viernes, 7 de noviembre de 2025

EL FIN DEL REINO UNIDO



... convertido en el Califato Sometido merced a la imprevisión, la estupidez o directamente la traición de sus dirigentes.


En aras de un laicismo militante, el Partido Laborista inglés abolió las antiguas leyes contra la blasfemia en 2008, con la bendición de la propia Iglesia de Inglaterra. Parecía una medida sin vuelta atrás, pero solo porque la tutela estatal del cristianismo aparecía como un resideuo del pasado. Pocos podrían prever que sería otro el credo que hiciera replantear la medida.

Hoy, ese mismo Partido Laborista está considerando la reintroducción del delito de blasfemia, principalmente para proteger al islam del escrutinio teológico.



Hace menos de un mes, Tahir Ali, diputado laborista por Birmingham Hall Green, con la aprobación tácita de Keir Starmer, impulsó la introducción de medidas enérgicas para combatir la islamofobia y la «profanación de textos religiosos, incluido el Corán», es decir, leyes contra la blasfemia.

En 2019, el Partido Laborista adoptó formalmente la definición de las Naciones Unidas sobre la islamofobia, que establece que «tiene sus raíces en el racismo y es un tipo de racismo que atenta contra las expresiones de identidad musulmana o la percepción de la misma».

La islamofobia, arraigada en el racismo, implica, como se destacó con aprobación durante el debate del Grupo Parlamentario Multipartidista (APPG) sobre los musulmanes británicos en 2018, que cualquier crítica al islam se considerará racista y, por lo tanto, estará sujeta a la legislación penal.

El documento del APPG es absolutamente claro: «no existe la crítica de buena fe al islam».

Curiosamente, no solo la «crítica» se considerará problemática.

Aludir a ciertos hechos, reconocidos por los textos más sagrados del islam, también será considerado inaceptable, sobre todo el hecho de que Mahoma «desposó a una niña (Aisha) cuando ésta tenía seis años, y consumó su matrimonio cuando cumplió nueve». Él Profeta tenía más de cincuenta años en el momento de la unión, pero utilizar el término que describe el acceso sexual de una menor por parte de un hombre mayor no será aplicable al caso, y estará prohibido para no ofender a quienes siguen a tan discutible referente.

Resulta inquietante que quienes contribuyeron al informe crean firmemente que, en este tema, «raza y religión son inseparables».

Raza y religión no tienen nada en común, algo evidente si pensamos en que un converso está cambiando de credo, pero no de raza ni de etnia.

Pero en el mundo ficticio de nuestro tiempo, esta falacia es una creencia tan arraigada como la evidente falsedad de que «un hombre trans es un hombre».

¿De verdad lo creen?

Si es así, los dementes están al mando. Pero quien no lo acepte, sabe que fingir que sí lo hace es políticamente conveniente.

Legislar a favor de las mentiras y criminalizar la verdad en el proceso es ahora política oficial, y no es más que una maniobra de poder al estilo maoísta.

Como en 1984 de George Orwell, la verdad es lo que el poder dice que es, ya que el Partido tiene la capacidad de controlar el pasado, la historia y hasta el pensamiento de los individuos.

Las implicaciones de convertir el islam de religión en raza son profundas.

Si el islam es una raza, entonces también lo es el cristianismo.

Esta visión reduccionista explica por qué un informe del Ministerio de Asuntos Exteriores de 2019, que calificó la persecución mundial de cristianos como «casi un genocidio», fue recibido con un silencio generalizado.

El informe constató que 245 millones de cristianos se enfrentan a la violencia o la opresión en todo el mundo.

La erradicación de los cristianos bajo pena de muerte es el objetivo específico y declarado de grupos musulmanes desde Siria, Irak, Egipto, el noreste de Nigeria hasta Filipinas.

Evidentemente, los objetivos de estos grupos no se limitan a lugares remotos de los que poco sabemos, sino que podrían aplicarse mucho más cerca de nosotros.

