y utilizando modelos matemáticos que, sin confinamientos estrictos, podrían producirse millones de muertes en países como Estados Unidos o el Reino Unido. Su informe del 16 de marzo de 2020 estimó que sin medidas como confinamientos masivos y cuarentenas, el Covid causaría más 2,2 millones de muertes en EE. UU. y 500.000 en el Reino Unido. Este modelo influyó significativamente en la adopción de políticas de confinamiento en muchos países.
En retrospectiva, los datos sugieren que la mayoría de estas políticas aplicadas a personas sanas fueron desproporcionadas en relación con el impacto real del Covid en la mayoría de las poblaciones. Esto plantea una pregunta crucial: ¿estamos ante pandemias reales o crisis construidas?
Con el auge de la industria farmacéutica en el siglo XX, la narrativa médica comenzó a alinearse aún más con los intereses económicos. Las vacunas y los medicamentos, que inicialmente prometían avances revolucionarios, pronto se convirtieron en productos de mercado. Las compañías farmacéuticas como Bayer, Roche y Pfizer desempeñaron un papel central en este cambio, promoviendo tratamientos que a menudo se vendían más como soluciones milagrosas que como intervenciones basadas en evidencia rigurosa.
Durante la era del Covid, este fenómeno alcanzó su clímax. Las vacunas desarrolladas a velocidades sin precedentes se presentaron como la única salida, mientras que las preocupaciones sobre sus efectos secundarios y la falta de transparencia en los ensayos clínicos se restaron importancia. Este patrón no es nuevo; la misma dinámica se observó con medicamentos como el Tamiflu durante la pandemia de gripe H1N1 en 2009, cuyos beneficios fueron cuestionados posteriormente por estudios independientes, como los de la vacuna Pandemrix que causaba narcolepsia.
El informe del Congreso sugiere que el confinamiento masivo implementado durante la era del Covid refleja este mismo patrón. Aunque justificado como una medida de salud pública, sus efectos negativos sobre las economías, las libertades individuales y la salud mental fueron devastadores, especialmente para las poblaciones más vulnerables. Estas políticas se implementaron con poca evidencia científica inicial, y revisiones posteriores han puesto en tela de juicio su efectividad en comparación con estrategias alternativas menos restrictivas, como he estado defendiendo desde el 14 de marzo de 2020.
Los confinamientos y las cuarentenas son medidas físicas, pero también simbólicas. Sirven para demostrar a las poblaciones que el poder del Estado puede imponerse en cualquier momento, suspendiendo derechos fundamentales bajo el pretexto del "bien común".
Los conflictos de intereses entre médicos, investigadores y la industria farmacéutica están ampliamente documentados. Desde la promoción de medicamentos innecesarios hasta la medicalización de condiciones normales, la profesión médica ha sido cómplice de un sistema que convierte la salud en un producto y al paciente en un cliente. Basta recordar el caso de sobornos de Novartis en Grecia, en el que se alega que la farmacéutica pagó a unos 4.000 médicos y funcionarios para promocionar sus medicamentos y manipular los precios entre 2000 y 2015. Los periodistas que investigaron y publicaron sobre este escándalo enfrentaron cargos legales durante años, pero finalmente fueron absueltos por el Tribunal Supremo griego, que reconoció la veracidad de la información tras la presión de la Unión Europea para proteger la libertad de prensa.
(Fuente: https://nataliaprego.substack.com/)
El relato inicial fue como una simple operacion de marketing.
ResponderEliminarEstaria bien un documental que fuera comparando el relato inicial (titulares de los grandes medios junto con declaraciones de nuestros lideres) versus declaraciones posteriores, como el caso del video del articulo, en el que la representante de Pfizer durante una comision admite que tuvieron que hacer "everything at risk".
Actualmente, ¿quien osa sostener el relato inicial?.
Que pena que estas informaciones no lleguen más que a una minoría.
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