viernes, 9 de mayo de 2025

SIMULANDO EL CAMBIO DE PARADIGMA



La semana pasada España sufrió el primer gran apagón de su historia. Por mucho que algunos estómagos agradecidos del régimen traten de quitar hierro al suceso, lo ocurrido revela de nuevo una enorme debilidad como país. Como ya ocurrió con la Gota Fría, España vuelve a mostrar preocupantes señales de Estado fallido. Cabe reconocer que en esta ocasión, a diferencia de lo sucedido en octubre, la respuesta técnica posterior ha sido rápida. No así la institucional, con un Pedro Sánchez huidizo, visiblemente agobiado y echando balones fuera. Es ya un clásico, marca España, echar la culpa a la contrata de turno, un mensaje replicado sin descanso por medios afines y periodistas autopercibidos que lamentablemente cuenta con presunción de veracidad. Sin embargo, la propaganda posmoprogre pasa por una verdadera crisis de credibilidad.


El debate público también mostraba signos de tener los plomos fundidos, y ciertamente no cabe achacarlo a una coyuntura puntual. Imbuidos en nuestra rutina diaria, resulta complicado percatarse de hasta qué punto la capacidad del español medio de emitir juicios racionales sobre las cuestiones que acontecen está podrida hasta sus raíces. Excepciones honrosas hay muchas, claro está, pero insuficientes y dispersas, de modo que el debate público queda huérfano de posiciones fuertes y sensatas que supongan un contrapeso a tanta propaganda interesada. El gran apagón supuso una oportunidad incomparable para sondear la percepción general sobre esta cuestión en particular, y sobre otras relacionadas. En la puerta del colegio, las opiniones eran de lo más variopintas: —¡Esto ha sido el cabrón de Putin!— sentenciaba una señora, inasequible a la duda, aunque incapaz de articular una explicación plausible de los motivos que pudiesen haber llevado al terrible Vladimir a perpetrar semejante ataque. Otros apuntaban a Israel, otros a Trump, pero pocos eran capaces de señalar las debilidades del modelo energético español. Sin embargo, parece existir un amplio y esperanzador consenso en torno a la falta de confiabilidad del gobierno. Y no les culpo. Desde el COVID, este gobierno viene demostrando una capacidad de mentir a sus gobernados inusitada.

Como viene siendo habitual, los marginales pudimos estar algo más prevenidos. Al fin y al cabo, que te tilden de “teórico de la conspiración” no es tan malo. Un teórico de la conspiración no es más que una persona bien informada, que contempla escenarios futuros, a veces con años de antelación. Expertos de varios ámbitos, despreciados sistemáticamente por los opinadores del régimen, ya habían alertado en varias ocasiones sobre las debilidades del sistema energético español, debido al enloquecido sobredimensionamiento de la oferta de renovables. De hecho, la posibilidad de que ocurriese un apagón de similares características ya había sido apuntada por analistas de corte tan diverso como puedan ser Antonio Turiel, científico del CSIC y conocido por sus posiciones decrecentistas, o Lorenzo Ramírez, periodista económico y analista geopolítico; y no porque sean profetas, sino porque sabían que ya se habían producido varios conatos de apagón general, y así lo informaron. Mientras tanto, desde los medios del régimen posmoprogre señalaban estas informaciones como “bulos de ultraderecha”. Tanto va el cántaro a la fuente que acaba por romperse.

Recientemente, en febrero, la auditora Ernst & Young presentó un informe de gestión de Redeia, la matriz de Red Eléctrica, de 2024, en el que señalaba preocupantes debilidades en la red y riesgo de desconexión parcial por su exposición excesiva a las renovables. Al margen del colosal expolio del territorio que ha supuesto, y del entramado corrupto que ha aflorado al calor del cuento climático, regado generosamente con los cheques Next Gen y del Banco Europeo de Inversiones (BEI), el modelo de transición energética está demostrando ser bastante ineficiente en términos de seguridad del suministro. Cambian los vientos, y con ellos el rumbo del modelo energético, y puede que estemos asistiendo al pinchazo de la burbuja de las renovables en España. Quizás, el súbito cambio de postura que ha experimentado al cambiar de aires nuestra estimada exministra Teresa Ribera con respecto de las nucleares no resulte tan circunstancial al fin y al cabo. Así las cosas, ya no sorprende la rapidez con que Red Eléctrica se ha puesto a favor de obra, contrariamente a lo expresado por el gobierno. Los ritmos de la política siempre son más lentos que los del dinero.

Reza el dicho popular que “de la mentira viven muchos, de la verdad, casi ninguno”. Una verdad axiomática que no lo ha sido menos en esta ocasión, pero al contrario de lo que pasó con el COVID, en que la verdad oficial era monolítica, la concurrencia de mayor cantidad de intereses ha permitido que se filtren algunas verdades. Se suele decir que las medias verdades son las peores mentiras, y quizás esto sea cierto a efectos morales, pero ello no es necesariamente cierto a efectos prácticos en esa ocasión. Entre las medias verdades de unos y las medias verdades de otros, podemos intuir una cantidad de verdad que jamás hubiésemos soñado en los primeros compases de la crisis del COVID. Bien es cierto que tras una media verdad, la mayoría de los expertos a los que hemos podido leer, dejaban su media mentira en ese “arrimar el ascua a la sardina”. Ahora más que nunca, resulta muy conveniente abstenerse de comprar narrativas completas y excesivamente concluyentes, y mucho menos si quien las vende se juega en ello sus lentejas.

Quizás, la mejor noticia de todas es que, aunque de manera efímera, mucha gente ha podido sentir en carne propia la debilidad del modo de vida que hemos permitido. Pese a los esfuerzos denodados de las élites globalistas por vendernos su euro digital, muchos han descubierto que en momentos de crisis, tener dinero en efectivo te puede resolver la papeleta. Algunos habrán descubierto el placer de leer un libro en el parque, ante la imposibilidad de volcar la atención sobre una pantalla, o la magia de sintonizar una radio analógica para enterarse de qué estaba pasando. Algunos incluso, puede que le deban la vida a los malditos combustibles fósiles con los que se pudieron mantener los hospitales funcionando. Sin embargo, no conviene lanzar las campanas al vuelo. Aunque el apagón haya encendido parcialmente algunas luces del debate público es probable que no haya sido más que una simulacro de cambio de paradigma, instrumentalizado por los dueños del relato para adaptar la nueva situación a sus necesidades.

Carlos Sánchez
(Visto en https://brownstoneesp.substack.com/)

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