¿Por qué el silencio?

Porque los africanos negros cristianos, como por arte de magia, han sido relegados a la categoría de «blancos». La conversión, al parecer, blanquea más que el detergente, solo que en el mundo "woke" y acomplejado, nada merece menos respeto y reconocimiento que el ser (considerado) blanco.

Así, la identidad cristiana infunde tanta culpa, odio y desprecio como el proyectado sobre un británico arquetípico, un escocés o un conservador negro (este último no es más que un “traidor a la raza”, un “Tío Tom”). Ya se sabe que el racismo solo es rechazable en una dirección, puesto que el racismo anti-blanco es condición necesaria para ser considerado progresista, despierto y luchador por la justicia social.

Pero el disparate pro-totalitarismo islámico llega aún más lejos.

Como ejemplo, Iqbal Mohamed, diputado por Dewsbury y Batley, se presentó en el Parlamento para defender el matrimonio entre primos hermanos, argumentando que hasta la mitad de la población subsahariana prefiere o acepta este tipo de matrimonio, y que es extremadamente común en Oriente Medio y el sur de Asia.

Añadió que está muy extendido porque el matrimonio entre familiares se considera algo muy positivo en general, que ayuda a fortalecer los lazos familiares y a proporcionarles una mayor estabilidad económica.

Si bien Iqbal es diputado independiente, Tahir Ali, y como vimos, el Partido Laborista, parecen compartir esta opinión.

El diputado Iqbal Mohamed podría haber añadido que el matrimonio infantil, la mutilación genital femenina y los crímenes de honor también están muy extendidos en esas mismas regiones y, por lo tanto, deberían abordarse con gran sensibilidad cultural y tal vez introducirse en el Reino Unido en su debido momento.

Por supuesto, no lo hizo. Todavía no. Pero es solo cuestión de tiempo que la ventana de Oberton se abra a estas aberraciones, tan "arraigadas culturalmente".

En cualquier caso, con el respaldo de Starmer, criticar a Mahoma o a Alí en cualquier asunto relacionado con el islam pronto será delito.

La clase dirigente británica ha trabajado incansablemente durante décadas para erradicar cualquier vestigio de cristianismo de las instituciones del país.

Tras haber socavado los cimientos sobre los que se erigió su gloria, el país se encuentra ahora totalmente incapaz de defenderse de ideas que hace tan solo unos años se habrían considerado grotescas.

Su imperdonable legado ha sido el completo desarme intelectual de su propio pueblo y, en un estado de confusión cada vez mayor, la total incapacidad para defender la rica herencia cultural de la nación.

En efecto, nada es más deprimente que ver a los altos cargos de la Iglesia de Inglaterra celebrar el «Mes del Orgullo» con más entusiasmo que la Navidad o la Pascua.

Su postura, dado el libro del que depende su propia existencia, debería ser que el orgullo es la madre de todos los pecados, del que brotan la pereza, la ira, la envidia, la lujuria, la gula y la avaricia.

Para hacer justicia a su grey, deberían abogar por la humildad, la castidad, la templanza, la caridad, la diligencia, la bondad y la paciencia.

Sin embargo, se celebra la autodestrucción mientras se desecha la disciplina moral, la esencia del Sermón de la Montaña.

Con la verdad como único tabú, por temor a ofender, el Reino Unido se ha sumido en el más absoluto vacío moral, uno en el que el amor a la verdad es presentado como odio a quien la niega, el desprecio a la propia herencia cultural es exigido obligatoriamente y el relativismo va haciendose a un lado para allanar el camino al fanatismo.

El orgullo precede a la caída. La caída está a las puertas. Y las llaves han sido entregadas a los nuevos bárbaros que proclaman el fin de toda ilustración y la imposibilidad de toda disidencia.


El Califato de las Islas británicas está naciendo ante la indiferencia y el derrotismo de quienes rechazan su propia identidad.

(Fuente -parcial- https://countrysquire.co.uk/)

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